En Alajuelita la fe escala montañas rumbo a la cruz

Penitencia y agradecimiento, las razones para caminar ayer bajo intenso sol

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Cerro San Miguel, Alajuelita. Dice el dicho que la fe mueve montañas, pero en Alajuelita también las escala.

Unos 200 fieles, en su mayoría alajueliteños, retaron ayer el intenso sol y las empinadas y polvorientas laderas del cerro San Miguel.

Allá arriba, a 2.036 metros sobre el nivel del mar, está la octogenaria y abandonada cruz de Alajuelita, construida en 1934, para conmemorar la muerte de Jesús.

Hasta allá caminaron despacio y silenciosos decenas de adultos mayores, niños y muchos jóvenes, sucesores de una tradición que se había apagado por la tragedia.

Los sacerdotes locales y los mismos vecinos revivieron el viacrucis del Sábado de Pasión, que se realiza desde hace 18 años el sábado previo al Domingo de Ramos.

Fue justo un domingo de esos, hace 27 años, cuando el asesinato de siete mujeres horrorizó a un país entero y espantó a los peregrinos.

Ayer, muchos de los caminantes recordaron a las víctimas, mientras bordeaban potreros llenos de santalucías y rezaban uno de los padrenuestros de las 14 estaciones de la Pasión de Cristo.

“Yo tengo 18 años de venir en vísperas de Semana Santa por fe, como una pequeña recreación del sufrimiento de Jesucristo, lo difícil que fue para él llevar la cruz y el peso de la humanidad”, resumió Gabriel Sandí, al pie de la vetusta cruz metálica de 26 metros de altura.

A su lado, sus retoños heredan la tradición: Paula, de 16 años; Nazareth, de 10, y Sebastián, de apenas 2. Según relata el padre, desde niño caminaba con sus amigos hasta la cruz. “Antes no había tanto riesgo”; hasta que la peregrinación se cortó abruptamente aquel Domingo de Ramos de 1986.

Ayer, quienes volvieron a caminar, afirmaron que la seguridad ha vuelto a la montaña, al menos con la protección de dos oficiales de Fuerza Pública, que acompañaron el recorrido.

Uno a uno, muchos de los fieles caminan por agradecimiento, por la salud, por la vida, por los hijos. “Vengo a darle gracias a Dios porque me da voluntad de llegar hasta aquí”, relató Wilberth Martínez, a la mitad de una cuesta de barro amarillo y seco. Por ahí, desperdigados, iban su esposa, sus suegros, sus cuñados y dos sobrinos.

Para otros, es un acto de penitencia, según confesó Katherine Abarca, una espigada adolescente de 16 años, quien forma parte del Movimiento Juvenil Esquipulas.

Y es que según el padre José Esteban Castro, quien comandó el peregrinaje, la penitencia “es un gesto, un deseo de volver a Dios, una ofrenda de amor para volver a él”.

Allá arriba, a 2.036 metros, se acabó la penitencia. Aparecieron los sándwiches de paté, galletas, la Fanta uva y el atún en latas.

A mediodía la cruz se quedó sola, despintada, corroída, quizá esperando que por fin alguien ofrende su restauración.