Melvin Jiménez: el báculo que sostuvo Luis Guillermo Solís

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Algo trascendente habría ocurrido en la tarde de ese domingo 14 de agosto del 2011 en una de las salas de la casa de Melvin Jiménez, en San Jerónimo de Moravia. El único obispo luterano costarricense había recibido a su amigo que venía llegando de su oficina Panamá y hablaron largo rato. Llovía y, desde la sala de televisión, nada podían escuchar los hijos del anfitrión que, tres años después, dejaría el báculo obispal junto a un sanitario en Iglesia Luterana, en Paso Ancho, para sentar su cuerpo enorme sobre la silla del Ministerio de la Presidencia durante 344 días, hasta que este jueves se anunció su destitución.

Algo hablaron muy importante esa tarde para Melvin Jiménez y quizás también para su invitado que, al salir, se quedó comentando el futbol nacional con los hijos de Melvin Jiménez y sus amigos. “Es que mi hijo juega con la UCR (entonces en Segunda División)”, les explicó simpático.

-¿Y ese señor quién es?

-"El próximo presidente de la República", asegura haberles contestado Melvin Jiménez, sobre Luis Guillermo Solís.

"Lo dije porque venía convencido con ese acto profundo, como de inspiración", recuerda Jiménez sobre ese domingo, cuando nació, según Jiménez, esa sensación de confianza hacia él de parte del hombre que 35 años atrás conoció como un notable alumno del Colegio Metodista; también fue su compañero de lucha contra el TLC en el 2007 y después iba a ser su jefe, como presidente de la República.

Jiménez Marín estaba lejos de ser un político digno de presentarse como tal. Nadie lo había imaginado con el cargo de Ministro de la Presidencia que ostentó hasta este jueves 16 de abril, con amplio poder para manejar el gabinete y como vocero errático del Gobierno ante la Asamblea Legislativa y ante la opinión pública, solo por debajo del Presidente de la República, su defensor incluso en el día de su despedida.

En el 2011, era el único obispo y presidente de la Iglesia Luterana de Costa Rica (ILCO), una congregación religiosa pequeña pero con amplio acceso a dinero de la cooperación internacional y con lazos con organizaciones sociales y políticas de izquierda. La sede luterana, en Paso Ancho, había alojado numerosas reuniones con dirigentes sindicales, activistas sociales y políticos de izquierda durante la intensa oposición al Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos, en el 2007, el año en que se reencontró con su exalumno del Metodista.

Solís cumplía cinco años de haber renunciado al Partido Liberación Nacional (PLN) y, en el 2011, fungía como representante para Centroamérica de la Secretaría General Iberoamericana (Segib), con oficina en Panamá. De allá venía el domingo en que —según Jiménez— pidió la visita a San Jerónimo de Moravia para ayudarse a decidir si se lanzaba por una candidatura presidencial por el Partido Acción Ciudadana (PAC), agrupación a la que también pertenecía Jiménez, aunque nunca de manera notable. Sus actividades iban por otro lado.

Algo importante hablaron esa tarde mientras el equipo de fútbol de la Universidad de Costa Rica vencía a La Suerte 3-0 en el campeonato de Segunda División. Jiménez prefiere no dar detalles de la conversación. Es un asunto más bien privado, justificó durante una extensa entrevista el jueves 19 de febrero de este año, en su última entrevista como ministro de la Presidencia. Se confesaba aliviado porque, sentía, la prensa ya lo había dejado más tranquilo, después de ser protagonista de una serie de noticias desfavorables, de críticas de opositores y analistas políticos.

Hacía un mes había acusado de "fábula periodística" a La Nación por el conflicto de la procuradora General de la República, Ana Lorena Brenes, y el viceministro Daniel Soley, hasta ese momento subordinado de Jiménez. Ahora, en esta entrevista, mencionaba asuntos privados, ronreía y bromeaba con el mismo periodista al que él culpó de mentir en aquella ocasión.

-¿Oraron juntos? le pregunté esa tarde consciente de tener en frente a un sacerdote cristiano, más allá de los malabares retóricos dados por ILCO para negar ante la Sala IV que Jiménez esté violando la Constitución Política por ser clérigo.

-Fue algo personal, fue como un momento de inspiración, se limitó a contestar con la voz baja.

Alguien conoce muy bien a Melvin Jiménez y se atreve a especular. Es el nuevo presidente de la Iglesia Luterana, Gilberto Quesada. "Yo podría imaginar a Melvin orando al lado de don Luis Guillermo, abrazándolo o poniéndole una mano en el hombre y diciendo 'amigo, vamos pa'lante'. En eso tiene enorme capacidad. Su cuerpo grandote la ayuda. Es capaz de dirigir una oración y tenderle una mano; es fuerte y tierno. Lo digo yo aunque haya sido golpeado por decisiones de él". Lo compara con un papá de los de antes.

