Chaves vulnera la discusión racional

Si algo ha hecho Rodrigo Chaves durante su gobierno, es renunciar a las conversaciones o debates racionales que ahora dice añorar

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En su acto mediático del pasado miércoles, el presidente Rodrigo Chaves lamentó la ausencia de una conversación o discusión racional en materia de impuestos. Tiene razón, y es una lástima. Sin racionalidad en el debate público y las negociaciones políticas, difícilmente avanzaremos hacia las soluciones y transformaciones necesarias para el país.

La materia impositiva es particularmente susceptible de lo contrario. A menudo se imponen simplismos, distorsiones, etiquetas y enmarcados efectistas; por ejemplo, llamar “paquete” a cinco proyectos de ley o utilizar el lema “no más impuestos” como línea discursiva.

El lamento presidencial, sin embargo, solo cumple con la primera de las dos virtudes básicas en que, según el filósofo inglés Bernard Williams, se sustenta la verdad: la precisión. De la otra, que es sinceridad, se aleja por completo. Para cumplir con esta última se requiere, por lo menos, ser consecuente en el resto de las decisiones y expresiones. Y si algo ha hecho don Rodrigo durante su gobierno, es renunciar a las conversaciones o debates racionales que ahora presume añorar.

Para que tal dinámica exista, debe haber fidelidad a los hechos, conocimiento y apego a la institucionalidad y sus normas, respeto al pensamiento ajeno, claridad en la visión del país, buena estrategia política, que supera los artilugios discursivos, actitud de escucha y capacidad para sentarse a discutir en buena lid con diversos sectores y poderes. Es decir, un ejercicio real de cultura e higiene democráticas. Pero el presidente Chaves no solo ha desdeñado estas líneas elementales de racionalidad política. Más bien, se ha dedicado a degradarlas.

Recurrir a medias verdades o mentiras completas. Incitar al odio contra medios, periodistas o políticos que lo cuestionan. Dividirnos entre los “nadie” y los “ticos con corona”. Intervenir en la autonomía de instituciones. Lanzar proyectos contrarios a la Constitución. Repartir culpas entre ministros por decisiones propias.

Todo lo anterior, lejos de propiciar, dinamita la discusión racional. El presidente la reclama en lo puntual, pero desdeña y degrada en lo general. Tenemos, por esto, múltiples razones para poner en duda su sinceridad. Me encantaría equivocarme. Quizá entonces nos acercaríamos a un ejercicio democrático más sano y productivo.

El autor es periodista y analista.

Correo: radarcostarica@gmail.com

Twitter: @eduardoulibarr1