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Homenaje a las vidas que la covid-19 nos arrancó

A las puertas de llegar a las 1.000 muertes por la covid-19 en el país, La Nación brinda un homenaje a todas las personas que fallecieron por la enfermedad. Las historias que leerá a continuación son una pequeña muestra del impacto de la pandemia en cientos de familias que perdieron a un ser querido. Gerardo, Jorge, Remberto, Manuel, Noemy, José, María de los Ángeles y Roberto no son solo nombres. Son vecinos, amigos y familiares. Juntos representan una pequeña muestra del dolor que se esconde tras las frías cifras de la pandemia.
Descansen en paz...

Periodista: Ángela Ávalos y Gustavo Arias
Ilustraciones: Francela Zamora
Coordinación gráfica: John Univio
Diseño web: Esteban Esquivel

Gerardo se ganó con confites el corazón de la gente

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Nombre: Gerardo Jiménez Alvarado
Edad: 73 años
Falleció: Lunes 3 de agosto, Hospital Calderón Guardia.

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on seguridad, Gerardo siguió los pasos de su padre. Es la única explicación que halla su familia para la inolvidable costumbre que tenía este querido vecino de Palomo de Orosi, en Cartago: regalar confites a cuanta gente se topara en la calle.

“Siempre andaba unos blancos, de chicle transparente. Iba a la carnicería, y regalaba confites a los carniceros. Iba a la gasolinera y regalaba confites, se topaba a los primos más pequeños en la calle y les daba confites. Los niños esperaban la golosina y que jugara con ellos”, recuerda Erick, uno de sus cuatro hijos.

Muchas serán las cosas que hoy extrañarán, con nostalgia inmensa, quienes conocieron a Gerardo Jiménez Alvarado. Los confites son solo una de tantas.

Con 73 años cumplidos en mayo, Jiménez falleció el 3 de agosto en el Hospital Calderón Guardia, por causas relacionadas con la covid-19.

La dulzura la llevaba adherida a su rostro. Siempre sonriente, simpático, dicharachero y trabajador. Se le recuerda en su oficio de salonero en los más famosos restaurantes de esas tierras.

A lo largo de 52 años de vida en común con su esposa, doña Sara Peña, Gerardo Jiménez hizo de su casa una de puertas abiertas. Quienquiera que pasara por ahí, no se iba sin un bocadito y, sin al menos, pegarse una buena conversada.

“Mis papás son muy serviciales. Son de esa cultura donde usted llega y a los cinco minutos le ofrecen café, y si se queda a comer mejor. Antes de la pandemia, en casa siempre había gente”, relata Erick con un dejo de nostalgia.

A don Gerardo también le gustaba sembrar. ¡Cómo no! Si sus raíces se amarraron a esas tierras. En un solar de la familia, se entretenía con sus sembradíos de yuca, banano y café.

“Era una persona muy activa. Nunca conoció la palabra vagancia. Desempeñó varios trabajos a lo largo de su vida. Lo que más hizo fue salonero, pero también trabajó en la bananera, vendió naranjas y bananos… hacía de todo con tal de sacarnos adelante”, recordó su hijo.

Nunca padeció de nada. Tampoco había puesto un pie en el hospital. Su familia sospecha que haber fumado durante varios años lo hizo más vulnerable al nuevo virus enemigo.

La enfermedad llegó hasta él cuando una familiar que estaba contagiada, sin saberlo, los visitó. Gerardo y Sara presentaron síntomas el 14 de julio (diarrea, dolor de garganta, debilidad), pero solo él se complicó al punto de dejar su casa en ambulancia para nunca más volver.

“Es la parte triste. Cuando llegó la ambulancia, mi mamá se levantó como pudo (también estaba enferma) y se despidió de él: ‘Que Dios me lo acompañe, te amo mil veces’, le dijo. Yo me fui con él en la ambulancia. En el camino, papi se quedaba viendo las montañas por la ventana. Le saqué una foto. Es la foto de su despedida de la casa”, relata Erick.

Lo que sigue es la crónica de una multitudinaria y amorosa despedida que le hizo Palomo de Orosi a uno de sus vecinos más estimados.

La carroza fúnebre que traía sus restos de San José, tardó casi tres horas en recorrer el trayecto desde el llamado Puente Negro hasta el cementerio de Palomo, donde hoy descansa Gerardo.

