Exempleado tico de Trump: ‘Uno se molesta un poco (de su discurso) porque ahí solo latinos había’

Marco Gamboa trabajó dos meses durante el 2005 en el club de golf del presidente de Estados Unidos, en Bedminster, Nueva Jersey; ahora, toma conciencia de lo ‘ilógico’ de que el mandatario ‘diga todo eso’ sobre los migrantes

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Apenas tenía un mes de haber llegado a Nueva Jersey, en febrero del 2005, con su visa de turista en la mano y con el contacto de un vecino de su pueblo, en Aserrí, cuando Marco Gamboa, hoy de 56 años, empezó a trabajar en el exclusivo club de golf que Donald Trump había construido en el condado de Bedminster.

No sabía quién era el dueño del lugar. Solo entendía que entre sus labores estaba darle mantenimiento a los jardines del campo de golf, limpiar las entradas, cepillar la trampas de arena para borrar las pisadas de acaudalados visitantes del club. Todo eso por $60 dólares al día ($7,5 por hora).

No era un horario particularmente duro: las usuales ocho horas, seis días por semana. No sabía y no le importaba mucho quién era el dueño del lugar, pues atendía órdenes directas de un jefe latinoamericano, trabajaba con otros empleados latinoamericanos y vivía en el barrio de Bound Brook, con otros costarricenses.

Todo eso sin tener conciencia de que su empleador era uno de los hombres más poderosos de Estados Unidos, hoy presidente de esa nación y, por lo tanto, uno de los hombres más poderosos del mundo.

Tampoco conectó realmente el discurso antimigrantes de Trump, cuando aspiró por la presidencia de Estados Unidos, con el lugar en aquel lugar en que trabajó durante aquellos dos meses en el 2005.

Fue apenas hace un mes, cuando reporteros de The Washington Post llegaron a su casa a buscarlo y preguntarle por las condiciones laborales que tenía en aquel campo de golf, que empezó a tomar conciencia de que ese había sido su patrono.

“Yo nunca le puse cuidado a que se llamaba Trump, hasta ahora”, dice.

Gamboa es uno de las 16 personas, en su mayoría costarricenses, que el periódico estadounidense dio a conocer como exempleados del club de golf del presidente de Estados Unidos en Bedminster, Nueva Jersey.

‘Es ilógico’

Marco Gamboa es parte de una oleada de migrantes costarricenses que viven o han vivido en Nueva Jersey y que, ahora revelado por periódicos como el Post y The New York Times, se conoce de que fueron empleados en condición irregular en los campos de golf de Trump.

Para el aserriceño, es ilógico que “ahora (Donald Trump) salga diciendo todo eso”, por la cantidad de latinoamericanos que trabajaron y trabajan en sus clubes de golf con situación irregular.

“Por ahí, uno se molesta un poco, porque cómo es posible que diga todo eso, si solo latinos había ahí. Solo latinos”, enfatiza Gamboa.

De hecho, a raíz de las revelaciones de ambos medios, los ejecutivos que manejan los campos de Trump han empezado a despedir empleados sin papeles de trabajo legales, aunque han evitado responder los cuestionamientos de la prensa.

Gamboa destaca que solo estuvo si acaso dos meses en ese empleo y que, en realidad, no entró por medios ilegales a Estados Unidos.

“Yo nunca me fui de mojado, o sea, me fui legal. Nunca tuve que pasar por ningún lado. Lo que sí pasó es que, después de tanto permiso que le dan a usted, se vencen y sí queda uno ilegal”, explica.

Para empezar a trabajar, obtuvo un permiso “choriceado” por $100, todo dentro de la misma comunidad en Nueva Jersey.

“Yo me fui bien, con pasaporte, visa y todo”, apuntó Gamboa. Ya había intentado, siete años antes, sacar la visa, siempre con la intención de ir “de turista” y quedarse un tiempo trabajando.

“Esa es la intención de todo tico”, afirma y dice que, precisamente, él vivía en una casa con Mariano Quesada y la esposa, además de dos hijos.

Él conocía a Quesada, porque era también de Poás de Aserrí, hicieron contacto, recibió la dirección que él tenía allá y, una vez en Nueva Jersey, el propio Quesada lo colocó en el campo de golf.

