Náufragos ecuatorianos llevan más de un mes varados en la isla del Coco

Tres hombres de 48, de 25 y de 21 años arribaron a bahía Wafer el 12 de abril, luego de estar a la deriva durante un mes

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En altamar, sin testigos y a 400 kilómetros de su pueblito ecuatoriano de 18.000 habitantes, Víctor Bravo se quedó sin otra cosa que su vida y las de sus dos pescadores ayudantes. Cuatro días después de haber salido a pescar, los tres quedaron encima de una lancha sin gasolina, bajo el sol abrasador del océano Pacífico.

Bravo, de 48 años, perdió todo lo que llevaba en la lancha a manos de unos supuestos bandoleros a mediados de marzo y, un mes después (16 de abril), sin darse cuenta en el momento, perdió su casa durante el terremoto de Ecuador, adonde quedó su esposa con un cáncer a cuestas.

No podía saber el pescador casi cincuentón que encontraría la salvación en la última frontera costarricense, en una pequeñita isla del Pacífico, tierra de leyendas sobre piratería y de vegetación agreste: la isla del Coco.

El 12 de abril, cuatro días antes del terremoto que dejó más de 600 muertos en su país, Víctor llegó a las oficinas de la estación del Área de Conservación Marina Isla del Coco, gracias a un poco de gasolina que, según cuenta, le regaló un barco atunero de bandera venezolana.

Con poca ropa, con muchos días de sol y poca agua, entraron a territorio costarricense Víctor Bravo, Leonardo Arcentales, de 25 años, y José Leodán Domínguez, de 21 años, todos nacidos en la provincia ecuatoriana de Manabí.

Esta semana, el jueves, los tres náufragos ecuatorianos cumplieron un mes de estar varados en la isla del Coco, amparados por los guardaparques del Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac) del Ministerio de Ambiente y Energía (Minae).

Para las autoridades costarricenses, tanto las de Seguridad como las de Ambiente, resulta imposible determinar si la historia que Víctor Bravo les contó a ellos y a La Nación es totalmente cierta.

No hay certeza de que anduvieran pescando, de que fueran asaltados o de que les robaran la gasolina. Del testimonio de Víctor, las autoridades no determinan si la mercancía que tenía en la lancha Manuel era legal. Pudo ser pescado, pero las autoridades también quieren descartar que hubiese droga.

Lo que sí resulta verosímil es que a Bravo posiblemente lo asaltaron, que estuvo casi un mes a la deriva en el vastísimo océano Pacífico, que a uno de sus compañeros, al más joven, lo golpearon y que necesita revisión médica; que tiene artes de pesca en la lancha y que con una manta para proteger los motores improvisaron una vela que les permitió usar el viento como motor, para avanzar en el mar.

"Fuimos atacados por dos lanchas un martes. A uno de nosotros le pegaron en las costillas. Ellos fueron por gasolina, por mangueras y varias cosas. De ahí para acá fue nuestro sufrimiento", contó Bravo, el mayor de los pescadores náufragos.

El arribo de Bravo y compañía no es casual. Cada vez con más frecuencia, la isla del Coco sirve de albergue a náufragos, casi todos ellos ecuatorianos, que son asaltados en el mar, posiblemente por narcotraficantes.

Según los guardaparques del Coco, el año pasado recibieron dos grupos, también de tres personas cada uno, el último de ellos en diciembre.

El problema para las autoridades ambientales es que las operadoras turísticas, que tienen la concesión del transporte a la isla, se niegan a transportar a los náufragos, por temor a que se trate de narcotraficantes.

Fernando Quirós, director del Área de Conservación, aseguró que han tocado todas las puertas posibles de las autoridades policiales, sobre todo la Policía Guardacostas, pero ninguna puerta se abre.

"Nadie se responsabiliza del traslado de los ecuatorianos. Parece que vamos a tener que asumirlo nosotros (Sinac)", contó Quirós el martes, mientras negociaba con la empreza Okéanos para que aceptara trasladar a los ecuatorianos aunque fuera uno por uno hasta el puerto de Puntarenas y, ahí, ponerlos a las órdenes de la embajada ecuatoriana.

Al cierre de edición de este artículo, ninguna operadora turística había aceptado la solicitud del Minae.

Paradójicamente, ni el Ministerio de Seguridad Pública ni la policía costera tienen naves capaces de recorrer los 532 kilómetros entre Puntarenas y la bahía Wafer.

Tanto Gustavo Mata, ministro de Seguridad, como Martín Arias, director de la Policía Guardacostas, aseguraron que el traslado ni la protección a los ecuatorianos no es asunto de sus respectivas entidades.

Alegan que faltan datos sobre los antecedentes de los naufragos, datos que también solicitó la empresa Okéanos durante la negociación para sacarlos del Coco.

"Se consultó a Ecuador, se pidió la información sobre los nombres que ellos nos dieron. Nosotros tenemos un intercambio de información, de inteligencia, con la Armada de Ecuador. Al parecer, no tienen nada pendiente", aseguró Arias.

Mientras tanto, los tres náufragos ya cuentan en 64 los días que han estado lejos de Jaramijó, el pequeño puerto del que salieron sin permiso de la capitanía de puerto, que se ubica en el cantón vecino de Malta, también ciudad portuaria.

El jefe de la policía costera no entiende cómo las compañías "que sacan riqueza de la isla del Coco no quieran sacar al menos uno de los ecuatorianos por semana".

Al igual que los ecuatorianos recalan en la lejana tierra del Coco, también se pierden costarricenses en las aguas internacionales cercanas a El Salvador y Nicaragua, contó Martín Arias.

"Comíamos carne cruda, secándola al sol, estábamos como a 600 millas (poco más de 1000 kilómetros), pero no sabíamos dónde estábamos. Hubo tormentas, tornados, de todo", rezó Bravo, como quien cuenta una historia para pedir que su suerte mejore.

Y Víctor sigue: "Andábamos pescando anzuelo, picudo y así. Un día comíamos, otro día no. Gracias a Dios que pidimos (sic) mucho. El otro día, un muchacho ya desesperado se iba a tirar al mar".

Geiner Golfín, exadministrador de la estación del Minae en la isla del Coco, aseguró que cuando llegó a la isla los encontró rebeldes, desesperados y necesitados de ayuda médica, al menos uno de ellos. "Pero es más un asunto psicológico", contó el guardaparques.

Al cierre del artículo, los ecuatorianos seguían allá, a 1.000 kilómetros de su casa y a 600 de aquí, muy adentro del mar, esperando salir un día, pronto, para seguir pescando en el pueblo de Jaramijó, en la costa de Ecuador.