Amarga reflexión sobre Bukele y otros de su especie

Hago estas agrias reflexiones al ver que en el mundo se multiplican los dictadores y aspirantes a serlo que gozan de amplio apoyo popular

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Entre los muchos supuestos que este turbulento siglo XXI se ha traído abajo está la creencia en que las dictaduras son, necesariamente, el gobierno de una minoría que oprime a la mayoría. Ya quisiera uno que siempre fuera así, pues la superioridad normativa de las democracias sería incontestable por ser el reverso de la tortilla: el gobierno de la mayoría (con respeto a las minorías).

La historia real es más complicada que eso. Hay dictadores que logran captar el sentir de las mayorías y obtienen la aquiescencia de muchos para el ejercicio de la arbitrariedad. Más aún, varias personas pueden considerar la vida en una dictadura como normal, aburrida y tolerable. Y no es porque alguien les “lavó el coco”, o porque sufran en silencio, sino simplemente porque no se imaginan algo distinto.

Lo complicado es que por esa vía millones se tornan cómplices de los crímenes y la represión, mientras les garanticen orden y estabilidad. Esta incómoda constatación abre paso a un amargo reconocimiento: el retroceso democrático, y finalmente la caída de una democracia, puede darse con el aplauso de una mayoría convencida de que un dictador popular es la solución a un régimen impopular que dejó de responder a las demandas y aspiraciones populares. Porque, y esto es duro reconocerlo, una democracia puede convertirse en el gobierno de minorías poderosas cuando estas secuestran la vida política, sea mediante el manejo de los resortes de la institucionalidad o por el bloqueo de iniciativas que no convengan a sus intereses.

Hago estas agrias reflexiones al ver que en el mundo se multiplican los dictadores y aspirantes a serlo que gozan de amplio apoyo popular. Pienso en el hijo del dictador Marcos en Filipinas, recién elegido presidente con abrumadora mayoría, apenas una generación después de la gran lucha por deponer a su padre. Pienso en Bukele, aquí en Centroamérica, el presidente más popular de América Latina, pese a su ataque demoledor al régimen de libertades ciudadanas y derechos humanos. En la Hungría de Orbán y en tantos otros países...

La democracia, entonces, me parece más frágil que nunca, un ecosistema delicado. Nuestra democracia, para hablar en singular. Veo la urgencia de hacer valer la promesa de que en ella las libertades y derechos ciudadanos van de la mano de una prosperidad general que lleva casi dos décadas de mostrársenos elusiva.

vargascullell@icloud.com

El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.