Familias soportan frío y viento y agua contaminada

Alergias, asma, hepatitis, diarreas y la angustia que pasan por vivir en casas donde la lluvia se mete por paredes de cinc y el espacio se hace pequeño

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La casita donde vive Claudia Patricia Maltéz Antón con sus dos hijas de 15 y 6 años y su pareja es sencilla: un cajón cerrado solamente con láminas de cinc, similar a tantas otras que hay a su alrededor en el precario Cristo Rey, en Ochomogo de San Nicolás, Cartago.

Claudia es nicaragüense con residencia tica, pues tiene más de 23 años de vivir en Costa Rica; aquí nacieron sus dos hijas.

Las dos padecen de rinitis crónica, en las peores crisis incluso les da hasta fiebre y tos y en muchas ocasiones terminan en los servicios de emergencia.

Por más que se abriguen, el frío que ingresa por las paredes de cinc y plywood solo complica su situación.

Es frecuente que pierdan lecciones, pues no pueden acudir a la escuela con síntomas de resfriado.

“Hace dos años vivimos aquí, antes alquilábamos más cerca del centro de Ochomogo, pero no pudimos seguir pagando el alquiler de ¢160.000 porque ya no nos dio el presupuesto y nos tuvimos que venir para acá (al precario), ya que el muchacho con el que vivo se quedó sin el trabajo en construcción y ahora a veces tiene trabajo y a veces no”, contó la mujer

El rancho donde viven se levantó con ayuda de un señor; con solo una pequeña división de plywood que le regalaron para el cuarto donde duerme la niña con el fin de reducir un poco la humedad.

“Antes, cuando alquilábamos, no se me enfermaban, pero ahora con el cambio de casa sí. Por la noche se siente mucho el frío y se me mete mucho el agua y yo estoy con un problema de salud por lo que no puedo trabajar y también tengo que estar llevando la chiquita a la escuela porque yo no tengo familia aquí, entonces no tengo quien me ayude”, explicó.

La hepatitis de Víctor

Víctor Berrocal Cerdas tiene 13 años y cursa el octavo grado en el Colegio Francisca Carranza, en Guadalupe de Cartago. Él presenta trastornos del espectro autista y hace menos de un mes se le diagnosticó Hepatitis A.

“El 10 de agosto lo llevé al hospital de Cartago porque venía con calentura y me dijeron que era una infección viral pero como siguió mal lo llevé otra vez y le hicieron exámenes y placas y le detectaron la hepatitis (...)”, contó la madre, Karen Cerdas Campos, de 44 años, quien reside con su hijo en precario El Dique la Mora, al costado este de Paseo Metrópoli.

Ella sospecha que el agua que se consume en su barrio enfermó a Víctor, aunque aseguró que la hierve.

“Por su condición, a veces agarra la que encuentre. Por estos lados hay mucha basura, perros muertos... hay mucha insalubridad, por eso pienso que adquirió eso aquí”, afirmó la mamá.

La casa donde ellos viven está hecha de madera, con techo de cinc. Doña Karen dijo que con gran esfuerzo puso cielorraso en el cuarto donde duerme Víctor, porque también padece de asma. Lo que no le favorece es que el piso de la casa está hecho con madera de tarimas, por lo que decidieron cubrirlo con una alfombra.

“Cuando hace mucho viento o llueve se mete el agua a la casa y él se enferma; ahorita yo estoy enferma porque como estos días ha llovido mucho se siente mucho el frío. Como una parte tiene cielorraso y otra no, se mete por las paredes y las ventanas”, contó .

A inicios de agosto, también estuvieron en alerta roja por brotes de diarrea; ella sigue pensando que el agua no potable incide en ese mal y en el diagnóstico de su hijo. Se extrañó de que a ella no le hicieran la prueba para saber si también tiene hepatitis.

En la casa de María Mercedes

Si por los parámetros usados para medir el hacinamiento fuera, en la casa de María Mercedes Flores no se presenta esa condición.

No obstante, la realidad de ella, su pareja y sus cuatro hijos se aleja de esos criterios, que de por sí son cuestionados por expertos, pues estiman poco razonable que solo se considere hacinamiento cuando hay más de tres personas por cuarto.

La vivienda en Los Diques de Cartago tiene tres pequeños dormitorios, en uno de ellos duerme el hijo mayor, de 19 años; en otro, sus otros dos varones, de 11 y 3, mientras que la pequeña de 8 años comparte habitación con ella y su esposo.

En su caso, al reducido espacio –que afecta la relación de pareja– y a las deficiencias en los materiales de la casa, se suma la angustia de soportar permanentemente los malos olores de las aguas residuales que pasan por el barrio y amenazan con meterse a la vivienda cuando llueve torrencialmente.

El lugar donde construyeron lo compraron a un tercero, aunque ahora les han dicho que esa zona pertenece a la Municipalidad de Cartago.

Según la mujer, hace varios años ella y su esposo intentaron iniciar un proceso para ser incluidos en un proyecto de vivienda; tras decenas de trámites y requisitos les dieron un número de caso, pero no volvieron a tener información.