Miles de costarricenses viven ilegales en EE. UU.

Censo de ese país tiene registrados a 70.000; consulados estiman 220.000

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Nueva Jersey, EE. UU. Hay tantos costarricenses viviendo en Estados Unidos que en algunas ciudades se puede ir a una "pulpería" y comprar natilla Dos Pinos. Eso sí, a $3,25 (¢1.518) cada bolsita.

A lo largo y ancho del país hay barrios poblados por costarricenses, al extremo de que los restaurantes venden comida tica, se hacen desfiles de faroles y se ven los canales 6 y 7.

La creencia de que los ticos casi no emigran o solo lo hacen legalmente está quedando en el pasado. Los cónsules de las principales ciudades estadounidenses son los primeros en confirmarlo.

Según el censo de Estados Unidos (del 2000), en teoría, hay 70.000 ticos "legales" allá.

Pero los consulados estiman que existen al menos 220.000, en su mayoría ilegales. Además, permanentemente tienen que atender casos de nacionales presos y en espera de ser deportados.

Solo en remesas, el Banco Central registró más de ¢110.000 millones en el 2003 (el estudio se hará de nuevo este año). Ese monto es superior a las exportaciones de café y casi la mitad de las de banano de ese año.

Cada vez más. Costa Rica está lejos de ser uno de los países que más emigrantes envía a suelo estadounidense. Según el canciller, Roberto Tovar, Estados Unidos nunca le ha manifestado preocupación por ese fenómeno.

No obstante, los emigrantes aumentan y los consulados tienen que hacer maniobras.

Por ejemplo, Juan Salas, cónsul en Chicago, informó de que algunos meses ha atendido hasta ocho deportaciones. Ricardo González, cónsul en Los Ángeles, dijo que ha firmado convenios para que los nacionales reciban atención médica gratuita.

Otto Vargas, en Nueva York, tiene un consulado "móvil" que va los sábados a diferentes ciudades (aunque ahora tiene poco personal y no atiende teléfonos).

Incluso, el Canciller indicó que se está valorando abrir un nuevo consulado en Nueva Jersey.

En ese estado, La Nación visitó Trenton y Bound Brook, dos de las áreas donde la presencia costarricense es palpable.

En el bar Río no hay un solo cliente que no sea tico. Mientras, en el salón Imperial, que ofrecía comida colombiana se cambió a la nacional por ser más rentable, dijo su dueño, el dominicano Rafael Rosario.

En muchos comercios se ven anuncios de "pan tico" o banderas tricolores. Pero la vida de los inmigrantes, especialmente de los ilegales, no es tan colorida.

Para Hernán Marín, de la Asociación de Costarricenses en Trenton, el Gobierno tico subestima la emigración. Según dijo, otros países piden amnistías y beneficios para su gente allí, pero Costa Rica no. Tovar se mostró sorprendido de la cantidad de ilegales y deportaciones, y dijo que no ha recibido peticiones de parte de ellos.

Una vida dura. Ticos ilegales entrevistados por este diario narraron que su vida allí es dura: limpian casas, arreglan techos y lavan platos en restaurantes, entre otros.

Contaron que entran de "mojados" por México y hasta compran documentos falsos para gestionar empleos. También temen ir a sitios con mucha vigilancia, aceptan sueldos por debajo del mínimo y en ocasiones viven hasta ocho personas en un sótano.

A ello se suma la lucha con las temperaturas bajo cero durante el invierno y un idioma desconocido.

La violencia es común en los barrios de minorías. Por ejemplo, Marín contó que muchos ilegales no pueden abrir cuentas bancarias y los días de pago corren el riesgo de ser asaltados por pandillas.

Una consecuencia del fenómeno migratorio es la desintegración familiar. Solo en el consulado de Nueva York se tramitan hasta 30 divorcios mensuales. ¿Las causas? Una separación prolongada en la búsqueda de oportunidades de empleo, según estudios del Ministerio de Trabajo y la Universidad de Costa Rica.

Muchos se van "por unos años", pero logren legalizarse o no tratan de quedarse y planeando "retirarse" en Costa Rica. El limonense Carlos Geddes llegó de niño a Brooklyn y ahora, a sus 57 años, preguntó en el consulado de Nueva York cómo traerse "todo" para Costa Rica.

Muchos son emprendedores. Hacen sus propias empresas y, aunque estén ilegales, pagan impuestos y seguros.

Un ejemplo es Rudy Meza, de 31 años y vecino de Pérez Zeledón, cuyo hermano murió al ser asaltado en Nueva Jersey, pero recientemente abrió un negocio: un restaurante en Trenton.