Un tico en Jornada Mundial de la Juventud: 'La gente canta al sol todo el día'

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Niterói, Brasil

Las olas mezclándose con la alfombra de granos calientes que se extiende de este a oeste por toda Copacabana. Olor a coco y a bronceador. Hombres y mujeres esculturales toman la playa como pasarela; un grupo de jóvenes canta “Garota de Ipanema” al ritmo de bossa-nova.

–Mae, levántese. Le quedan 15 minutos para que se aliste, me susurra al oído uno de los muchachos con los que comparto la habitación. Estamos en la mitad de la semana y van a ser las 8 y el Colegio Nuestra Señora de las Mercedes está a punto de cerrarse para volverse abrir hasta las 10 de la noche. Estamos en la Jornada Mundial de la Juventud, cerca del papa Francisco.

Me cambio rápidamente y empaco lo necesario en un bulto. Desciendo las gradas del aula donde dormí y los 14 grados centígrados me bofetean las mejillas. Afuera, en la plaza del colegio, una combinación colorida de variedad de capas para la lluvia se vuelve un collage pintado en el suelo.

Los que están aquí me entenderían completamente si comparara a esta JMJ con la famosa serie gringa “Survivor”. Niterói amaneció hoy cubierto de nubes y la garúa que cayó durante la Misa de Apertura vaticinaba una semana fría, pero jamás se imaginaba por lo que íbamos a pasar. El mar que todos soñaban ver en calma era como el lago Tiberíades por el que Pedro caminó sobre las aguas.

Ese mismo día de la apertura, la ciudad entera colapsó. Las filas en las diferentes estaciones del Metro en Copacabana se extendían por más de cinco cuadras. Las diferentes delegaciones internacionales cruzaban las calles tomados de las manos.

En un punto fue tal la congestión que un par de voluntarios brasileños tuvieron que subirse a una plataforma ubicada en una de las calles para desde allí dirigir un rosario, que fue repetido por la masa transeúnte que, completamente desorientada, buscaba el inicio de la fila entre la masa

estacionaria.

Al final, después de cinco horas, los ticos llegamos al colegio donde nos hospedamos. Los pies ardían como si hubiéramos caminado por las brasas. Quedaba dormir cuatro horas. Levantarse de nuevo, tomar la ducha y empacar.

Niterói amanecía de nuevo cubierto de nubes. Ya era un hecho que un frente frío estaba azotando en Río de Janeiro, y nosotros, mientras tanto subíamos en teleférico al Pan de Azúcar en la tarde, y por la noche en busetas por el Corcovado.

Las quijadas temblaban y las medias mojadas bajo las tenis nos hicieron brincar, cantar, correr, todo lo que fuera necesario para mantenernos calientes mientras esperamos hora y media para subir lo que Led Zepellin hubiera llamado la “Stairway to Heaven”.

¡Esta es la juventud del Papa!, se gritaba por momentos durante la fila. Puertorriqueños y mexicanos rezaban juntos el rosario. Los italianos estaban serios. Y nosotros moríamos juntos del frío sin despegarnos, riendo y cantando.Y cuando ya las luces moradas y azules se hacían más fuertes conforme subíamos las gradas en la fila, la tristeza congelada se derretía por el fuego de la emoción. Las nubes se deslizaban por

los pies de los peregrinos en la cima del Corcovado y el Cristo abría los brazos acogiéndonos a 4 grados centígrados.

Rezamos un Padrenuestro y un Ave María. Ninguna postal de correo mostraría lo que cada uno de los que allí estábamos pudimos ver.

“Esta ha sido la peor jornada con respecto a la comodidad, pero sin duda no puede compararse con la de Madrid en cuánto a las emociones vividas”, dijo Fabiola Delgado, peregrina alajuelense mientras se escurría el agua acumulada en sus ropas.

Niterói amaneció gris, pero las caras de los jóvenes voluntarios tienen color. “Bem-vindos”, repetían dando palmas a la entrada del centro de catequesis en el Colegio Brigadeiro. Y es que quizás nadie se imaginó un Río de Janeiro tan frío y nublado. He visto el mismo abrigo

por días en el torso de los que andan conmigo. Nadie se esperaba algo así. Es la sorpresa que nos mantiene expectantes y la aventura de ser misioneros.