El último día como ciudadano común del presidente Luis Guillermo Solís

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Teclea un par de veces en su computadora, pero no le gusta lo que escribe. Borra e intenta empezar de nuevo. Son las 6:30 a. m., del 7 de mayo. Hoy será el presidente.

Esa es la hora en que Inés, su hija de 8 años recién cumplidos, se levanta diariamente.

Ella corre y se le sienta en el regazo. “Léame lo que está escribiendo papi”, le dice.

Entonces, Luis Guillermo Solís, profesor universitario de 56 años, le lee a su hija más pequeña, de los seis que tiene, un párrafo del discurso que prepara para la toma de posesión como mandatario de la República.

Se levantó temprano a terminarlo, pero no lo logra. Más tarde dice en confianza a La Nación que se le aplica el dicho “casa de herrero, cuchillo de palo”.

“El discurso más difícil que me tocó hacer fue el primero. Fue para el expresidente Óscar Arias, el que leería en mayo de 1986, en la Cumbre de Presidentes de Esquipulas I. Tenía 15 días de trabajar en la Presidencia”, confiesa Solís, frente al residencial donde vive, a 28 años de aquella fecha.

Esa vez salió bien, enfatiza. Pero el propio, el que podría ser el mensaje más importante de su vida, no termina de gustarle aún. Citas con la prensa y reuniones bilaterales lo atrasan.

También las ganas de ver el avance de las obras en el Estadio Nacional, sede del traspaso de poderes. Como un chiquito en casa nueva, Solís recorre cada oficina, cada espacio del Nacional, donde mañana lo verán de presidente.

El último día como ciudadano común -no termina de creérselo- el gobernante electo desayunó con un príncipe. Es el de Asturias, Felipe de Borbón y Grecia, el dignatario europeo de más alto nivel invitado al cambio de mando.

Ahí, entre bromas, le dijo al Príncipe: “Todos los días duermo con España”. A su lado está Mercedes Peñas, su compañera sentimental, madrileña de 45 años.

A ella le tocó conocer al heredero al trono de su país natal en esta nación tropical. que ayer mostró un tiempo camaleónico: primero el castigo del Sol y luego la lluvia.

No pasa nada, con 20 años en el país, Peñas debe estar habituada.

Aunque no lamenta para nada la situación profesional que acometerá desde hoy, Solís reconoce, otra vez en confianza, que ayer no pudo comprar el pan, una de las actividades que lo atan al suelo como un ciudadano común.

“Y es que se lo comieron todo, en la noche, mis hijos, cuando llegó el abuelo de España (Lorenzo Peñas, su suegro)”, explica Solís.

Al menos aún le queda para recordar que no es ningún dios, la responsabilidad de alistar a Inés para la escuela y darle betún a sus zapatos. Eso y hacer su propio discurso, que para esta hora ya debe estar listo, con todo y los problemas que le ha dado. Hoy puede ser, para Solís, el día más importante de su vida.