Tampoco le tocó nunca ver a Trump en Bedminster y, por eso, no cayó en cuenta de que era un antiguo patrono el que había llegado a ser el mandatario estadounidense.

Ahora, Quesada y su esposa viven en Santa Teresa de Cajón, en Pérez Zeledón. Él regresó a su casa en Aserrí, en 2006. No estuvo ni un año en Estados Unidos.

Entre arena y zacate

Marco Gamboa recuerda, ahora, sus historias del club de golf entre las trampas de arena y el zacate que debía mantener en perfectas condiciones para que se jugara golf allí, pero asegura que nunca tuvo maltrato ni malos pagos.

Eso sí, su salida fue abrupta, cuando tuvo un choque con un mexicano que trabajaba también allí y afirmaba ser dentista de profesión.

Cuando tuvo el desencuentro con ese compañero de trabajo, no hubo mucho papeleo ni mucha disputa. Simplemente, por la tarde le dijeron que ya no tenía más trabajo allí.

“Tuve un problemilla, ahí, con un mismo latino. Entonces, la decisión que tomaron fue la de quitar al que menos tiempo tenía. Entonces, me quitaron a mí”, recuerda Gamboa.

Los nueve meses restantes que pasó el aserriceño, todos ellos en Nueva Jersey, lo llevaron a lavar carros, limpiar nieve de casas y calles, hacer jardines y, en su mejor trabajo, según afirma, el de cuidar de una caballeriza en el mismo estado.

‘Tienen que saber’ de los indocumentados

Aunque solo estuvo dos meses como empleado de Trump, Marco está seguro de que los jefes directos de los empleados de los clubes de golf del presidente “tienen que saber” la condición de indocumentados de los empleados, porque ellos mismos son latinoamericanos.

Por los papeles se paga aproximadamente $100. “No recuerdo muy bien. Sí, el ‘choriceado’ para trabajar”, comenta.

La situación de los exempleados costarricenses de Trump toma relevancia ahora, porque en diciembre, The New York Times contó la historia de la guatemalteca Victorina Morales, quien tendía la cama que usaba Trump en sus estadías en el club de Bedminster, y de la costarricense Sandra Díaz, quien laboró tres años en ese lugar.

De hecho, Díaz y Morales fueron invitadas especiales del congresista Jimmy Gómez a presenciar el discurso de Donald Trump ante el Congreso, el martes anterior, donde presenta el Estado de la Unión, como se le conoce al informe anual de rendición de cuentas de los mandatarios estadounidenses.

Allí, Díaz y Morales compartieron con la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, y con Gómez.

Pelosi ha sido la principal opositora a la propuesta de Trump de construir un muro entre su país y México.

Además, a partir de la historia de Díaz, hay propuestas de legisladores neoyorquinos para extender una protección especial a los empleados de Trump en condición de indocumentados, pues a raíz de los artículos en prensa, la compañía del presidente los está despidiendo.

Precisamente, el Post reveló que esa empresa despidió al menos 18 empleados de cinco campos de golf entre Nueva York y Nueva Jersey.

‘No me gustó el ritmo de vida’

Con cinco hijos en su casa, con edades entre los 7 y los 18 años, Marco Gamboa no pasó ni un año en Estados Unidos, por temor a perder a su familia, aparte de que ya para él era suficiente con vivir la experiencia.

“La estaba viendo feo” en esa época, reconoce, aunque alega que no se fue realmente por una grandísima necesidad. “Para ganar plata hay que esta entre cuatro y cinco años”, dijo.

Se regresó, porque afirma que en Costa Rica, no hay problema si se queda hablando con alguien en la calle o si se toma un café en la mañana, tranquilamente. En Estados Unidos, recuerda, todos se van tomando el café en el carro.

“Ahí es muy apresurado el vivir, no es igual que acá, uno está aquí, se queda hablando con cualquiera, no hay presión. Allá no”, dice y se vuelve a recostar en el poste de la calle frente a su casa, donde recuerda su breve trabajo como empleado de Donald Trump.

Colaboró con esta información la periodista Christine Jenkins.