Civismo digital

Con poca o ninguna regulación legal, convivimos diariamente con clonaciones digitales inquietantes

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El 5 de julio de 1996, la oveja Dolly sorprendió al mundo. Aunque no fue el primer animal clonado en el laboratorio, su nacimiento suscitó un debate público muy encendido sobre si la clonación era ética o no.

A raíz de este hecho, muchos países establecieron límites estrictos a la investigación genética en seres humanos. Lo hicieron pensando en las consecuencias de la clonación y la edición genética, a las que consideran tecnologías biomédicas de alto riesgo.

Sin embargo, a vista y paciencia de todos, y con poca o ninguna regulación legal, convivimos diariamente con clonaciones digitales inquietantes.

La primera que hemos normalizado es el software de inteligencia artificial que perfecciona el deepfake, el cual produce imágenes falsas que parecen reales.

La Real Academia Española acordó traducir el término deepfake como ultrafalso, ya que la palabra ultra capta, de forma metafórica, el hiperrealismo que acompaña la manipulación y la mentira que lo caracterizan.

El deepfake es tristemente conocido por su uso en pornovenganzas, así como en las noticias falsas que se consumen como el pan de cada día.

La cosa no acaba aquí. También es posible adquirir software para clonar la voz humana. La herramienta ElevenLabs es capaz de reproducir fielmente nuestra voz en distintos idiomas y cadencias. Se comercializa como una aplicación de inteligencia artificial “cautivadora” para diseñar videos, videojuegos, audiolibros y chatbots.

La revista digital Collateral Bits opina lo siguiente sobre esta herramienta:“ElevenLabs es lo último que el mundo necesita: con solo un minuto de grabación, y por un dólar al mes, este software es capaz de clonar la voz de cualquier persona y hacerle decir cualquier cosa”. Lo mismo que el deepfake, ElevenLabs es fácil de usar.

En asociación con la empresa D-id o The Digital People Platform, ElevenLabs también ofrece el servicio de crear avatares, es decir, clones digitales no humanos con nuestra apariencia y nuestra voz. Si la oveja Dolly estuviera viva, se sonrojaría ante estos clones.

¿Qué pasaría si su cara, su voz y el resto de su información personal cayeran en las manos virtuales equivocadas?

De TIC a TRIC

Conscientes del mal uso que se le puede dar a la inteligencia artificial, el interés mundial por el consumo tecnológico responsable creció considerablemente en los últimos años.

Aunque el término responsable tradicionalmente se refiere al compromiso personal de adquirir bienes y servicios tecnológicos producidos con estándares laborales, sociales y ambientales creíbles, la responsabilidad implica más cosas, entre ellas, el civismo digital.

La Unesco define el civismo digital como la capacidad para navegar por el entorno de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) de forma segura y responsable. En el contexto del civismo digital, la seguridad y la responsabilidad consisten en tomar conciencia de dos cosas: la huella digital y la actitud digital.

La literatura científica define la huella digital como el grueso de los datos que producimos de forma voluntaria e involuntaria en internet, por ejemplo, cuando creamos avatares con inteligencia artificial, hacemos los trabajos de la ucon ChatGPT, compartimos una canción de Spotify, compramos en Amazon, hacemos un Sinpe o nos pesamos en nuestra báscula inteligente. En todas estas situaciones cotidianas, el usuario imprime un rastro o huella digital con su información personal.

La actitud digital, por su parte, alude a un comportamiento activo, crítico, sensible y ético en la red cuando nos relacionamos con otros usuarios.

El componente relacional es tan relevante que la erre de relaciones amplía la noción de TIC a TRIC, que ahora se denomina tecnologías para la relación, la información y la comunicación.

Las TRIC ponen en valor a la interacción humana que tiene lugar en los espacios de estudio, trabajo y ocio, como el correo electrónico, las redes sociales, los videojuegos en línea, las plataformas de estudio o de trabajo en remoto, así como las aplicaciones de mensajería instantánea.

En toda la extensa lista de entornos digitales disponibles, dejamos constancia del respeto o irrespeto por la “netiqueta”, es decir, las reglas escritas y no escritas que intentan regular el comportamiento digital del usuario en el ciberespacio, con el fin de mantener un entorno sano y seguro.

Montse Guitert y Teresa Romeu, profesoras del ámbito de las competencias digitales en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), plantean algunas preguntas para reflexionar sobre nuestro civismo digital: ¿Modifica cada cierto tiempo las contraseñas que utiliza habitualmente en internet? ¿Lee las condiciones de uso y la política de privacidad de los servicios en los que se registra? ¿Se expresa libremente en la red? ¿Tiene una actitud ética y responsable al publicar en las redes sociales?

Estas preguntas derivan en otras que, por desgracia, nos resultan familiares: ¿Utiliza perfiles falsos para insultar, acosar y humillar a otros usuarios?¿Comparte información privada sin consentimiento de la parte implicada? ¿Vende o paga los servicios de un trolpara difundir información falsa o tergiversada?

La próxima vez que tenga curiosidad o ganas de crear un avatar, o si ya lo tiene, no se limite a elegir una apariencia física fiel o mejorada de la suya. Tómese el tiempo necesario para meditar sobre qué tipo de ciudadano virtual quiere ser y si, a través de un clic, está dispuesto a abrir las puertas de su casa al primer desconocido que pase por delante.

manuelaurena@gmail.com

La autora cuenta con 15 años de experiencia internacional en las Naciones Unidas y la Unión Europea. Oriunda de la zona de los Santos, trabaja como consultora internacional en sostenibilidad aplicada a la industria agroalimentaria. Lectora asidua y fiel seguidora del músico canadiense Neil Young. Siga a Manuela en Facebook y Linkedln.