‘Si pago el seguro de salud no como’: La dura realidad de una vendedora de limones en San José

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“Si pago el seguro no como, papi”, responde en voz alta María José Durán, entre el bullicio de la gente y de los vehículos del centro de San José. Esta madre soltera, originaria de la capital, trabaja desde hace un año ofreciendo limones cerca del mercado del antiguo Registro Civil.

Durán lamenta no estar afiliada a la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) para que, en caso de sufrir una enfermedad o accidente, pueda recibir atención médica en el sistema de salud pública.

La mujer cuenta que gana entre ¢5.000 o ¢6.000 diarios, dinero que apenas le alcanza para comprar alimentos y ahorrar para pagar el alquiler del cuarto donde vive con su hija de seis años. “Si me enfermo de gripe, me curo en la casa con acetaminofén o Panadol Multisíntomas”, afirma la joven.

María José, de 25 años de edad, apenas llegó al primer año de secundaria. De cabellera negra y piel curtida por el sol, habla con el mismo timbre de voz con que ofrece a los transeúntes 20 limones por ¢1.000.

“Claro que me gustaría tener un seguro, pero a como está de dura la cosa uno no puede pensar en eso. Vea cómo es la vida que hoy que no hay ‘Muni’ (Policía Municipal), las ventas han estado malas”, comenta a La Nación con cierto pesar, la tarde del viernes 4 de noviembre.

Como ella, en el país hay 662.000 trabajadores que carecen de un seguro de salud por empleo, de acuerdo con la Encuesta Continua de Empleo (ECE), del segundo trimestre del 2022.

Se cura con jengibre y ajo

Maritza Mojica, de 39 años y madre de tres hijos, tiene a su esposo preso desde hace dos años. Ella vive en Alajuelita. Cuenta que su mamá es de Puriscal. Desde hace 23 años vende por las calles del centro de la capital bolsos de un tejido de nylon llamado cordura.

Ella fabrica los bolsos en su casa. El pequeño, de unos 20 centímetros de ancho por 18 centímetros de alto, cuesta ¢2.000 . Uno más grande vale ¢3.000. No tiene seguro, de ningún tipo, aunque admite que su ingresos diarios rondan los ¢30.000, gracias a la venta de unos 20 bolsos.

Hubo un tiempo, antes del 2018, que llegó a vender hasta 200 bolsos por semana, según recordó. “Sí pagué seguro voluntario hace 10 años, tal vez”, recuerda.

“No recuerdo por qué dejé de pagar, pero gracias a Dios he sido muy saludable. Pero si a uno le da algo corre a pagar el seguro. Una gripe se cura en la casa a puro jengibre, ajo, agua y sol”, respondió con una sonrisa, esta señora de baja estatura, un poco robusta, de ojos café.

Mojica asume que el Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS) debe pagarle un seguro en la CCSS, el cual dura cinco años, porque inició los trámites tiempo atrás junto con su hermana.

Dice que la institución la dejó en la lista de espera, pero cree que ya debieron resolver su caso, porque, hace un mes que su hermana acudió al hospital por un accidente, se enteró de que el IMAS le estaba pagando una protección. “Creo que a mí también”, asegura.