“Había gente en la calle, con globos, pancartas, gente que conocía a papi. En ese momento, es cierto, el dolor era inmenso, pero la alegría de ver aquello también nos dio un poco de alivio. Fue algo increíble. Cuando llegamos al cementerio, la gente nos aplaudía. No nos podían dar un abrazo, pero nos aplaudieron como una expresión diferente de solidaridad con nuestro sufrimiento”, manifestó Erick.

El luto solo se ha podido sobrellevar con estas muestras de estima y con el apoyo que les han dado psicólogos, enfermeras y trabajadores sociales de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS).

“No esperen a que les pase. No esperen a vivirlo. El vacío después de que se pierde un ser querido en estas condiciones es inmenso. Esto no da tiempo para decir un último ‘te quiero’, o dar un último abrazo. A papi le expresábamos el amor de muchas maneras, pero esa despedida final no la pudimos tener y eso siempre quedará en nuestra mente y corazón”.


Jorge, el médico de gran corazón

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Nombre: Jorge Solís Jerez
Edad: 43 años
Falleció: Sábado 19 de setiembre, Hospital Monseñor Sanabria

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rabajaba muchas horas al día, incansablemente, sobre todo desde que se inició la emergencia nacional por la covid-19, en marzo. Era muy apreciado entre colegas y pacientes en cualquier lugar donde trabajara como médico.

Poco antes de caer enfermo debido al SARS-CoV-2, Jorge Solís Jerez le comentó a su hermana de vida y prima de sangre, Jessenia Gómez, médica como él, que casi podría asegurar cuándo y cómo contrajo el virus.

“Tomaba hasta 50 muestras diarias (hisopados nasofaríngeos para detectar la presencia del virus). Uno de esos días, me contó, llegó una señora que se quitó la mascarilla y empezó a toser frente a él. ‘Tosió directamente hacia mí. No me había terminado de preparar (con el equipo de protección personal); estábamos en la fase pre’, me confió”, relata Gómez.

Apenas en febrero, Solís Jerez había alcanzado una de las metas más ansiadas de cualquier profesional en salud dentro de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS): tener plaza fija.

Reparación Asfalto Desde joven, Solís sobresalió porque sacaba las sonrisas de todos. Aficionado al fútbol desde el colegio, siempre fue el alma de la fiesta.Estaba disfrutando de ese logro cuando al país entero lo alcanzó la pandemia, en marzo. Seis meses después, en plena batalla, Solís se convertiría en la octava víctima mortal del coronavirus entre el personal de salud de la CCSS. Actualmente, la cifra oficial es de 10, entre médicos y personal de servicios de apoyo.

Solís no necesitó hospitalización. Estuvo en aislamiento domiciliario desde que le confirmaron el diagnóstico, en el apartamento que rentaba en Puntarenas.

Evolucionaba satisfactoriamente hasta que una complicación inesperada y fulminante lo mandó al servicio de Emergencias del Monseñor Sanabria, donde falleció, el 19 de setiembre, pocas horas antes de su cumpleaños 44 y apenas una semana después de haber manifestado síntomas.

“Un colega (médico del hospital de Puntarenas) fue el que me confirmó la noticia de su muerte. Él lloró y me pidió perdón. ‘Hice todo lo humanamente posible. La luchamos, y no lo logramos’, me dijo. Estaba como enojado por no salvarlo. Esto también refleja la intensa lucha que se vive dentro de los hospitales.

“Me contó que llevaba seis meses de estar ahí, al pie del cañón, atendiendo gente enferma con covid y que ese día había sido el más duro de toda su carrera, porque no había perdido a alguien ajeno a él. También había perdido a un colega y a un amigo, que trabajó hombro a hombro con todos en estos meses”, relató Gómez.

La misa en recordación del médico Jorge Solís Jerez fue multitudinaria. La conexión virtual la siguieron desde diferentes partes del mundo sus amigos de adolescencia que estudiaron con él en el Colegio Calasanz: Estados Unidos, España, Canadá y, por supuesto, Costa Rica.

Desde joven, Solís sobresalió porque sacaba las sonrisas de todos. Aficionado al fútbol desde el colegio, siempre fue el alma de la fiesta. Ahí, también comenzó a mostrar su vocación de servicio, la que luego materializó al estudiar Medicina.

Son esas muestras de amor, incontables desde su fallecimiento, las que han permitido a la familia del médico sostenerse en pie, contó Jessenia Gómez.

