Científicos que sufrieron persecución

Un repaso del trabajo de algunos hombres de ciencia que terminaron muertos o exiliados debido a sus investigaciones

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Del testimonio histórico que repasaré, resulta evidente la necesidad de proteger a los científicos de los ataques en razón de los prejuicios típicos de las corrientes ideológicas.

Esta es una de las mayores amenazas a las que la ciencia se enfrenta y tomar consciencia de ello es uno de los deberes intelectuales de los occidentales.

La primera persecución la sufrió el científico soviético Aleksandr Fridman, matemático ruso cuyas conclusiones a principios del siglo XX lo llevaron a proponer que el universo en estado estacionario era inviable y que el universo debía permanecer en estado de expansión.

Fridman demostró que el universo tuvo principio. Su prueba científica tenía consecuencias terribles para el régimen soviético, que estaba sentado sobre la base del materialismo histórico de Karl Marx y Friedrich Engels.

El materialismo histórico partía de que el universo y la existencia del hombre estaban condicionados a un principio axiológico cardinal: toda la realidad con la que los seres humanos interactuamos está constituida únicamente por materia y energía, y nada existe fuera de ella.

Para facilitar la suposición materialista, era indispensable promover la existencia eterna de la materia, pero los cálculos de Fridman lo desdecían y sus resultados eran fatales para los intereses ideológicos de la nomenklatura soviética, dirigida por Stalin, quien en 1925, al parecer, ordenó asesinarlo.

De acuerdo con el investigador francés Michel-Yves Bolloré, los mandos soviéticos advertían de que asegurar que el universo tuvo principio era “un tumor canceroso” que corrompía “la teoría astronómica” de la época. Para ellos, representaba “el principal enemigo ideológico de la ciencia materialista”.

La persecución contra los científicos por el régimen estalinista continuó. Se ensañaron contra los del Observatorio Astronómico de Púlkovo, en Leningrado, donde los científicos documentaban cálculos que daban por cierto que el universo tuvo un comienzo.

El observatorio, dirigido por Borís Guerasimóvich, era uno de los más prestigiosos de esa nación. La arremetida se inició con una serie de publicaciones en la prensa oficial del partido, donde se atacaban sus conclusiones por considerarlas una tendencia contrarrevolucionaria.

Con el pasar de las décadas, la tesis del observatorio fue confirmada: ciertamente el universo tuvo un inicio y tendrá un final. Pese a ello, en aquel momento, los científicos fueron acusados de aupar las tesis religiosas.

Además de Guerasimóvich, fueron fusilados los científicos Dimitri Eropkine, secretario de la Comisión de Estudios Solares; Evgueni Perepelkine, jefe del Laboratorio de Astrofísica; y los científicos Maximilian Musselius y Piotr Iachnov, astrónomos en el observatorio y que contribuyeron a los resultados de dichos cálculos.

Después de arrestarlo en su apartamento de la calle Rubinstein de San Petersburgo y juzgarlo en febrero de 1938, el físico Matvei Petrovich Bronstein fue muerto de un tiro, por sus estudios pioneros en gravedad cuántica, incómodos también para las teorías materialistas del sóviet. Asimismo, fue fusilado Borís Númerov, miembro de la Academia Soviética de Ciencias, autor del método para resolver las ecuaciones diferenciales de segundo orden.

Las persecuciones totalitarias de la historia reciente no se limitan a los prejuicios materialistas de la doctrina marxista, sino también a la experiencia del darwinismo social nazi, básicamente de naturaleza racista.

El movimiento Deutsche Physik fue usado por las instituciones alemanas del nazismo para perseguir a los científicos judeoalemanes que no comulgaran con sus convicciones.

Atacaron a Werner Heisenberg, cuya tesis sobre el principio de indeterminación chocaba, según el criterio de las autoridades nazis, contra la “física aria” y “el secularismo nazista”.

Max Born, premio nobel de física en 1954, debió huir a causa de sus teorías acerca de la mecánica cuántica, incómodas para la ideología nazi. Por razones asociadas a su condición étnica o racial, tuvieron que exiliarse Kurt Gödel y los judíos Albert Einstein y Otto Stern. Este último, premio nobel de física en 1943 y poseedor entre 1925 y 1945 de 82 nominaciones al Nobel, la mayor cantidad en el campo de la física.

En las últimas décadas, es un grito a voces la solapada persecución, de menor intensidad, que sufren miembros de la comunidad científica y académica, que los obliga a ocultar sus convicciones culturales para no ser excluidos de las oportunidades que ofrece la participación en el gremio.

Recordemos las humillaciones sufridas por el monje agustino Gregor Mendel, del que fueron igualmente ignorados sus estudios científicos sobre los principios básicos de la herencia genética.

Por ser hombre de fe, Mendel estaba convencido de que, tras la creación, existía un orden prediseñado, por lo que se dispuso a escudriñar el mundo natural hasta descubrir los principios básicos de la herencia genética mediante el cultivo de guisantes, que era lo que tenía a la mano.

El abad publicó sus estudios en la revista de la sociedad científica de Brno, muy difundida en Europa. A pesar de los datos que Mendel aportó, la comunidad científica le pagó con la indiferencia y el desprecio.

La explicación de esa actitud se debió al hecho de que él era un monje y, por tanto, ajeno a la comunidad científica. Los prejuicios prevalecieron frente a la evidencia científica.

fzamora@abogados.or.cr

El autor es abogado constitucionalista.