Al grano

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A pesar de los primeros escarceos del pacto Figueres-Calderón para lograr una sustancial reforma del Estado y una Costa Rica recompuesta para asumir los retos de un mundo tan cambiante, prevalecen en el ambiente nacional una serie de lógicos temores que solo el tiempo y los hechos disiparán o confirmarán.Uno de ellos, quizá el principal, es que toda esa aparente euforia de cambio que inspira a ambos líderes para acabar con los dogmas y vicios estatales desaparezca como por encanto una vez que el gobierno logre su ansiado objetivo de aprobar el nuevo paquete de impuestos, y la Unidad Socialcristiana consiga pasar el proyecto de garantías económicas.

Conociendo a los políticos, expertos en manipular la ingenuidad y buena fe de la gente, ese temor no deja de tener cierto sentido y fundamento, pero me resisto a creer que esta vez Figueres y Calderón estén queriendo exponer aún más la ya deteriorada credibilidad de los costarricenses en sus gobernantes con promesas de cambio que jamás se darán o que se realizarán parcialmente.

El paso dado hasta ahora por ambos líderes, aunque muy preliminar, ha creado ya no solo una enorme expectativa nacional, sino una fuerte reacción en cadena de los sectores que apoyan o rechazan la iniciativa, entre quienes destacan los que la condicionan a un determinado énfasis ideológico para que sea más socialdemócrata o más socialcristiana, y los que, por conveniencia o ignorancia, definitivamente continúan en la prehistoria.

Lo que más bien es preocupante de ese histórico pacto es que hasta ahora éste únicamente se haya desenvuelto en el plano de los anuncios y de las buenas intenciones para cambiar esto y lo otro, y no de un programa serio, claro y contundente que contenga el "cómo" se va a realizar el proceso, el cual, por su magnitud, requiere de mucha coherencia y organización. ?Cuál es, por ejemplo, el equipo humano que trabajará en la aplicación de esas medidas? Si, como dicen por ahí, el gobierno pretende inspirarse en la experiencia de Nueva Zelandia, recordemos que a ese país le tomó alrededor de diez años desarrollar su vasto programa de reformas.

En otras palabras, lo que el gobierno y la oposición han hecho hasta ahora es enseñarnos el confite de lejos sin entrar de lleno al fondo de la cuestión con el rigor del caso. No veo que aún tengan algo consistente que ofrecer para darle a las medidas propuestas el amarre y celeridad que exigen antes de que el huracán electoral, así como las fuerzas antediluvianas del país, barran de cuajo con la ilusión de transformar positivamente el país.

?Qué medidas han previsto Figueres y Calderón para mantener en vigencia el pacto en tiempos de tormenta electoral o política? ?Cuál es el mecanismo que ellos han diseñado para que el proceso no se interrumpa a medio camino? ?Cuándo darán a conocer, y dentro de qué términos, las medidas para erradicar los odiosos monopolios? ?Qué va a pasar, por ejemplo, con las telecomunicaciones? ?Se comprará Figueres la bronca con los sindicatos del ICE al privatizarlas?

Esa es la parte del puente más difícil de cruzar y será ahí donde se ponga a prueba la verdadera fortaleza y voluntad política de los dos líderes para hacer realidad el pacto. Quizá esas interrogantes sean las que a muchos les haga creer con gran pesimismo que, a fin de cuentas, el pacto terminará, junto con nuestro anhelo de una Costa Rica remozada, el día que se apruebe lo que los políticos quieren y no lo que el país necesita.