El video con la despedida que le hicieron sus compañeros del Hospital Monseñor Sanabria, en Puntarenas, donde trabajó los últimos años, se hizo viral. Bajo el inclemente sol del puerto, con globos blancos, aplausos y el sonido de las sirenas, le rindieron homenaje a sus restos durante el paso de la carroza fúnebre.

Originario de Nicaragua, Solís salió muy pequeño de ahí con Jessenia, su abuela y varios primos huyendo de la guerra. Dejar su tierra natal, con parientes y propiedades, fue el primer gran golpe para esta familia, que luego fue sumando otros, como el fallecimiento de la abuela, y en los últimos años las enfermedades de la mamá de Jorge, doña Yolanda, a cuyo cuido el médico se dedicó fiel y amorosamente.

“Mamá Yolanda fue su inspiración. Él la amaba muchísimo, por sobre todas las cosas. Siempre la ayudó y la apoyó. Ella tiene 75 años, y está sintiendo muchísimo la pérdida de su hijo”, comentó la doctora. El médico, aficionado también a correr, dedicó a su mamá muchas de las carreras para los enfermos de cáncer.

También están los dos sobrinos de Jorge, para quienes fue como un padre, y la hija de Jessenia.

“El dolor ha sido inmenso. Fue una vida que se apagó con muchos sueños en lo personal y profesional. ¿En qué momento llegó esto a hacer tanto daño? Hasta hace poco, veíamos estas muertes en otros, pero ahora se está filtrando en nuestros círculos: nuestros compañeros, nuestra familia.

Jessenia Gómez guardará el estetoscopio de su hermano de vida como un recuerdo del sueño que hicieron realidad y vivieron juntos. “Quiero sentir que seguirá conmigo y honrarlo con mi trabajo”.


Remberto encontró en Costa Rica la paz

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Nombre: Remberto Ramírez García
Edad: 58 años
Falleció: Miércoles 5 de agosto, Hospital México

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n día antes de que el Ejército salvadoreño lo reclutara entre sus filas, Remberto Ramírez García tomó un avión rumbo a Nicaragua, para pasar de ahí a Costa Rica por tierra, adonde le esperaba un futuro lleno de mucho trabajo, pero con paz.

Corrían los años ochenta y él tenía 19 años. El Salvador se teñía con sangre en un intenso pulso, que dejó miles de muertos a manos del Ejército, los revolucionarios y de los escuadrones de la muerte.

Sin más futuro que la violencia, el joven salvadoreño no dudó en aceptar el ofrecimiento de un médico tico, que prometía contratarlo como su chofer y ayudante.

Fue el doctor quien pagó los gastos de su traslado, que luego Remberto descontó de su salario, en pagos puntuales con tal de escapar de un país en llamas.

En los años siguientes, hasta su muerte, Ramírez desempeñó tareas similares con otros patrones. Incluso, antes de morir, laboraba como chofer de un empresario de banca.

Este salvadoreño de nacimiento pero tico de corazón, murió el 5 de agosto por causas relacionadas a la covid-19. Tenía 58 años.

“Papi fue una persona muy luchadora hasta su final. Decidió venir a Costa Rica a buscar una mejor oportunidad, y para ayudar a los abuelos, que quedaron allá. Su mamá todavía está en El Salvador”, recuerda Karen Ramírez, una de las tres hijas que tuvo aquí con la también salvadoreña, Milagros Lazo.

Pocos días antes de morir, el lunes 27 de julio, Remberto y Milagros cumplieron 39 años de casados. Su vida juntos, contó Karen, fue una llena de esfuerzo y sacrificio por sacar adelante a los hijos e inculcarles valores como el trabajo honesto, la responsabilidad, solidaridad y el servicio a los otros.

“Fue demasiado especial. A mis hijos, les ha costado bastante superar la pérdida. Le decían papá, porque lo vieron siempre muy cercano. Su muerte nos tomó por sorpresa porque él siempre se cuidó mucho. No tenía ningún padecimiento. Nunca estuvo en un hospital”, recordó Karen.

Sus trabajos siempre estuvieron relacionados con puestos de confianza de médicos, periodistas, y jubilados extranjeros, relató Karen. Doña Milagros, incluso, colaboró como ama de llaves con uno de estos patrones, y así fue como lograron dar estudio y oficio a sus hijos.

Karen es administradora de empresas. Su hermana está terminando de sacar el bachillerato, y el hermano menor es mecánico.