Puede que Melvin Jiménez haya sido ese poste para un Luis Guillermo Solís que llegó al poder sin cuadros políticos propios, contra todo pronóstico y ayuno de un equipo propio suficiente. Melvin Jiménez, junto al actual diputado Víctor Hugo Morales Zapata, fue un soporte anímico y logístico para el candidato Solís hasta que ganaron las elecciones el 6 de abril del 2014. Jiménez renunció entonces a sus tareas episcopales para poder entrar sin el báculo obispal a la toma de poderes el 8 de mayo en su calidad de Ministro de la Presidencia. Era esperable que Solís lo nombraría a él, aunque lo negó y lo negó tantas veces como pudo durante la campaña electoral. Era claro que el rostro de Jiménez no le haría ganar votos y quizás tampoco le ayudara después a la popularidad, pero no hay encuestas que lo midan.

Lo suyo no son las cámaras ni los micrófonos. Se traba leyendo, se come las palabras, su pronunciación de la "s" denota que tiene la lengua grande y no es fluido. Su cara muestra el sobrepeso normal de alguien corpulento y goloso, como es, aunque ahora está menos gordo porque en Casa Presidencial le habían ordenado las comidas. A la vista carga más de 120 kilos, pero ahora controla hasta sus añejos padecimientos digestivos, reconoce. Entre los cambios no debería estar la ausencia del bigote que lo ha acompañado por más de cuatro décadas, pero en enero ocurrió un accidente con sus manos pesadas y se lo cortó donde no debía. Entonces se lo rasuró completo. Ahora su cara morena, de mofletes anchos y labios gruesos luce enmarcada por una tupida melena canosa y a menudo despeinada.

Así lo vimos el 20 de enero en una conferencia de prensa en la que la falta de bigote era evidente pero, por supuesto, lo menos importante. Lo más delicado era el tema, pues arreciaban las críticas por el manejo político del Gobierno ante la publicación de La Nación sobre el ofrecimiento de cargos de embajadas hecho por Daniel Soley, entonces viceministro de la Presidencia y subalterno de Jiménez, a la procuradora general de la República. Las explicaciones no las dio el ministro, sino el propio Luis Guillermo Solís, mientras su vocero permanecía sentado y callado. Al final, sí contestó algunas preguntas escuetamente, pero solo algunas, porque abandonó de repente la mesa.

Días después dijo lo de la "fábula periodística". Lo hizo ante los diputados en una larga comparecencia cuyo legado gráfico fue la mirada de desagrado que le dirigió la legisladora Epsy Campbell, del Partido Acción Ciudadana (PAC) y crítica del gobierno.

Ella coincide con quienes deploran el manejo político a cargo de Melvin Jiménez y con quienes sostienen que él ha perjudicado el trabajo a Luis Guillermo Solís. En este mes de abril, por si faltaba, Jiménez ha sido señalado, ahora sí directamente, por un supuesto ofrecimiento de cargo de embajada al viceministro de Telecomunicaciones, Allan Ruiz, minutos después de pedirle la renuncia (sí, Jiménez le pidió la renuncia a otro miembro del gabinete sin que Solís estuviera al tanto, pues estaba en Panamá). Hubo de nuevo un pico de críticas contra Jiménez y de nuevo Solís lo defendió ante el rumor de una destitución... hasta este jueves.

Cuando se le preguntaba por qué Solís lo mantiene en el puesto, todo vuelve al punto uno de este texto: la confianza.

"En la política no solo están las ideas sino las confianzas (…) Algunos llegamos hasta el final del proceso (electoral) y se fue creando esta red de confianzas que se expresa en personas que estamos alrededor del presidente", explicaba este sociólogo y teólogo, en la entrevista en su despacho, justo antes de que alguien tocara la puerta y le entregara un papelito amarillo. Él preguntó si era urgente y sí. El presidente lo llamaba a su despacho y ni modo, lo tocó subir la rampa de 40 metros sobre el estanque central de la Casa Presidencial.

(Su despacho era pequeño, sin demasiada personalidad. Mantiene los cuadros que tenía su antecesor, Carlos Ricardo Benavides, pero una hielera pequeña llama la atención en una esquina, al lado del escritorio a medio desordenado. De no ser por una pequeña cruz de madera, nadie diría que ahí trabajaba un obispo cristiano).

Pasaron 21 minutos y Melvin Jiménez volvió medio agitado. Solís necesitaba hablarle de algún tema y además quería que lo acompañara en una actividad por la noche con empresarios, en cuyos círculos el nombre "Melvin" no era motivo de alegría. Él, sin embargo, insistía en que tenía contactos con ellos y citó, por ejemplo, a Jorge Monge. Es difícil que él conteste concreto, pero si se le insiste, responde algo. Por ejemplo, en esa entrevista admitió que recibe consejos de comunicación de Víctor Ramírez y Humberto Arce (el exdiputado del PAC con quien Ottón Solís acabó peleado en el año 2003, en la primera ruptura de una fracción del partido).

