La calle donde vive la mujer del milagro

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Justo cuando ayer empezaba la conferencia de prensa en la Casa Arzobispal, a las 9 a. m., repicaron las campanas del templo de Dulce Nombre de La Unión. Entre los feligreses estaba Cecilia Abarca, quien llegó a agradecer a Dios por el regalo a su comunidad.

Rosario en mano, la señora regresó caminando a su casa, localizada 300 metros al norte del templo, frente al hogar de Floribeth Mora Díaz, quien en ese momento atendía a la prensa en San José.

El barrio es como cualquier otro en la zona. Una vía angosta, con casas a ambos lados, que tienen portones y rejas, y aceras rugosas que los vecinos ignoran para caminar, prefiriendo la calle. En ese rincón se despertó ayer la mujer del milagro.

Mora abrió sus ojos a las 4 a. m., tras dormir solo unas cuantas horas, casi al mismo tiempo en que empezaban a estacionarse frente a su casa los automóviles con periodistas recién levantados. A las 5 a. m., sintonizó radio Fides con su familia; pero, como no encontró la transmisión desde el Vaticano, buscó el canal italiano RAI.

Cuando en el televisor anunciaron, en italiano, que el papa Juan Pablo II sería oficialmente canonizado, empezó la celebración. Finalmente pudieron reventar el juego de pólvora que tenían reservado para esa fecha. En la casa de al lado, su vecina se revolvió en la cama, abrazada a su bebé, pensando en lo inoportuno de la hora.

La primera oración del día fue exclusivamente familiar, pero más tarde entraron vecinos. Oraron de nuevo, desde afuera de la casa se escucharon aplausos y salieron por la puerta principal hacia San José.

Sale a luz. Ayer era día de mostrarse. Atrás quedaron los trucos para ocultar a Mora de la prensa: escapar por atrás, atravesando la casa de su hijo, y abordar otro carro para asistir a un examen de la carrera de Derecho, o esperar las llamadas de su vecina, Elizabeth Aguilar: “Doña Flori, llegó más gente”.

Tras su partida, la calle vivió paz. Hugo Hernández, quien ocasionalmente hace arreglos en la casa de Mora, llegó a visitar a su cuñada, Cecilia Abarca. Al lado de un pequeño altar dedicado a Juan Pablo II, la mujer contó que ella fue la primera persona fuera de la familia de Mora en saber del milagro.

“Me llamó y me dijo que fuera a su casa. Floribeth me contó que tenía miedo, que no sabía cómo contarle a la gente sin que pensaran que estaba loca”, recuerda. Meses después, ella fue una de los testigos que la comisión investigadora de la Santa Sede convocó para sus pesquisas. Todavía todo era secreto.

Pero ayer, al final de la tarde, Mora charlaba abiertamente desde la misma sala en que en el 2011 confesó el milagro a su vecina. Habló de cuando publicó su historia en línea, de los contactos con el Vaticano y, antes de despedirse, comentó que esa noche todavía tenía que estudiar para un curso del lunes.

–¿De qué es el curso?

–De Derecho romano. Increíble, ¿verdad?