La familia desconoce cómo se dio el contagio. Según cuentan, don Remberto se cuidaba muchísimo. Usaba mascarilla, careta y tenía las manos muy secas de tanto usar alcohol en gel cada vez que debía salir a trabajar.

“Nunca supimos el nexo. Enfermó el viernes 10 de julio, luego de un viaje con su jefe a Puntarenas. Empezó con dolor de estómago y pensó que le había caído mal un pollo que se había comido”, recuerda Karen.

Su condición empeoró cuando apareció la fiebre y la infección de garganta. La dificultad para respirar complicó aún más su estado hasta que del Ebáis de Ciudad Colón lo trasladaron al México de emergencia.

Cuando pacientes como don Remberto pasan a un hospital por covid-19, la comunicación presencial con sus familiares se corta radicalmente. Solo un teléfono se convierte en el medio de contacto entre el personal y la familia.

“El 23 de julio en la mañana le envié un mensaje para ver cómo estaba y ya no me contestó. Le escribió mi hija, le escribió mami y ya no contestó. Después nos enteramos que lo habían pasado a Cuidados Intensivos, en el piso siete”, recuerda.

La última vez que lo vio con vida fue el 29 de julio, cuando la llamaron del hospital para que lo viera de lejos. Lo habían intubado y les advirtieron que debían tener todo listo para enfrentar su muerte.

“Yo sentía que mis papás y todos estábamos tan jóvenes y tan bien que a nadie nos iba a tomar de sorpresa la muerte. De repente, me vi obligada a organizar quién iba a firmar el acta de defunción, quién iba a reconocer a papá… Tomamos la decisión de que sería yo”, cuenta.

“El día que falleció, en la mañana, me soñé con él, que llegaba del hospital y lo veía con su sonrisa. En sueños, pensé que me estaba saludando, pero en realidad luego entendí que fue una despedida”, recordó la joven.


Manuel, hombre de trabajo y familia

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Nombre: Manuel Francisco Rivera Navarro
Edad: 61 años
Falleció: Miércoles 5 de agosto, Hospital México

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Manuel Francisco Rivera Navarro le faltaban tres años para su añorada pensión cuando el coronavirus lo sorprendió en algún punto, entre su trabajo, en San José, y su casa, en el centro de Cartago.

No había forma de que se desviara en la ruta porque si algo tenía muy claro Manuel en vida, era su propósito: trabajar para que sus tres hijos y su esposa estuvieran bien.

“Pasaba del trabajo a la casa y de la casa al trabajo”, relata Maribel Monge, su esposa durante 40 años.

“Él era una persona muy trabajadora, amaba lo que hacía. Era también muy cariñoso y dulce con sus tres hijos y sus dos nietos”, recuerda.

Cartaginés de nacimiento, Manuel Rivera falleció el miércoles 5 de agosto, con 61 años.

Aunque llegó hasta cuarto año de Arquitectura en la Universidad de Costa Rica (UCR), nunca terminó la carrera. Se casó y empezó un largo recorrido laboral que lo llevaría desde el Ministerio de Seguridad hasta las bananeras de Limón y, en los últimos nueve años, a trabajar en mantenimiento, en la Junta de Pensiones del Magisterio Nacional.

De su padre, Manuel heredó la habilidad y el oficio de hojalatero. “Él, la verdad, hacía de todo. Pintaba, arreglaba cosas. No le arrugaba la cara al trabajo”, recordó su viuda.

“Esto que estamos viviendo ha sido lo más duro en estos 40 años. Él tenía un factor de riesgo pulmonar, estaba en tratamiento. Por eso, le tenía tanto miedo a este virus que se cuidaba mucho. En la Junta lo cuidaron mucho, hasta lo enviaron a la casa un mes, pero luego tuvo que presentarse”, recuerda Maribel.

Ellos creen que se contagió en algún punto entre la casa y el trabajo.

“Cuando estaba aquí, no salía. No sabemos si fue en un bus, en alguna sucursal. No sabemos. Yo también tuve. Me dio congestión, y falta de olfato y gusto, hasta la fecha”, comentó.

Cuando les dieron el diagnóstico de covid-19 fue uno de los momentos familiares más duros en esta tragedia.

“Él se comenzó a sentir mal el 5 de julio. Lo llevamos al hospital Max Peralta (Cartago), donde le hicieron la prueba. Mi hija fue y lo dejó porque nadie podía entrar con él. Quedó ahí. A las tres horas, le dijeron que era positivo y que lo pasarían al Ceaco.

