Cambio y parálisis

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La velocidad del cambio es tan rápida y la dificultad de planificar tan grande --y hasta peligrosa--, que Estados Unidos decidió someter sus telecomunicaciones al mayor socollón legal de su historia. La palabra que mejor puede resumir el cambio es esta: desregulación. Es decir, apertura y renuncia a la pretensión de someter a estrechos moldes uno de los sectores más dinámicos de la tecnología y la economía contemporáneas.

No es que, tras la reforma firmada el jueves por el presidente Clinton, ahora todo quede a la "ley de la selva": de hecho, la legislación introduce algunos nuevos controles, como la penalización de la distribución de material pornográfico por Internet y la obligatoriedad de que los nuevos aparatos de televisión tengan un dispositivo para "bloquear" programas en el hogar. Tampoco se puede llamar a la ley una panacea: hay dudas sobre el impacto inmediato en los precios de servicios y se ha cuestionado mucho la separación --sin costo-- de una parte del espectro para que las televisoras ya existentes emitan señales digitales.

La mayor lucidez de la ley es reconocer que en una industria de cambio frenético la mejor forma de promover el progreso, la competitividad y --eventualmente-- la armonía entre consumidores y productores, es estimulando la competencia, la apertura y la innovación de estos últimos.

Que tal cambio se dé en el mercado más dinámico del mundo, mientras en el nuestro estemos paralizados discutiendo el estatus de una institución (el ICE) que puede convertirse en obsoleta a corto plazo, demuestra cuánta miopía prevalece aún en nuestro debate político.

La única brisa refrescante en medio de este acartonamiento es la donación del Banco Centroamericano de Integración Económica para que nuestra red informática académica CR-Net sea el eje de una interconexión centroamericana. Por lo menos aquí sí hay pensamiento a futuro. Ojalá se imponga sobre el de quienes aún discuten sobre una realidad que a corto plazo solo podría ser pasado.