Bochornos aéreos

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Primero que todo ofrezco sentidas disculpas a todos mis compatriotas por haber creído durante tanto tiempo que solo los costarricenses éramos capaces de dar espectáculos bochornosos en los aviones. Creo que la historia que me sacó de mi error merece ser contada pues es, cuando menos, un ejemplo de esos episodios de pasividad colectiva de los más ante un determinado exceso de los menos.Todo parecía tranquilo en el recorrido Santiago-Guayaquil-La Habana-San José que iniciaba la aerolínea LADECO, hasta que un grupo de seis hombres y una mujer chilenos --a juzgar por su acento-- empezaron a destacar por el tono y la algarabía de sus conversaciones. Al aproximarnos a la primera escala, dos horas después, la situación había cambiado, gracias al generoso suministro de licor de la tripulación. Próximos a aterrizar en Guayaquil, el escándalo del grupo aumentó y no faltó incluso un estribillo a favor de Pinochet.

En el aeropuerto local, los bulliciosos rápidamente se abastecieron de más licor, se tomaron fotografías bebiendo tragos a pico de botella y regresaron al avión esgrimiendo un Johnnie Walker etiqueta negra como trofeo de guerra.

Faltaba el plato fuerte. Advertida la nueva tripulación de lo que pasaba, la sobrecargo jefe dijo de inmediato que no despegaríamos mientras no entregaran todo el alcohol. A partir de ahí, ir y venir de funcionarios, consultas a puerta cerrada en la cabina de los pilotos y a final de cuentas una demora de más de media hora en la salida. Al llegar a Cuba alguien comentó que el grupo aceptó entregar una botella pero que de camino se tomó dos que mantuvo ocultas. Por eso, al verlos en fila de espera en Migración, algunos de ellos tambaleándose, alardeando para todos los que no queríamos oírlos, no pude menos que abrigar el ferviente deseo de que un nuevo hurra a don Augusto encontrara al oficial de malas pulgas y los recién llegados pasaran al menos su primer día en la isla, no precisamente en Varadero.