Buenos días: ‘Papás’ de nuestros padres

Un día caemos en la cuenta de que la mano que nos ayudó a dar nuestros primeros pasos necesita que la sostengamos con firmeza.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Conforme el otoño se va asentando en la vida de nuestros padres, algo maravilloso ocurre en la relación que muchos de ellos tienen con sus hijos: se invierten los roles.

De un momento a otro, aquellos consejos, abrazos, palabras de apoyo y cuidados que recibíamos, incluso de adultos, comienzan a cambiar de emisor y destinatario.

Entonces, un día caemos en la cuenta de que la mano que nos ayudó a dar nuestros primeros pasos necesita que la sostengamos con firmeza.

Nos damos cuenta de que los ojos que un día se iluminaron por nuestras alegrías y lloraron nuestras tristezas ahora requieren nuestro apoyo para leer o caminar.

Descubrimos que los asuntos cotidianos que nuestros papás y mamás resolvían por sí mismos requieren ser atendidos por quienes estamos a su alrededor.

También entendemos que las plegarias que con tanto fervor ellos elevaron por nuestra protección abrieron el portal que podemos ir a tocar para orar por su bienestar.

Aprendemos que la felicidad no está en recibir un regalo de nuestros viejitos, sino en apreciar como nunca su compañía, sus momentos de lucidez y sus pequeñas grandes victorias diarias.

Incluso vemos que nuestros padres, pese a sus circunstancias y limitaciones, siguen dándonos valiosas lecciones de amor, lucha, fortaleza y fe.

Convertirse en el «papá» o la «mamá» de nuestros padres significa, a veces, un cambio sutil y reposado, pero en otras ocasiones resulta ser un golpe duro y acelerado.

Dentro de los afanes que esta nueva realidad nos impone, no hay duda de que la relación con nuestros progenitores evoluciona hacia un vínculo más cercano y profundo.

La admiración y obediencia que les profesamos en nuestros años mozos se transforman en un cariño nuevo, irradiado por el agradecimiento y la comprensión.

Mucho se dice que no existe un manual para ser padre, pero tampoco hay una guía para ser hijo.

Estoy convencido de que Dios proveerá las herramientas, derribará las barreras y mostrará el camino para acompañar a nuestros mayores en el ocaso de sus vidas. Doy testimonio de ello.

rmatute@nacion.com