Escasez alimenta a diario a cientos de indígenas de Telire

Desnutrición crónica figura entre los principales problemas de salud entre niños y adultos de todas las edades

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Talamanca. Limón. El helicóptero desciende con cuidado en el único claro abierto entre la espesura de la montaña.

El sitio se llama Bajo Bley y esta es una visita que solo se da cuatro veces al año (cada tres meses), cuando médicos, enfermeras, técnicos en salud y farmacéuticos de la Caja llegan a atender a los cabécares de aquellas tierras, que están entre las de más difícil acceso en el país.

Si tuvieran que llegar a pie hasta ahí, cargando medicinas, equipo, comida y otros insumos para estar dos semanas en el sitio, tardarían un mínimo de cinco días; es un tiempo calculado para personas entrenadas en caminar por la montaña.

Por eso el helicóptero. El traslado aéreo apenas se prolonga 40 minutos partiendo del aeropuerto Tobías Bolaños, en Pavas, San José.

Desde las alturas, se ve a los indígenas salir de todas partes; muchos han caminado varias horas entre la montaña cargando hijos enfermos o ellos mismos soportando algún dolor. Saben que ahí viene ayuda para la escasez crónica que padecen sus familias.

En el 2006, la CCSS comenzó a organizar visitas a la zona con ayuda de un helicóptero de Aerodiva. Antes, algunos médicos más aventureros se arriesgaban a entrar a pie, muy esporádicamente, travesía en la que duraban más de una semana para llegar a su destino.

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A partir de entonces, se hacen cuatro viajes anuales. Los cabécares los esperan porque además de medicinas les traen comida, ropa y granos para sembrar en sus parcelas.

Son donaciones de iglesias cristianas que la Caja entrega al jefe de cada hogar.

Se calcula que en Telire viven unos 1.700 indígenas de la etnia cabécar. Este es un distrito de Talamanca, en Limón, de 2.224 kilómetros cuadrados.

La economía de estas familias apenas les permite subsistir comiendo yuca, plátanos, palmito, maíz y frijoles, según este diario, cuyo equipo permaneció una semana junto a personal médico de la Caja.

Los habitantes de estas montañas aún mueren de las mismas enfermedades que mataban a los ticos 70 años atrás y que poco se ven en las grandes ciudades: diarreas, parasitosis o neumonías.

"Es una zona montañosa, fracturada, con ausencia de infraestructura vial, telecomunicaciones, o comercio. La escolaridad máxima es de cuarto grado", describió Mauricio Solano Corella, director del Área de Salud Talamanca, de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS).

La Caja es la única institución del Estado que ingresa a este territorio regularmente para llevar un servicio básico como es la atención de salud.

El Ministerio de Seguridad Pública también ingresa, pero lo hace muy esporádicamente en operativos antidrogas pues aquí se ha comprobado que los narcotraficantes usan a los indígenas para sembrar marihuana.

Recientemente, se puso sobre la mesa la pobreza extrema en la que viven estos indígenas y el abandono por parte de muchas otras instituciones estatales.

Sucedió cuando Danilo Layán, jefe de la oficina regional del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), en Bribrí, cabecera de Talamanca, visitó estos territorios para registrar los nacimientos y se encontró con la muerte de Cristina, una bebé cabécar de 27 días de nacida.

Layan denunció la situación de abandono generalizado que padecen estas poblaciones.

No hay hambruna. Los únicos que mueren de hambre aquí son los perros. Cundidos de pulgas y garrapatas, estos animales son puro hueso y pellejo.

No hay sobrantes para compartir con ellos. A grandes costos, las numerosas familias de hasta una decena de miembros logran cosechar alguna yuca y plátanos para poner a hervir con el agua que sacan directamente del río y que no es potable.

La poca proteína que consumen la obtienen de unas cuantas gallinas, de chanchos, vacas, chompipes y ovejas que algunos han logrado criar en sus ranchos.

También cazan tepezcuintles, saínos, dantas y ardillas en la montaña, y pescan con una especie de lanza de fabricación cacera, hecha con madera de roble, varilla y ligas, bautizada como "chuzo".

La hambruna que denunció Layán tras su visita no es tal, según comprobó La Nación y han corroborado instituciones como la CCSS y la Defensoría de los Habitantes.

Lo que sí es cierto es que el mayor padecimiento de los cabécares de Telire es la desnutrición crónica.

El equipo médico que visitó Telire del 29 de febrero al 11 de marzo, encontró que tres de cada cuatro niños ahí no tienen ni el peso ni la talla para su edad.

LEA: Tres de cada cuatro niños de Telire tienen problemas de desarrollo

Berlín Barrios, de 14 años, lo resumió muy bien: "Aquí nos cuesta crecer".

Este adolescente de Alto Bley no estudia. Acudió el miércoles 9 de marzo para que lo atendieran en el salón comunal de Bajo Bley.

