Ni uno solo de los Inser se queda sin ir al cafetal

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

El abuelo, la abuela, los cinco hijos y los cuatro nietos se levantan a las 5 a. m. para alistar todo y llegar al cafetal.

La meta diaria de la familia Inser, proveniente de Rivas, Nicaragua, es recolectar la mayor cantidad de cajuelas de café en la finca de Heredia donde trabajan y viven.

LEA: 30.000 familias todavía se ganan el sustento en cogidas de café

Máximo Inser, el abuelo, pide que todos anden “en manada”, para que se cuiden entre ellos. En media faena, se les escapan desde chistes hasta regaños.

Su único sustento. Desde hace ocho años, la rutina de esta familia de 11 miembros es venir al país, en temporada de recolección de café, entre octubre y febrero, hacer aquí la mayor cantidad de dinero y devolverse a Nicaragua a pasar el resto de los meses viviendo con lo ganado.

“Entre todos, hacemos unos ¢120.000 a la semana. Todos llenamos las cajuelas y, al final, el dinero que nos pagan se divide en tres partes. El café es el único sustento de toda nuestra familia”, afirma Máximo.

A las 10 a. m., las labores de recolección se detienen por media hora. Es momento de tomar café, bebida que les sabe a gloria luego de trabajar desde las 6 a. m. Los 11 miembros se sientan en una zanja del cafetal.

La abuela saca el café de una botella de dos litros y la reparte entre sus hijos y los niños. Luego sigue con el pinto y el salchichón. La comida debe ser bastante, porque el otro bocado lo disfrutarán hasta las 3:30 p. m., cuando lleguen a su casa después del trabajo.

Tras comer, comienza nuevamente la labor de recolección. El sol pica, pero la familia Inser está cubierta de pies a cabeza. El niño más pequeño, de un año, toma una siesta en los brazos de su madre, quien usa una mano para sostenerlo, apoyándolo en el canasto. Con la otra mano, sigue recogiendo el grano.

“En Nicaragua, ya todos saben para qué van a usar lo que se ganaron. Generalmente, lo gastan en pagar deudas y comprar comida. Los domingos, algunos aprovechan para ir a la iglesia o reunirse con amigos”, cuenta Inser, mientras se ríe de las bromas que le hacen sus hijos por la entrevista de este diario.