“Vivimos una situación muy triste. Nos mandaron a llamar a todos para hacernos la prueba. Estábamos esperándola y vimos cuando él se iba en la ambulancia. En el Ceaco estuvo diez días. El 10 de julio fue la última vez que hablamos con él por videollamada.

“Ya no hubo comunicación, el 14 de julio lo pasaron a la Unidad de Cuidados Intensivos del México. Ya iba con respirador. Lo tenían sedado. Ya nunca más volvimos a hablar con él. Muy triste y doloroso. Le enviamos mensajitos que no volvió a ver”, recuerda con dolor Maribel.

Como lo dicta el protocolo, les advirtieron que se prepararan para el fallecimiento, que sucedió el 5 de agosto.

Maribel dice que el paso de los días desde su muerte, lejos de aliviar el dolor, lo incrementa. La nostalgia los invade cuando ven la colección de aviones, carros antiguos y de plumas de escribir que Manuel tenía.

Y también cuando ven las recientes victorias del cartaginés, equipo al cual era aficionado Manuel. “Sí, estamos sufriendo alegrías y penas al mismo tiempo. ¿Qué tal si Cartago queda campeón ahora que él ya no está?”, comenta su esposa.

Manuel jugó con Cartago en la reserva en sus tiempos mozos. Ser zurdo lo convertía en una ficha muy apetecida en el equipo. Estos son parte de los recuerdos que lo mantienen vivo en la memoria de sus seres queridos.

Pero el dolor, y, ¿por qué no?, también la rabia, los invade cuando ven a conocidos que se atreven a negar lo que sucede con la pandemia a pesar de que están enterados de su pérdida.

Maribel reitera: “Ahorita, en estos momentos, su ausencia es muy dolorosa, y muy notable, porque creímos que esto ya había pasado. Pero entre más pasa el tiempo, más duele. La gente cree que se contagió, murió y ya, todo terminó. Pero lo que sigue después de la muerte es si se quiere más duro. Solo Dios nos ha sostenido”.



Noemy, un reencuentro que valió la pena

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Nombre: Noemy Granados Solís
Edad: 64 años
Falleció: Miércoles 10 de junio, Hospital San Juan de Dios

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oemy tenía 15 años de no ver a su hija, quien salió de Costa Rica en busca del sueño americano. Por eso, no dudó ni un minuto en aceptar el ofrecimiento de su hermano, José Manuel Granados, de viajar a ese país para el tan añorado reencuentro.

Con 64 años, Noemy padecía varias enfermedades, cuenta José Manuel. “Ella estaba aquí con el azúcar y la presión altos, pero andaba para arriba y para abajo con su bolsita de medicamentos. En el avión, se iba inyectando”, recuerda su pariente, quien la acompañó.

El viaje a Chicago se realizó en febrero, y permanecieron allá un mes, regresando a Costa Rica poco antes de que se cerraran las fronteras a los viajes del exterior debido al coronavirus.

Fue en ese viaje de regreso donde asegura José Manuel que ambos contrajeron la covid-19.

Reparación Asfalto Noemy junto a su hermano José Manuel Granados en el viaje que realizaron juntos en febrero a Estados Unidos, para que ella se reencontrara con su hija.“En ese vuelo pudo haber sido el contagio. Resulta que llegamos a Costa Rica, cumplimos con todo el protocolo en las familias, pero seis aparecieron con la enfermedad”, recuerda José Manuel, quien sobrevivió a severas complicaciones durante el proceso.

Él fue hospitalizado en el Calderón Guardia, mientras su hermana permaneció internada en Cuidados Intensivos del Hospital San Juan de Dios, donde finalmente falleció, el 10 de junio.

“Fue la número 12 en morir”, recuerda José Manuel, quien relata que Noemy registró breves periodos de mejoría, hasta que la tuvieron que intubar.

“Empezó con problemas en los riñones. La operaron para sacarle un coágulo. Pero empezó a empeorar. Un día, le pusieron el teléfono al frente para una videollamada y con la manilla nos saludó.

“La presión no se la podían controlar. El azúcar tampoco. Todo eso, afectó sus riñones”, recuerda Granados.

José Manuel, quien logró sobrevivir sin mayores secuelas a este episodio, relata que la familia era grande: 13 hermanos, conviviendo en un hogar muy pobre.

