Buenos días: Club de los Criticones

Un cuento sobre cómo don Mezquino llega a la conclusión de cuán necesario es el tren

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Aquel día, don Mezquino sencillamente no podía faltar a la reunión. Aunque tenía restricción vehicular y sabía que no debía romper su burbuja social, decidió que su asistencia presencial estaba justificada.

Claro, y cómo iba a perderse una sesión solemne del Club de los Criticones, donde tocarían uno de sus temas favoritos: el tren eléctrico metropolitano de la GAM.

De camino al encuentro, se relamía al pensar en los bocadillos que doña Intrigosa, la anfitriona de la actividad, de seguro había preparado para condimentar la plática.

Uyy, el picadillo de cizaña con papa o sus famosos gallitos de ironía con rebanadas de chisme son una experiencia religiosa. Ni que decir del ponche de frutas con mentirillas.

Las lejanas luces de un retén policial sacaron a don Mezquino de sus cavilaciones y lo obligaron a realizar una maniobra prohibida en carretera para evitar un parte seguro.

De nuevo en ruta, trató de concentrarse en la cuestión de fondo de la reunión, porque sabía que don Politiquero iba a estar presente tratando, ¿cuándo no?, de llevar agua a su molino.

¿Qué se cree este tipo?, pensó. El hecho de que tenga aspiraciones electorales no le da derecho a querer robarse el show siempre. Además, ni siquiera entiende la letra menuda de este asunto.

Un rótulo amarillo fosforescente y el lento avance de los vehículos le avisaron a don Mezquino que estaba cerca de llegar a una rotonda en remodelación.

Mientras discutía con un chofer, a quien quiso adelantar por la fuerza, recordó que doña Lamento de van Buseta alega siempre en las reuniones que el tren amenaza su negocio.

Claro que debe sentirse intimidada, reflexiona él, con una nueva modalidad de servicio que la obligaría a ser más eficiente y transparente si no quiere perder pasajeros y dinero.

Un bloqueo organizado por don Trosquito, esporádico contertulio del club, para reclamar un merecido incentivo para viajar gratis en limusina, detuvo la marcha de don Mezquino.

Entonces, resignado porque ya no llegaría a la sesión, traicionó por un instante su naturaleza y bajó la voz para decir: “¡Qué vaina!, cuánta falta hace el dichoso trencito eléctrico”.

rmatute@nacion.com