Atónitos y expectantes

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Desde el desmoronamiento del Banco Anglo, hasta la captura de Ricardo Alem en Miami, el país ha entrado en un virtual estado de crispación, estimulada por otros ingredientes nada despreciables como las alzas en los tipos de interés, la merma de las reservas en dólares y la inminencia de un tornado de despidos que se cierne inevitable sobre la cosa pública.

En estas circunstancias, los signos externos de riqueza sin explicación lógica se han convertido en un elemento de sospecha. Los escándalos financieros de los grandes nombres y las grandes firmas que no han honrado sus compromisos con la institución bancaria que colapsó, se han convertido así en el caviar nuestro de cada día ante una opinión pública atónita, en espera de lo que le depararán las informaciones de la jornada siguiente. El jarrón del Estado de Derecho trata de sostenerse firme ante tanto cimbronazo de la más diversa índole que sacude -un día sí y otro también- el andamiaje nacional, construido con tanto cariño, esmero y -lo que es más importante- decoro por aquellos dirigentes públicos y privados que nos precedieron en todos los quehaceres de la vida institucional.

La clase media costarricense, elemento estabilizador, pero al mismo tiempo fiscalizador, del comportamiento y actitud de aquellos en que delegó funciones, barrunta tiempos de zozobra, a la vez que insta mentalmente a que la mesura de gobernantes y gobernados prevalezca, ayudando a restaurar todo lo que se ha dañado, creando el clima de confianza necesario que disipe la desorientación moral imperante.

Cuando se habla tanto de la globalización de la economía y la política, ?no podemos todos contribuir en algo a la restauración del sentido común y la mesura, empezando por casa? Estamos a tiempo, señores.