“Noemy se casó, tuvo dos hijas. La recuerdo siempre como una mujer muy alegre, aunque últimamente pasaba muy enferma. La franqueza de sus palabras fue algo que la caracterizó”, cuenta.

Nadie pudo ir ni a vela ni al entierro. El cuerpo de Noemy pasó directo del hospital al crematorio.

“Yo me la imagino ahora viajando en avión, viendo por la ventana. La prefiero recordar así, alegre, feliz”



José, el superportero de Los Legendarios

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Nombre: José Boanerge González
Edad: 37 años
Falleció: Miércoles 29 de julio, Hospital México

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as fotos en la cancha de fútbol cinco lo retratan super feliz. Era en esos escenarios, defendiendo la portería, donde José Boanerge González se sentía el rey del mundo.

Sus feroces atajadas permitieron que su equipo, Los Legendarios, coronara invicto 55 partidos.

Tenía apenas 37 años cuando falleció por causas asociadas a la covid-19, el 29 de julio.

Trabajaba como pintor y recorría diferentes comunidades como parte de su trabajo. Su hermana Carla, quien lo adoptó también como a un hijo cuando ambos llegaron a Costa Rica desde Nicaragua, cree que fue en uno de esos viajes laborales cuando se contagió.

Reparación Asfalto Falleció a los 37 años, sus últimos meses los vivió en La Carpio.Lo extraño es que nunca requirió internamiento porque no mostró síntomas graves. Permaneció en aislamiento voluntario en un apartamento que le cedió Carla, en La Carpio, en La Uruca (San José), donde vivió desde finales del año pasado.

Sí, es cierto que José tenía una enfermedad hepática de fondo, por la que ya recibía tratamiento. Pero esto no le impedía jugar sus partidos de fútbol cinco periódicamente, ni trabajar de manera intensa como pintor de casas.

Tuvo fiebre, dolor de cuerpo y perdió el sentido del olfato, relata su hermana mayor. En las llamadas que diariamente ella le hacía, notaba que estaba mejorando.

“Presentó síntomas el 11 de julio, y fue hasta el 29 que se complicó. Vieras que él me puso ese día, a las 11:45 a.m., un mensaje donde me decía: ‘Ca (así la llamaba de cariño), tengo cita en el laboratorio para hacerme el examen a ver cómo estoy’. Esto fue el 29. Después supe que cuando se estaba alistando para irse hacer la otra prueba de covid se desvaneció”, relata Carla.

Todavía están esperando la ambulancia que llamaron para trasladarlo al México. Ante el atraso, no les quedó más remedio que levantarlo del piso, meterlo a un carro particular y llevarlo a Emergencias del México, donde murió a los pocos minutos.

Fue fulminante. No dio tiempo de nada.

José era el menor de nueve hermanos. Como muchos nicaragüenses, emigró a Costa Rica en busca de mejores condiciones de vida.

Aquí formó una familia. Tenía dos hijas: una de 17 años y otra de seis. Estaba trabajando intensamente para ahorrar y armarle una fiesta a su hija mayor, para los 18, que cumplirá en diciembre.

Su equipo, Los Legendarios, con el que jugó diez años, no se repone de la pérdida de su mejor portero, y amigo. Tampoco sus sobrinos, quienes lo tenían como un tío incondicional.

Originario de Rivas, en Nicaragua, también estaba ahorrando para construir una casa en el terreno que su familia dejó allá. Su sueño era pasar la vejez en su tierra natal.


María, un amor de la mano de Dios

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Nombre: María de los Ángeles Rodríguez Mejías
Edad: 58 años
Falleció: Viernes 15 de mayo, Hospital México

Estoy muy agradecido con Dios porque pude estar ahí. Pude hablarle a través de un vidrio, y sé que ella me escuchaba. Pude cantarle los salmos que le encantaban. Dios es tan grande que me permitió cerrar la Pascua con esta vigilia y verla morir”.

María de los Ángeles Rodríguez Mejías falleció el viernes 15 de mayo, a la 1:20 p. m., en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), del Hospital México, en donde estaba desde el 25 de abril infectada con covid-19.

Fue la primera mujer en fallecer por esta causa, y la novena en una lista que hasta este viernes suma 930 decesos. Tenía 58 años, y enfrentaba una doble lucha, pues apenas en febrero le habían diagnosticado un tipo de cáncer llamado linfoma.

