"Un día mi papá me va a jalar las patas"

Adriana Fernández, 27 años

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Adriana Fernández Chavarría se levanta cada día 15 minutos antes de las cinco madrugada, trabaja hasta las 4 p. m. en una zona franca, entra a las 6 p. m. a una universidad privada y coge el bus en el centro de San José, a las 10 p. m., hacia a su casa, en Calle Fallas de Desamparados, San José.

Tiene 27 años, como otros 81.903 electores. Es católica, como tantos costarricenses; saprissista, como otros miles, y al igual que muchos jóvenes, rompió la tradición política de la familia.

Sus familias paterna y materna son liberacionistas. Su papá prestaba el microbús para aquellas jornadas tapizadas de banderas del siglo pasado, pero Adriana es una ferviente opositora. Votó dos veces por Ottón Solís y prefirió el NO al TLC porque ve mal “depender” de la economía de Estados Unidos.

“Mi mamá me dice que un día mi papá se va a levantar de la tumba y me va a jalar las patas, por antiliberacionista”, contó este viernes para ilustrar la distancia que ha tomado frente a su familia. Sus abuelos paternos aún cuelgan cuadros de Don Pepe en la pared.

“Son una argolla. Vea que ahora el que sigue es el hermano de Óscar Arias”, dijo antes de escuchar la corrección a ese dato. “Ah no, cierto, es cierto, el que va es Johnny Araya, que le ganó al hermano de Arias”, agregó entonces esta joven que asegura leer el periódico a menudo.

Ahora no tiene ni idea de cuál sería su opción y de los nombres que escuchó, solo identificó el de Epsy Campbell, que le desagrada. No pudo decir el nombre de ningún diputado, pero de que vota, vota.

En los comicios pasados, dio el voto presidencial a Solís (“lo sentía sincero”) y el legislativo lo entregó “a ese partido de los discapacitados”, dijo en alusión al Partido Accesibilidad Sin Exclusión (PASE).

Al preguntársele por el nombre de algún ministro, citó a María Luisa Ávila, la exjerarca de Salud, y a los dos de pelo largo: Leonardo Garnier y Manuel Obregón . A este último lo conoce por su faceta musical con el grupo Malpaís.

Su mayor reclamo al Gobierno es el estado de las calles en Desamparados y la inseguridad. Vive tras rejas, como la mayoría urbana.

Esa es su mayor inquietud, acorde con el promedio nacional, pese a que encuestas recientes muestran un descenso frente a las angustias económicas. A ella el dinero no la desvela, aunque ya sabe lo que es un despido laboral (en el 2009 por la crisis de turismo de playa).

Gana menos de ¢500.000, pero ahorra porque comparte gastos con su mamá pensionada y sus hermanos; uno es mensajero y el otro notificador del Poder Judicial.

Ahorra para casarse en el 2014 y sueña con tener hijos. “Uno piensa en el futuro del país y sí se preocupa un poco de cómo va esto. Hay corrupción en todo lado; vea lo del gerente ese del Banco Nacional (robo millonario en Cóbano)”.