El cementerio de leprosos se convertiría en el parque de un precario

Avanza proyecto de ley para exhumar a los enfermos de lepra y pasarlos a Curridabat

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En medio de casas miserables y desvencijadas de un precario en Tirrases, en Curridabat, hay un gran terreno que nadie se atreve a tocar.

Las casuchas del barrio Gloria Bejarano rodean el terreno y se han multiplicado en torno suyo, en una orgía de latas, madera y concreto sin orden ni fundamento más que el acomodo espontáneo y urgido de la precariedad habitacional.

Esa tierra, propiedad de tres mil metros cuadrados, llena de pasto y basura, sin ningún ornato público, es un cementerio de leprosos.

Antes que tétrico, el ambiente del barrio resulta más bien el típico de un arrabal en extremo pobre, con familias que se alimentan de la caridad estatal.

Pero la realidad de las cerca de 50 tumbas de antiguos enfermos de lepra, perdidas entre la maleza, impone respeto a todo aquel que quiera poner un pie con la intención de adueñarse de ese lote.

El último entierro, de acuerdo con la memoria de escritores, cronistas y especialistas en medicina, se dio en los años 50. En 60 años, esa tierra no ha vuelto a acoger otro cadáver llagoso.

Elber Vallejo, de 64 años, vive al frente del panteón centenario, y reconoce que, más que el temor por profanar un terreno “sagrado”, la gente siente respeto.

El problema, según el regidor liberacionista de Curridabat José Solano, es que no hay registros en ninguna parte, para determinar cuántos leprosos dieron con sus huesos en ese pedazo del cerro de La Carpintera.

Carlos Portilla, ejecutivo municipal curridabatense en 1998, asegura haber visto decenas de tumbas en ese lugar, cuando visitaba Tirrases de niño, en los años 60.

Por eso, considera que exhumar los restos de los leprosos abandonados de principios del siglo XX sería algo muy feo, “irrespetuoso”.

El actual alcalde, Edgar Mora, impulsa el proyecto de ley para crear un parque recreativo en el lugar e insiste en que los antiguos enfermos llegaron a ese rincón del cantón abandonados por sus familiares, procedentes de todo el país.

La iniciativa de ley que irrumpiría el sueño mortal de los antiguos enfermos del mal de Hansen (lepra) ya se dictaminó en la Comisión de Asuntos Sociales del Congreso y va camino de la aprobación final.

El alcalde indicó que la forma de poner en práctica el artículo 2 del proyecto, para sacar los restos óseos, los obliga a darles un lugar a las osamentas en una fosa común del cementerio de Curridabat.

Panteón centenario. Tirrases acogió el asilo de leprosos Las Mercedes desde 1908, luego de que por varias décadas el Congreso tuviera entre manos el plan para la creación de un edificio para los enfermos de lepra.

Los diputados le dieron el sí a la apertura del asilo en 1902 y el gobierno de Ascensión Esquivel lo puso en práctica un año después.

Sin embargo, el decreto legislativo solo era apenas el permiso para que el Gobierno reuniera el dinero suficiente para sustituir la Escuela de Agricultura por un hospital para lazarinos, como se conoce también a los leprosos.

La idea de la sociedad de la época era mantener lo más lejos de la ciudad a esos pacientes, por miedo al mítico contagio.

Ese temor permitió, incluso, la aplicación de la pena de muerte contra quienes se fugasen del antiguo leprosario del río Virilla, en la década de 1830.

La historia de la enfermedad de las llagas y las laceraciones corporales cambió en 1979, con el cierre definitivo del antiguo sanatorio de Tirrases.

Hoy, los edificios del antiguo reclusorio de los leprosos dan cabida a un colegio técnico y a un centro de rehabilitación de ancianos alcohólicos. Solo el antiguo cementerio permanece inmutable.

Nadie reclama los restos de los enfermos que ahí reposan.