Ese viernes 15 de mayo, su esposo, Rosmi Quirós, había llegado cinco horas antes a la UCI para estar a su lado. Los médicos lo llamaron desde la noche anterior para que pasara las que serían las últimas horas con quien había sido su esposa durante 22 años.

“Cuando me llamaron para decirme que ya estaba muy malita, fui inmediatamente. Me impresioné porque me habían alistado un saloncito a la par del cubículo donde ella estaba. Yo deseaba estar a su lado, pero nos separaba un vidrio. Me dijeron que me podía quedar ahí todo el tiempo que quisiera.

“Estaba llena de máquinas. Tenía la de hemodiálisis y la máquina para vigilar sus signos vitales. Una enfermera me explicó cada cosa. Ahí pude ver cómo su respiración iba bajando, cómo las pulsaciones se debilitaban. A la 1:20 la máquina sonó. Ya ellos no podían hacer nada. Había muerto”, describe Quirós con serenidad.

“Esa es la parte fea de covid: no poder abrazar a tu ser querido en el último momento, darle besitos, decirle ‘te quiero’ mil veces más. Esta es la parte cruel de esta enfermedad, pero gracias a Dios pude estar con ella”, agregó este fiel creyente católico.

Nadie más de su familia la vio. El protocolo para las víctimas mortales de covid-19 incluye meter el cuerpo en varias bolsas especiales para cadáveres, sellar el ataúd y sepultar a la persona inmediatamente, sin vela, misa o entierro como los de antes.

Quirós conoció lo que es perder a un ser muy querido varias décadas atrás, cuando su mamá falleció de cáncer.

“Ahí entendí que la muerte es un paso nada más. Por eso, no me iba a enojar con mi Señor. Todos los días le doy gracias a Dios por los 22 años que estuve casado con Mary, por los hijos que nos dio. Dios me concedió una gran esposa, a quien pude amar. Los últimos seis meses de mi vida fueron los de la máxima expresión del amor”.

Mary, como le llaman los más cercanos, era la mayor en una familia de ocho hermanos: seis mujeres y dos hombres. Nació en Tacacorí, a diez kilómetros de Carrillos, en Alajuela, donde vivía quien años después se convertiría en su marido y en el papá de sus dos hijos, Rosmi Quirós.

Devotos católicos, Rosmi y Mary fueron novios durante cinco años antes de casarse, el 31 de octubre de 1998. Desde entonces, como pareja, formaron parte del catecumenado en Alajuela, y participaban muy activamente en las actividades eclesiásticas del pueblo donde viven, Tambor.

A Mary no le gustaba mucho cocinar, pero lo hacía exquisito. Era famosa, especialmente, por su pan de piña, el bizcocho, la olla de carne y las tortillas aliñadas. Pero, especialmente por su pan de piña.

“Todos la conocían por el pan de piña. Cada vez que había eventos en la Catedral (de Alajuela) ella lo llevaba, y era lo primero que se acababa. Más de uno intentó copiarle la receta, pero nadie le llegó.

Dedicada a la crianza de sus dos hijos, Emanuel y María Fernanda, Mary Rodríguez también destacó por su don para decorar porque tenía mucha habilidad con las manualidades.

Lo hacía con frecuencia en los templos de la comunidad, y en su casa, junto a Quirós, se lucían todas las navidades con uno de los portales más famosos en kilómetros a la redonda.

“Nuestro portal mide de cinco metros de largo y cuatro de ancho. Toda la decoración en papel la hacía ella y yo me encargaba del esqueleto del portal. Hace tres años, para el rezo del Niño, llegaron 98 personas. En el 2018, 118 y para el año pasado más de un centenar. Por supuesto, también venían detrás del pan de piña de Mari”, recuerda Quirós.

“Sí, murió y es muy lógico que me duela. Pero el Señor en nuestras vidas cambió el agua por vino, como en las bodas de Caná. Ahora sí experimenté qué es el verdadero amor y por eso le doy gracias a Dios porque pude amar verdaderamente a mi esposa y ella se sintió amada”.


Dr. Galva, con los niños y Alajuela en el corazón

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Nombre: Roberto Galva Jiménez
Edad: 87 años
Falleció: Miércoles 18 de marzo, Hospital San Rafael de Alajuela

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unque viajó por todo el mundo y recorrió las ciudades más bellas y cosmopolitas, Roberto Galva Jiménez nunca cambió a su Alajuela natal, la misma ciudad de los mangos que su padre, el catalán Antonio Galva Filani, ayudó a construir.

