Jóvenes de Varablanca vuelven al aula gracias a innovador ‘cole’

Estudiantes olvidan carencias y se animan con la ‘mate’, el inglés y el trabajo comunal

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Varablanca, Heredia. Ubicado en las faldas del volcán Póas, el distrito de Varablanca es reconocido por sus cataratas, montañas, lecherías y el cultivo de fresas.

Más recientemente se le recuerda por los daños que el terremoto de Cinchona le dejó en enero del 2009.

El desastre natural trajo de vuelta a Tomas Enrique Dozier, un vecino de la zona que para ese momento vivía en Estados Unidos.

Con su regreso, llegó un innovador proyecto de educación secundaria que hoy le agrega un nuevo distintivo a Varablanca.

De la mano de Dozier, 34 jóvenes cultivan el deseo de aprender en el colegio bilingüe de la Asociación de Desarrollo a través de la Educación (ADE), un pionero en la zona.

Lo hacen desde un salón comunal que ellos mismos y los vecinos ayudaron a restaurar, pues el terremoto lo dejó semidestruido.

El espacio está divido con láminas de plywood para separar los estudiantes de los diferentes niveles. También tienen un centro de cómputo y una minibiblioteca.

Pese a las carencias, allí los jóvenes se emocionan con la idea de hablar bien el inglés, dominar las matemáticas, trabajar por su comunidad y convertirse en profesionales.

Algunos de ellos renunciaron a colegios de larga trayectoria para probarse en el nuevo proyecto.

Uno de ellos es José Andrés Villalobos, quien cursa el noveno año y procede de un colegio de Poás.

“Aquí uno nota el esfuerzo de los profesores por enseñar. Ahora ya puedo hablar un poco de inglés. Es muy bonito ver que uno se puede esforzar. Ellos ayudan a que uno alcance sus metas”, narró.

El colegio usa el sistema de Maestro en Casa o Aula Abierta y aplica los exámenes del programa. Por tal razón, los estudiantes reciben el título de tercer ciclo y bachillerato que otorga el Ministerio de Educación Pública (MEP).

Además de las seis materias básicas, reciben un devocional bíblico todos los días, así como cursos de computación y proyectos para que pueden aplicar sus conocimientos en la vida real y en la comunidad.

El colegio se financia con los ¢17.000 al mes que pagan los muchachos y ayudas comunales.

Inglés, el imán. Para Josué Madrigal, de noveno, lo más destacable del incipiente colegio, en lo académico, es la enseñanza del inglés, pues dan muy buenas bases.

Además, al ser tan pequeño la atención es casi personalizada, algo que los jóvenes agradecen. “Si uno no entiende, el profesor se sienta y le explica hasta que uno aclare las dudas”, dijo Madrigal.

Los proyectos sobre medio ambiente y de proyección a la comunidad son otro ingrediente atractivo.

Como requisito para graduarse, cada uno debe cumplir 35 horas de trabajo comunal. Madrigal las dedica a ayudar a los escolares dándoles clases de algunas materias.

“Uno se desarrolla con la comunidad, aprende a desenvolverse y eso es bueno”, comentó el joven, quien quiere ser neurocirujano.

Aquí también hay menos posibilidades, por ejemplo, de escaparse de clase. Los jóvenes se sienten más comprometidos con ellos mismos y con el estudio.

Para Danny Jiménez, de tercer año, eso ha marcado la diferencia a su paso por el colegio.

“Aquí somos más unidos. El inglés es mucho más avanzado y uno verdaderamente se hace responsable del estudio”, manifestó este amante de la nanotecnología.