Acerca de las decisiones

Un jerarca es transitorio, pero las consecuencias de su decisión quedan

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En el béisbol de los Estados Unidos, la mejor liga del mundo, un jugador es considerado como un bateador extraordinario si mantiene un promedio igual o superior a 0,333. Esto significa que una de cada tres veces que le toca batear, le pega bien a la bola y llega a una base; o pega un home run (“vuelacercas” en el argot beisbolero) y anota una carrera.

Este promedio significa, sin embargo, que un jugador así falla dos de cada tres turnos al bate, pues toma decisiones equivocadas y el pitcher o lanzador le gana el duelo. En otras palabras, un bateador gana millones de dólares a pesar de que falla la mayoría de las veces. Y agrego un detalle: cuando se enfrenta al lanzador, su equipo le ha dado buena información sobre su oponente (por ejemplo, cómo lanza las bolas). Se equivoca, pues, informadamente.

Quienes ocupan cargos con responsabilidad de tomar decisiones sobre el rumbo de una institución, empresa o, más ampliamente, un país podrían aceptar que, en efecto, el error es un compañero inevitable del ejercicio del poder. Que están en una situación similar a la del bateador de béisbol e, incluso, mucho peor, pues muchas veces tienen que decidir con menos información de la que recibe el jugador, sabiendo, sin embargo, que, en su caso, equivocarse puede afectar la vida, integridad y patrimonio de muchos.

En un mundo ideal, las personas con poder de decisión conocen esto y, por tanto, cuando deciden, razonan cuidadosamente y con gran sentido de responsabilidad, para así reducir la probabilidad del error. En el mundo real, a muchos les “pela” y toman decisiones medio crudas por una multiplicidad de razones baladíes: porque tienen fe ciega de estar en lo correcto, se creen más inteligentes que los demás, por revanchismo, impulsos o simplemente porque “pa’ eso” tienen poder.

En la esfera pública, la carga de la responsabilidad de la decisión es aún mayor. Nuestra Constitución Política dice que los servidores son simples depositarios de autoridad. Un jerarca es transitorio, pero las consecuencias de su decisión quedan. Por eso, cuando hacen cambios, la gramática de su decisión debiera ser robusta y claramente expuesta ante la ciudadanía. Un ejemplo me viene a la mente: el año pasado, un señor se voló el proyecto del tren eléctrico; hoy, el hombre ya no está en el cargo, pero el país se quedó con las manos vacías. Así de fácil, así de frívolo.

vargascullell@icloud.com

El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.