Tampoco se alejó del solar que su familia ha mantenido por más de un siglo en el corazón de esa ciudad.

Hasta su muerte, vivió por el parque Juan Santamaría, en una casa grande y antigua. Su consultorio de médico pediatra estaba hasta hace no pocos años diagonal a la esquina sureste de la cúpula de la catedral.

“Fue un liguista de pura cepa”, resume uno de sus ocho hijos, Juan Carlos Galva.

“Fue además un hombre con quien era agradable compartir. Sibarita. De buen comer, tomar y vivir bien. Nadie le puede quitar ese aspecto de su vida”, agrega su hijo.

Galva Jiménez falleció el 18 de marzo, a los 87 años. Fue el primer costarricense cuyo fallecimiento se asocia a la covid-19.

Reparación Asfalto Galva fue la primera víctima que cobró el coronavirus en el país.Su pérdida generó muchas reacciones, pues fue no solo un gran médico cirujano, el primero en especializarse en cirugía cardiovascular y torácica pediátrica en Costa Rica, sino que también trabajó como contralor de servicios durante sus últimos años en la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS).

Los orígenes de este eminente médico se remontan a España. Su padre, después de mucho viajar por Suramérica terminó contratado por el Gobierno de Costa Rica para construir puentes y carreteras aquí.

No era ni arquitecto ni ingeniero, pero sí un gran constructor. Su marca la llevó la primera carretera que se construyó hacia el volcán Poás. También los parques del centro de la ciudad de Alajuela, que fueron diseñados y construidos por Galva.

Roberto fue el mayor de los dos hijos que tuvo Antonio Galva con Ana María Jiménez Solórzano. Todavía sobrevive Alejandro.

El futuro médico estudió, como corresponde a un buen liguista, en el Instituto de Alajuela.

“Toda la vida, por lo que nos contaba, siempre quiso ser médico. En Costa Rica, no había facultad de Medicina, por lo que estudió odontología en la Universidad de Costa Rica dos años, y estando en esas aprovechó unas becas del Gobierno español para estudiar Medicina en Barcelona”, cuenta Juan Carlos Galva.

Ya de regreso en Costa Rica, tras pasar varios años en Europa, hace su servicio social en la clínica central, conocida hoy como Hospital Calderón Guardia; después trabaja en Orotina, y justo en ese momento se comienza a impulsar en el país la construcción del Hospital Nacional de Niños.

Fue cuando Galva concreta su sueño de especializarse en cirugía cardiovascular pediátrica en Montréal, Canadá, convirtiéndose en el primer especialista de Costa Rica en esta área.

Lejos de quedarse en el norte, Galva volvió a su Alajuela querida. “El siempre volvía”, reitera su hijo.

Trabajó por muchos años en el nuevo hospital infantil, que lleva el nombre del médico insigne Carlos Sáenz Herrera.

Siendo jefe de Cirugía Torácica en ese hospital, le correspondió estar en el equipo que recibió al entonces pontífice Juan Pablo II, hoy santo de la Iglesia, en marzo de 1983.

Como cirujano, recuerda su hijo, su padre le contó innumerables historias de éxito. “Él siempre trabajaba y luchaba por los mejores resultados para sus pacientes.

“Una de las historias que lo marcó fue la de una chiquita que había tenido un accidente seriesísimo en Guanacaste, y a quien habían operado siete u ocho veces. Le quedaba la última operación para darla de alta, pero preparando a la niña para la cirugía falleció con la anestesia.

“Él siempre nos decía que en esa profesión de la vida no hay nada seguro. Por más que se crea que todo está controlado. Nada”, comenta Galva.

Roberto Galva planeaba viajar al oriente justo cuando el contagio del coronavirus truncó sus planes y trastocó la vida de toda su familia.

Su hijo recuerda que en los primeros días de la pandemia, cuando su padre enfermó, poco se sabía sobre lo que había que hacer.

“Yo no le echo la culpa a nadie. Los tratamientos que usaron con mi papá eran los que en esa época recomendaron a nivel mundial, pero que con el tiempo se han ido desechando.

“Va para siete meses de fallecido. Mis hermanos que viven fuera, ninguno ha podido venir a nada. Tenemos la urna con sus restos esperando todavía la despedida. Por lo menos decir un adiós donde estemos todos. Esto ha sido lo más difícil”, comentó Galva.