Buenos días: Olla de presión

El racismo alcanza niveles insospechados en Estados Unidos, tanto que la gente se arriesga al contagio en aras de defender los derechos de una población históricamente discriminada.

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Como una enfermedad silenciosa y ponzoñosa, la discriminación amenaza con una metástasis en la humanidad y causar una fractura irreparable.

Aunque la intolerancia por razones de género, raza, culto, ideología o preferencia sexual es tan antigua como el mismo ser humano, evidentemente se exacerbó en los últimos tiempos.

Un buen termómetro de esta triste realidad es la reacción mundial generada debido a la muerte por asfixia del afroestadounidense George Floyd a manos de un policía.

En todos los confines del planeta, miles de personas han salido espontáneamente a las calles a lanzar un contundente grito de censura contra el racismo, la violencia y la intolerancia.

Para esta mancha de indignados, su causa es tan importante y urgente como para desoír las recomendaciones sanitarias tendentes a evitar el contagio de la covid-19 y la exposición a la represión.

¿Cómo explicar este tipo de movimientos sociales en tiempos de pandemia?

Es evidente que el fallecimiento de Floyd en Estados Unidos terminó con hacer estallar una olla de agua hirviendo, que venía calentándose desde hace mucho tiempo.

Resulta claro que las violaciones a los derechos de las minorías, el maltrato, los estereotipos, las etiquetas y el bullying han dejado profundas cicatrices en nuestra aldea global.

De hecho, tal pareciera que el trágico episodio de Minneapolis tocó fibras sensibles de personas que vieron reflejada allí, de alguna forma, violencia que han sufrido o han visto en su entorno.

La mayoría canaliza su ira en forma pacífica, pero nunca faltan los “infiltrados”, quienes se aprovechan de esas luchas para dejar salir frustraciones con la misma violencia que dicen combatir.

Sin embargo, por más que nos cueste admitirlo, ambas caras forman parte de un mismo fenómeno, pero que tiene diferentes válvulas para liberar la presión.

La duración y los resultados de este movimiento son inciertos. No obstante, los líderes mundiales deberían estar tomando nota del malestar expresado por sus conciudadanos.

Buscar una sociedad justa y equitativa debería dejar de ser un discurso cliché de los políticos, y convertirse en una prioridad para evitar que la polarización termine destruyéndonos.

rmatute@nacion.com

Ronald Matute es jefe de Información de La Nación.