¿Acaso la esperanza es solo un sueño?

La esperanza no es un sueño, sino una actitud creativa y dinámica, que no se contenta con seguir la corriente de lo que se tiene a la mano

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Duele pensar en las terribles contradicciones que en tan solo año y medio se han producido en el mundo y, en particular, en nuestra región centroamericana.

Sabíamos, porque no había razones para ser ingenuos, que se corría el riesgo de entrar otra vez en conflictos terribles, porque la marginación, la pobreza y el odio no se habían esfumado del horizonte. Pero teníamos la ilusión de que nos concentraríamos en atacar esos problemas, ya que no había más razones para permanecer encerrados en nosotros mismos.

Finalmente habíamos alcanzado el sueño de comunicarnos globalmente y viajar no era ya un deseo inalcanzable porque el mundo se había hecho pequeño.

La comunidad internacional, sin embargo, comenzó a decaer ante el surgimiento de lo que se conocía desde siempre. Intereses, odios e ideologías esperaban escondidas para manifestar su veneno destructor.

De ahí que venga espontánea la pregunta: ¿es lógico seguir teniendo esperanza? ¿Llegaremos a asumir la responsabilidad de construir un mundo más armonioso y pacífico? ¿No parece inevitable el conflicto, como si estuviera impregnado en nuestros genes? ¿Acaso tienen razón aquellos que insisten en afirmar su pesimismo sobre la especie humana por considerarla esencialmente destructiva?

Todas estas preguntas son pertinentes, pero cabría pensar en la perspectiva desde la cual son formuladas. En efecto, presuponen una especie de observador separado de la realidad, que enjuicia lo que ve y es capaz de emitir una sentencia.

De esta manera, quien se hace estas preguntas se desentiende del núcleo esencial de lo que ellas expresan. Se parte de un “debería ser así” para posicionarse en una indiferencia maquillada de criticidad.

No es posible ser un observador neutro de la historia, porque somos parte de ella. Ni podemos simplemente condenar las acciones de los otros sin implicarnos. Cuando afirmo que existe una injusticia, inmediatamente se nos cuestiona sobre nuestra posición con respecto a ella.

Vivir, ser libre, expresarse

Lo mismo cabe para la violencia. Si la percibimos, es que en cierta manera la experimentamos y nos convertimos en parte del problema. Por eso, la pregunta sobre si es posible mantener la esperanza se abalanza sobre nosotros con toda su fuerza: ¿Puedo yo mantener todavía la esperanza en mí, en mis acciones y opciones? ¿Pueden los demás descubrir en lo que hago una señal de un futuro alternativo que se construye, aunque sea en la insignificancia de mis relaciones, trabajo y circunstancias?

No se trata, sin embargo, de entender el concepto de esperanza desde un personalismo radical o un imperativo a la conciencia individual. Se trata de ver cómo dentro de una sociedad me coloco para influir en ella de manera consciente y responsable.

Porque la esperanza no se refiere exclusivamente al futuro, se trata más de una actitud presente, actual y real; en el sentido de que la esperanza se encuentra reflejada en la forma de actuar y percibir el mundo en el hoy. Si bien la esperanza puede tener una dimensión futura, como el anhelo por construir una utopía, ese elemento es totalmente secundario, pues lo que importa es la actitud positiva con la cual enfrentamos la realidad.

Una actitud que, como ya se ha dicho, es concreta y vital. Pero ¿cuál es su origen? No es otro más que la potenciación de la existencia personal y ajena. Tener esperanza es saberse acompañado en la vida y ayudar a hacer crecer toda esa relación exponencialmente en la bondad. La esperanza supone querer vivir, ser libre, expresarse en amplitud, gozar de lo experimentado y reconocer lo que se nos da como regalo.

La esperanza no es un sueño, sino una actitud creativa y dinámica, que no se contenta con seguir la corriente de lo que se tiene a la mano. Es un continuo aprender a gustar lo bueno que hay en la gente, la historia y en el mundo en el cual vivimos.

Por eso, tener esperanza significa sentirse desafiado cuando la maledicencia, el odio, el orgullo o las ansias de poder y control se manifiestan como negatividades que restringen la capacidad de vivir. Tener esperanza implica sentirse vinculado a la comunidad, cualquiera que ella sea, porque se reconoce que solo podemos crecer si juntos nos atrevemos a hacerlo. Y, por todo ello, la esperanza también se puede convertir en denuncia profética, en lucha pacífica y en discusión crítica.

Hacer el bien

En otras palabras, la esperanza no es un simple sentimiento u emoción, aunque no podemos negar su carácter afectivo. Es también razón, planeamiento, discusión, valoración y praxis. Es una forma de ser que pretende sacar a flote lo mejor de nosotros mismos para el bien de todos.

En este sentido, la responsabilidad por lo que acontece a nuestro alrededor es un elemento esencial del esperar por un futuro mejor. Eso exige constancia, resiliencia, coraje, dominio de sí y capacidad de reconciliación. Porque tener esperanza también nos empuja a asumir otros radicalismos que son connaturales a ella.

Por ejemplo, al pacifismo como criterio de relacionamiento social; a la criticidad, como forma esencial del pensar; al compromiso político, como consciencia de pertenencia social; a la búsqueda incesante de sentido, como forma de abrirse a lo nuevo y a la libertad.

La esperanza es un humanismo radical, que confía críticamente en la capacidad personal y comunitaria de hacer el bien. En este sentido, no puede nunca identificarse con una ideología o doctrina, porque la pretensión del que vive de la esperanza es trascendente, porque la meta que espera nunca está definida, pero sí es intuida como una verdad superior y real.

En medio de los conflictos y contradicciones humanas, por tanto, se puede tener una esperanza concreta y fáctica. Ella siempre contagia a la gente, porque la vida es posibilidad y no negación. Es cierto que hay personas que sostienen la negación como principio para crear un mundo ideal. Pero eso solo produce guerras, división, odio y pobreza.

Si se niega la vida de los demás, el dolor nos invade. Con todo, la fuerza del que tiene esperanza es tan grande que incluso en los ambientes más negativos puede sobrevivir, porque no se limita a lo destructivo de la negación inmediata, sino que ve en ella otra oportunidad para crecer en ámbitos no explorados de su propia persona. Hasta la cárcel puede ser un lugar para generar una vida nueva, tal y como fue el caso de grandes personajes de nuestra historia.

Si la esperanza tiene algo de sueño, este se da en tiempo de la conciencia despierta. No se trata de una ilusión, sino de un respiro de aire nuevo y renovado. Es sueño solo en la medida en que nos empuja a no dejarnos dominar, a no ser simples marionetas del destino, sino hombres y mujeres de empeño, corazón y amor.

Hacer el bien es el objetivo de mantenernos siempre firmes en una visión más amplia de los horizontes de la historia. No podemos dejarnos vencer por el pesimismo, porque entonces ya estaríamos vencidos en la lucha por una vida más plena y justa.

Por eso, en estos tiempos difíciles, debemos renovar la esperanza para ir más allá de la autodefensa egoísta, asumiendo con valentía la tarea de construirnos como seres humanos auténticos y sinceros, miembros de una comunidad que necesita de todos para ser mejor.

frayvictor@gmail.com

El autor es franciscano conventual.