Con ventas, rifas y donaciones, vecinos y monjas de San Pablo de Heredia reabren antiguo templo

La histórica estructura estuvo cerrada al público por alrededor de 12 años, desde el 2009, tras los daños ocasionados por el terremoto de Cinchona. La comunidad logró reunir ¢102 millones para su remozamiento.

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A punta de bingos, rifas, ventas de cachivaches, de tamales y de pan casero, los vecinos y la orden religiosa de las Hermanas Misioneras de San Pablo de Heredia, restauraron y reabrieron el antiguo templo de San Pablo Apóstol, tras 12 años de estar cerrado al público.

A partir de ahora, el templo de La Asunción, como se le llama actualmente, estará abierto todos los días por la mañana, de 8:30 a. m. a 11 a. m., y cada viernes habrá misa a las 5 p. m.

Como el aforo es limitado a 30 personas, los interesados deben inscribirse previamente, llamando al número 2237-0737.

La histórica estructura, asentada en esa comunidad desde 1863, hace 158 años, había sufrido fuertes daños con el terremoto de Cinchona, en el 2009, razón por la que fue clausurado en ese año.

Otros movimientos sísmicos, como el de Sámara (2012), empeoraron la condición del edificio, por lo que los vecinos y las hermanas —actualmente a cargo del templo— emprendieron la labor de reunir recursos para remozarlo.

Con mucho esfuerzo, recaudaron ¢102 millones, los cuales sirvieron para reforzar la estructura de las columnas internas de la edificación, así como incluir vigas, pues el techo carecía de estas. Todo ello, sin tocar sus viejas paredes de adobes.

Además, se cambió la instalación eléctrica, se dotó al inmueble de alarmas contra incendios y se pintó la estructura.

La colecta no fue fácil. La rifa de un automóvil y donaciones mayores dieron el último empujón, comentó Liribet Torres, religiosa de las Hermanas Misioneras de La Asunción.

“Cuando abrimos de nuevo, la gente estaba feliz. Se abrazaban a las columnas y otros sonaban las campanas. Aquí, si abrimos la puerta, se nos llena. El pableño ama esta iglesia. Gracias a Dios, por eso hemos logrado hacer alguito (las obras). La mayoría ha celebrado aquí un quince años, un matrimonio, un bautizo y, en nuestro caso, las consagraciones”, rememoró la religiosa.

Los vecinos y las hermanas contaron con el apoyo del Centro de Patrimonio del Ministerio de Cultura, entidad que, aunque no aportó dinero por asuntos presupuestarios, brindó asesoría profesional durante el proceso y supervisó los trabajos.

“Aunque fue duro, somos conscientes de que cada pueblo debe hacer lo que hicimos, porque esto (el templo) es del pueblo. Lo que había que hacer era un movimiento, y crear consciencia en la gente. Ahora lo que necesitamos es que continuemos contribuyendo, para seguir manteniendo lo que nos costó reabrir, y no perderlo”, manifestó Isabel Benavides, presidenta de la Comisión Pro Restauración del Templo.

El monto total para remozar el templo era de ¢200 millones, el doble de lo invertido. Sin embargo, pusieron manos a la obra con lo que se pudo recolectar.

Queda pendiente realizar mejorar en las aceras y los jardines de los alrededores del edificio, así como hacer una rampa en la entrada.

También hace falta colocar una verja, comprar un equipo de sonido, cambiar los vitrales y darle el acabado de mármol a las columnas que fueron intervenidas.

El templo fue declarado patrimonio histórico arquitectónico en febrero del 2002.