Él es de poco decir. Parece consciente de que lo suyo no es el verbo. Así, callado, lo recuerda el pastor Quesada. "Él prefiere escuchar y ser el que da la última palabra. Siempre ha sido así", intenta resumir su sustituto en la Iglesia Luterana. Lo compara con un papá a la antigua: cariñoso, pero autoritario. "Es como como cuando el papá de uno negociaba una yegua con el vecino y uno llegaba por detrás y decía ‘papá, pero esa yegua patea’ y el papá echaba una mano hacia atrás y disimulado le pega a uno por la boca y uno sabe que tiene que irse a la cocina y no hablar más. Él encarna el arquetipo del hombre que antepone su trabajo a todo lo demás".

Puede trabajar desde la madrugada hasta muy tarde. No tiene obligaciones familiares. Es divorciado. Sus hijos son grandes. Sus nietos los ve cuando puede. No volvió a las misas. El obispo no volvió a las misas y dejó en un baño de su iglesia el báculo que, para la ordenación, le fabricó un hermano que es artesano, cuenta el pastor Quesada. Jiménez sí se llevó a la Presidencia a la secretaria de la organización religiosa. Estaba entregado a ejercer el poder que Solís le confirió y le renovaba cada vez que salía a defenderlo ante las críticas, hasta este 16 de abril, cuando dijo que ya estaba muy desgastado.

Apenas el martes pasado, Melvin Jiménez reiteró su frase de "tengo las maletas listas" mientras el Presidente descartaba haber tomado una decisión sobre él. Aunque quisiera, no debe de ser fácil sustituir al hombre que le aporta confianza y que ejercía el poder al punto de pedir por su cuenta la renuncia a una ministra y un viceministro, como ocurrió con los jerarcas de Ciencia, Tecnología y Telecomunicaciones. Solís estaba en Panamá y el presidente en ejercicio era Helio Fallas, primer vicepresidente de la República. Ninguno de los entrevistados para este reportaje, algunos de ellos en el anonimato, se atrevieron a poner el poder de Jiménez por debajo de Fallas y de Ana Helena Chacón, la segunda vicepresidenta.

Alguien, sin embargo, duda del poder real de Melvin Jiménez. Es Rolando Araya, excandidato presidencial en el 2002 con el PLN y en el 2010 con Alianza Patriótica, la agrupación que intentó agrupar a dirigentes del movimiento opositor al Tratado de Libre Comercio (TLC). Dice conocerlo bien, pues compartió con él y con su amigo Morales Zapata en los tiempos del NO. "Aunque ha gozado de la protección presidencial, Melvin es débil, sin experiencia y sin formación política, a diferencia de Morales y de Mariano Figueres", dijo en alusión al otro hombre de confianza del presidente Solís.

Araya duda incluso de la lealtad de Jiménez. Lo cuenta en la oficina de su casa, en las montañas de Santa Ana, donde asegura haber recibido muchas veces a Jiménez. "Aquí, en La Lucha, en la Iglesia luterana y en otros lugares trabajamos en el NO (2007) y después, pero después estuvieron otra vez aquí. Ahí donde está usted sentado estuvieron sentados en el 2013 para ofrecer la adhesión a Johnny (el entonces candidato presidencial del PLN)", señala Araya, aunque ya ellos han rechazado tan ofrecimiento.

"Melvin es el alter ego de Albino Vargas", añade Araya en alusión al secretario general de la Asociación Nacional de Empleados Públicos (ANEP), el rostro del sindicalismo en el país. La respuesta de Vargas no lo descarta.

"Conozco a Melvin Jiménez antes de saber que iba a estar en un partido y que ese partido iba a ganar las elecciones. Trabajamos mucho juntos. ANEP no se le puede ir a las patadas a Melvin. No sabemos si resultó en gran inexperiencia, pero puedo decirle que el contacto es casi nulo", decía el jueves 5 de marzo, mostrando en su celular un mensaje de texto sin respuesta.

Hoy, publicada ya la destitución, Albino Vargas publica en su cuenta de Twitter, que la caída de su amigo Jiménez puede ser por impericia política, pero también por presión del "capital neoliberal".

Para el presidente, fue una decisión suya e pesar de los "enormes talentos" de Jiménez. Dio a entender que iba a ser mayor el costo político de mantener al hombre con quien intercambiaba confianzas políticas y personales. Muchos le aplauden este jueves a Solís, mientras Jiménez se estrena como exministro de Estado. Por la mañana se pudo ver en camiseta de punto en la misma casa donde aquel 14 de agosto de 2011 consolidaba confianzas con el que actual mandatario. Aún lo tiene apuntado en un diario. Aún el báculo yace junto a un sanitario en una Iglesia Luterana donde también tiene sus opositores.