Dos décadas desconectado del mundo por accidente de tránsito

Un chofer borracho lo atropelló en 1992; lesiones lo dejaron en estado vegetativo

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Carrillo, Guanacaste. “No le digan a mami, no le digan lo que me pasó”. Fueron las últimas palabras que pronunció Fernando Salazar Díaz antes de perder para siempre el contacto con el mundo.

Sucedió el 29 de agosto de 1992, a 300 metros de su casa, en Comunidad de Carrillo, Guanacaste. Fernando había salido a comprar un pollo para sus hijos, cuando un conductor borracho lo atropelló.

Las secuelas de aquel accidente lo dejaron en estado vegetativo y, aunque los médicos le pidieron a Felipa Díaz que donara los órganos de su hijo para trasplantarlos a alguien que lo necesitara, esta guanacasteca dijo que no.

“Yo siempre dije que lo tendría hasta que Dios quiera, y si es en ese estado pues tengo que admitir la voluntad de Él. No acepto ninguna otra”, explica la mujer con la cabeza baja.

Desde entonces, han sido 21 los años que Fernando ha pasado entre la silla de ruedas y la cama, en coma profundo, producto de una lesión en el tallo cerebral causada por un borracho que estaba de paso por Guanacaste para ver un partido de futbol.

Cumpleaños ¿feliz? Este viernes 19 de abril, la familia de Fernando se reunió para desearle feliz cumpleaños. Cumplió 48.

Próximo a cumplir el medio siglo de vida, Fernando es el bebé de doña Felipa, quien ha permanecido al pie de su cama de enfermo o al lado de la silla de ruedas, cuidándolo con esmero y mucha, pero mucha, paciencia.

Cuenta la madre que, antes del accidente, Fernando era un muchacho inquieto. Era trabajador, amante del futbol y un vago, como suelen llamar en Guanacaste a los picaflores.

Antes del atropello, Fernando procreó cinco hijos que ya le han dado varios nietos, a los cuales no ha podido conocer.

La dedicación y el cariño es lo que mantiene con vida a esta víctima de la violencia en las carreteras. No solo su mamá se desvive para que él tenga lo básico, sino sus hermanas.

Elizabeth es enfermera obstetra. Ella llega a las siete de la mañana tras trabajar toda la noche en el Hospital Enrique Baltodano, de Liberia, y dedica dos horas o más a bañarlo.

Marta, otra hermana, quien trabaja como asistente de enfermería en el mismo hospital, se dedicó a atenderlo varios años. Ahora, un cáncer la ha alejado un poco, pero ella igual no lo deja sin cuidados.

Poco frecuente. En el país, no es frecuente encontrar un caso como el de Fernando. Médicos consultados aseguran que una lesión como la que tiene este guanacasteco no superan una expectativa de vida mayor a los tres años.

La historia de Fernando la conocían con detalle en Comunidad, pero no es sino hasta ahora que la familia tomó la decisión de compartirla más allá de los límites de su humilde vivienda.

Doña Felipa dice que el propósito de contarla, es que se vean las secuelas que le trae a una persona y a una familia los actos negligentes de un conductor ebrio.

En el caso de Fernando, hubo un proceso judicial en el cual el conductor fue condenado a cinco años de cárcel. “Pero algo pasó y nunca fue a la cárcel”, dijo Marta.

Según recuerdan, a pesar de la sanción penal no consiguieron ningún resarcimiento económico por los gravísimos daños sufridos. El hombre, además, nunca se ha acercado a ayudar a la familia.

No obstante, ya ese tema de los costos y el mal ocasionado por el conductor ha pasado a ser una historia pocas veces abordada en la familia. En lo que están concentrados todos es en mantener a Fernando con vida.

“Yo creo que él sigue vivo por sus deseos de vivir y por la atención que le damos. Él nos ha enseñado a valorar más la vida, pues a veces uno se enoja porque tiene dolor de espalda o algo así y al ver el ejemplo de él, pues no le queda más que pedir perdón a Dios por quejarse por cosas mínimas”, añade Elizabeth.

Cada día es una historia digna de admirar por el amor con que la familia lo hace. Doña Felipa tiene 76 años. Vive con su esposo de 88 años y otro hijo.

Le gustaba ir a misa siempre, pero hizo un trato con Dios y se da el permiso de faltar para quedarse al lado de Fernando, su niño grande.

Abandona la cama, que está cerca de la de Fernando, a eso de las 4 de la mañana. Le prepara el café y unas galletas y lo alimenta a través de una sonda nasogástrica (que le ingresa por la nariz y le lleva alimento al estómago).

Espera a su hija Elizabeth o a su sobrina Marilyn que le ayuda con el baño. En esa tarea tardan cerca de dos horas cada día. Lo tienen una hora y media ahí en la silla en la sala de la casa, y luego lo pasan a eso de las 10 de la mañana a la cama. Ahí pasa el resto del día.

Doña Felipa ha desarrollado un lenguaje para comprender a su hijo: si le chasquea los dientes sabe que quiere que lo pasen a la cama. Levemente, Fernando mueve los dedos de los pies o las manos. Su ojos pasan siempre cerrados, y cuando los abre es como resultado de reflejos, como queriendo asomarse a una vida que ya no vive.