Hasta ahí llegó la familia de Víctor Morales, de 55 años, la cual es una muy buena radiografía de los problemas de salud que enfrentan las personas aquí.

Morales, por ejemplo, es hipertenso. Su compañera, Bernardina Moya Iglesias, de 56 años, tiene enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), probablemente por cocinar con leña al calor del fogón.

La hija de ambos, Meilyn Morales Moya, de 14 años, padece desnutrición crónica.

Bajar la montaña. El lunes 7 de marzo Ezequiel y Cecilia López, ambos de más de 70 años, caminaron 4 horas de ida y otro tanto de regreso hasta Alto Bley, para ser atendidos por los médicos de la Caja.

Ambos tienen presión alta y cruzan el río Telire, caudaloso la mayor parte del año, cargando a sus dos nietos, Angelina y Kevin. Bajar del monte no es fácil. Su edad, la presión alta que padecen y la carga que jalaban consigo ese lunes de marzo, no los frenó para descender y atravesar las aguas del río Telire con la sola fuerza de sus piernas y brazos. Necesitaban atención.

La medicina en forma de remedios naturales que les da Rosendo Reyes Díaz, el tachí o mayor entre los cabécares de Bajo Bley, no les alcanza para aliviar los males cuando el personal de la Caja no está. Esta es una ausencia que se siente diez meses del año.

Susana Ávila es médica especialista en Medicina Familiar y Comunitaria. Fue una de las dos doctoras que participaron en la primera visita del 2016 a Telire.

Ávila confía en que se construyan los dos Ebáis que por ahora se necesitan para mejorar el servicio: uno en Piedra Meza y otro en Bajo Bley. Ya la CCSS anunció, esta semana, que invertirá ¢700 millones en cada uno de estos edificios.

Estos nuevos Equipos Básicos de Atención Integral en Salud (Ebáis) fortalecerán el control prenatal y la atención después del parto a muchas mujeres, incluidas adolescentes que, desde los 13 años --incluso antes-- experimentan la maternidad.

Según Ávila, también mejorará la calidad de la consulta, pues en estas visitas trimestrales que se prolongan por 11 días, deben atender hasta cien indígenas en un solo día.

De acuerdo con la doctora, el proyecto permitiría que haya personal médido 200 días al año en esos puestos de atención, pues hoy los equipos ingresan solo dos semanas y regresan hasta tres meses después.

Los 529 indígenas que fueron atendidos del 29 de febrero al 11 de marzo, también fueron vistos por la otra doctora del equipo, Melissa Soto; las enfermeras Meylin Urtecho y Shafanie Rows, el técnico en Farmacia Óscar Rojas, y los técnicos en atención primaria, Franklin Méndez y Diwö Blanco. La cocinera Fidelina O´Neill se unió al equipo.

La próxima visita será del 30 de mayo al 10 de junio. La tercera del año será del 26 de agosto al 9 de setiembre, y la última del 28 de noviembre al 9 de diciembre.

Solo este año, la CCSS invertirá ¢90 millones en la atención de los cabécares de Telire.

Pobres entre la riqueza. La abundancia natural de estas montañas contrasta radicalmente con lo que se puede observar en el interior de los ranchos que habitan estas familias.

Prefieren las humildes estructuras, levantadas con tablones y palmas sacadas del bosque, sobre las casas de madera que una fundación extranjera les llegó a levantar sin consultarles.

En el patio de estas casas muchos construyeron su hogar real. Es un solo espacio donde cocinan y duermen. Los animales conviven ahí adentro con ellos.

Afuera, una paila de hierro tirada en medio de un pequeño caserío indígena, sirve al mismo tiempo como bañera de los niños, lavadero de ropa y bebedero para los animales domésticos.

El agua llega desde el río con ayuda de una cañería rústica. De la llave toman agua todos: hombres y animales. Por eso la abundancia de parasitosis intestinal.

No tienen suficientes granos para sembrar. Es una de las demandas más comunes entre quienes logran comunicarse en español.

También se sabe, aunque nadie los delata, que hay familias con un ingreso adicional al que les da la tierra: la siembra de marihuana. Pero hasta en esto son explotados porque un saco que podría costar millones en el mercado ilegal de la droga, a ellos se los compran en ¢30.000.

Este trabajo se ha vuelto común ahí ante la falta de fuentes de empleo.

Los pocos que se atreven a salir de la montaña, bajan hasta Valle la Estrella, para trabajar como peones agrícolas de plantaciones bananeras por algunas semanas.

El poco dinero que logran reunir es usado, en parte, para comprar víveres de los cuales no disponen montaña arriba.

Esto explica por qué, cada vez que escuchan las aspas del helicóptero, no dudan en salir a su encuentro.

Ahí vienen médicos, comida, medicinas y hasta algunos animales de granja más gordos y saludables que los que escarban en sus patios.

Colaboró la periodista Ángela Ávalos R.