¿Adónde vas humanidad en Navidad?

Ojalá despertemos de la modorra nacional que, especialmente después del aguinaldo, nos invade

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Muy en alto, encima del altar en la iglesia de San Pedro de Montes de Oca, figura la frase Quo vadis Domine. Muy bíblica, claro, pero no es la primera vez que, a mi modo, invierto la perspectiva, preguntando adónde vamos como hombres, en este caso específicamente, con lo que seguimos llamando “Navidad”.

¿Será que soy un nostálgico empedernido? De adolescente, recuerdo duros inviernos europeos y papá obligaba al hijo menor a quitar la nieve de la vereda porque el propietario era y sigue siendo legalmente responsable.

Ah… pero si estudié Filología y manejo un par de idiomas es porque pertenecí a varios coros y, en Navidad, ese acontecimiento histórico se celebraba cantando en varias lenguas. Y aquel adeste fideles significaba y representaba algo más que acudir al súper.

De universitario, recuerdo haber tenido un examen un día 24 de diciembre a las 11 de la mañana. Después, corre, corre a la estación, dos horas de tren con transbordo; en casa, mamá, en múltiples tareas navideñas, apuraba para que terminara un bocado ¡y a ayudar se ha dicho!

A montar el árbol, grande, alto, de nuestros pinos del norte; luego el portal, con base en estatuillas lindas debajo de un papel café arrugado, con coloridos imitando una gruta. Misa de gallo y a dormir.

Ahora, berreo y bacanal vacíos durante un mes y sinsentidos más o menos grandes, como el “regalo navideño”my God— que unos padres en Estados Unidos dieron al hijo. Un instrumento que fue utilizando en la matanza de compañeros de colegio por un muchacho nihilista.

Me dirán que eso no pasa aquí, que vivimos como en una gran familia, que somos un pueblo todavía con valores. ¿De veras? ¿No se nos cayó el castillo de naipes con las noticias muy nacionales de los últimos meses?

Viejo docente, no estoy por recomendar la receta de ciertos conventos de antes, donde, a base de memento mori, los pobres enclaustrados se llenaban la cabeza de pecado y penitencia, y se castigaban mutuamente, olvidando agradecer la vida, las flores, los amaneceres y atardeceres que, por estos lares, no me pierdo.

Ojalá despertemos de la modorra nacional que, especialmente después del aguinaldo, nos invade. Tengamos principios y fines de avance educativo, de infraestructura material y moral. Quitemos la venda de autoengañarnos en forma permanente, como nacidos en una esquinita del paraíso, adormecidos en mutua contemplación perenne; por supuesto, celebremos el fin de año: vale la pena apuntarse a un cambio de calendario, las vacaciones, una escapadita, pero esa mentalidad de seguir creyéndonos el “pura vida” nos mantiene bien anquilosados.

Tengo para mí que el Dominus aludido nos pide, en primera instancia, dominarnos, poner los piecitos en el suelo.

Que Navidad sea también una etapa de autoanálisis para enrumbarse hacia metas alcanzables, pero marcadas con valores, no solo de bolsa. Siendo originalmente la celebración del cumpleaños de un palestino especial, pensemos en una fiesta digna.

Navidad, Natividad y Noël son vocablos que remontan a la misma idea del nacer. Pero, entre otros, una bebida gaseosa, de manera maquiavélica y mercantil, inventó en los años 30 alterar una fiesta con un Papa Noël que nada tiene de padre digno, y de allí en adelante continuó la bastardización de la actividad.

¡Viva la fiesta! ¡A celebrar se ha dicho! Pero con dignidad, no con alienación; con búsqueda, no con escape. Insisto: aquel Domine sabía su ruta y nos invitaba. Pero seamos honestos, ¿adónde vamos nosotros, los hombres? Pues sí, a elecciones, ¿y qué más? Tomemos cartas en el asunto.

valembois@ice.co.cr

El autor es educador.