Carta a Tatica Dios

Petición para construir una sociedad más justa, inclusiva, solidaria y feliz

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Estimado Tatica Dios:

Mucho me precio de saludarle y aprovecho para enviar una felicitación a su hijo por su próximo cumpleaños. En realidad, le escribo para pedirle un favorcito, si estuviera en su santa voluntad.

Viera que yo vivo en un país chiquitico, pero de espíritu generoso, donde mucha gente buena y trabajadora lucha todos los días por construir una sociedad más justa, inclusiva, solidaria y feliz.

Pero la verdad sea dicha, bueno, usted ya la conoce, también hay alguna gentecilla envidiosa y mal portada que prefiere las malas artes para andar en busca de camorra y negocios raros.

Por ellos le escribo, Tatica Dios, para pedirle que les enderece el tronco torcido y que de un soplo suyo los saque de ese laberinto de espinas por donde vagan como ánima en pena.

Para ir al grano, su merced, me refiero a los corruptos, a los abusadores, a los vagabundos, a los choriceros, a los vendedores de humo, a los codiciosos, a los saboteadores del progreso y a los doble cara.

No crea que yo me siento muy santo, porque también tengo mi saco de defectos que necesito remendar con su divina gracia, pero viera cómo me sacan de quicio las fechorías nivel ballena de estos personajes.

Con solo contarle lo que pasa con los impuestos. Para algunos vivillos, la plata del pueblo es como la alcancía de la abuela, a la que pasan escamoteando para financiar goyerías, privilegios e irregularidades.

Por eso, el dinero, que de todas formas es escaso, a veces no llega completo a su destino o solo alcanza para hacer cosas a medias o mal hechas, como algunas carreteras que hay en mi terruño.

También están los amigos de lo ajeno. Ya sé que esa es una especie tan antigua como el diluvio universal, conste que no es un reclamo, pero viera cómo anda esa gente desaforada por aquí.

Casitas, carros, billeteras, ahorros, tarjetas, cuentas bancarias, celulares, computadoras y todo lo que tenga algún valor se encuentra ahora bajo el acecho de esos seres que viven de la ingenuidad de los otros.

Y, por supuesto, no faltan aquellos que se roban el salario retozando en el cálido regazo de la burocracia, los que atoran todos los trámites entre un papeleo interminable y los que parecen gozar de inmunidad eterna por sus faltas.

Le ruego, Tatica Dios, que toque los corazones de todos ellos en esta Nochebuena. Pero, si conforme a su infinita sabiduría todavía no fuera el tiempo adecuado, de todas formas le agradezco mucho la atención prestada. Atentamente, el tico.

rmatute@nacion.com

El autor es jefe de información de La Nación.