Rafael Granados tiene 76 años y mucho trabajo sobre su espalda. A primera vista se le nota. Es uno de esos campesinos entregados en cuerpo y alma a su causa.
Luego de compartir un rato con él, se puede afirmar que es un hombre difícil de doblegar y, menos aún, con un discurso bonito.
El nació en Pilas, igual que su abuelo, su padre y sus hijos. En esta localidad de 121 habitantes posee su casa y sus terrenos.
Tiene una “finquita” de casi 400 hectáreas que dedica principalmente al ganado de cría. Su pasado, presente y futuro giran en torno a Pilas y a su cristalino río del mismo nombre.
Por eso la idea de que tenga que dejar este pueblo lo entristece a punto de llenar sus ojos de lágrimas, aunque no las deja salir.
“Nunca encontraría otro lugar como este. Aquí nadie molesta a nadie. Se vive tranquilo”, afirma.
Sin embargo, para Granados y el resto de los vecinos de Pilas, no hay muchas alternativas. Si el proyecto el El Diquís, del ICE, se concreta, el pueblo quedará bajo el agua.
Pese a la contundencia del Instituto Costarricense de Electricidad (ICE), Granados se resiste a la idea de dejar las tierras donde tantas alegrías ha cosechado.
“Aquí dicen. ‘Lo mandamos para tal parte’. No, yo me voy para donde yo quiera no para donde me mandan”, contesta al consultarle le si apoya el reasentamiento propuesto por el ICE.
Tampoco acepta el discurso de que con el embalse su vida será mejor y tendrá nuevas oportunidades. “Si le quitan lo que uno tiene lo arruinan. ¿Cómo, si uno toda la vida ha vivido en el campo, va a poner un proyecto de turismo o esas cosas?”, cuestiona.