Esquizofrenia está ceñida con una familia

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Desde el corredor de su casa, sentados sobre unas coloridas mecedoras de metal, dicen adiós a quienes los saludan. Son dos ancianos que pasan la mayor parte del día en ese sitio dizque para entretenerse.

Adentro, siempre hay otro adulto mayor, casi siempre soñoliento. Él dice que prefiere quedarse en la sala o en su habitación porque la calle le da miedo.

Los tres son hermanos –dos hombres y una mujer, solteros y sin hijos– quienes, además de compartir techo, sufren del mismo trastorno mental: esquizofrenia.

Carmen de 72 años, Carlos de 67 y Arturo de 63 (se utilizan nombres ficticios por solicitud de sus cuidadores), provienen de una familia compuesta por 12 hermanos, cuyo padre era jornalero y la madre, ama de casa.

“No creo que mis papás comprendieran muy bien la enfermedad de mis hermanos, pero recuerdo que a mamá le preocupaba morirse y dejarlos solos. Ella sabía que no estaban bien de la cabeza y que no llevarían vidas normales como los demás”, narra Yadira, la hermana que todos los días los visita, les lleva algo de comer y procura que cumplan con el tratamiento.

Para esta mujer de 54 años, es difícil precisar cuándo a sus hermanos se les diagnosticó como esquizofrénicos. Sin embargo, sabe que Carmen fue la primera en mostrar síntomas, entre ellos delirios, alucinaciones y comportamientos violentos, cuando apenas era una adolescente.

Carlos, por su parte, comenzó a los 35 años, y Arturo, el menor, durante la época del colegio. Entonces, le dio por acumular obsesivamente todo lo que se encontraba en la calle y descuidó por completo su apariencia.

Los tres han debido ser hospitalizados en varias oportunidades; el último en vivir esa experiencia fue Arturo, hace un año, cuando los familiares lo vieron “muy malito” y pidieron ayuda profesional. “Seguro por eso ahora no quiere salir ni a la puerta, teme que lo vengan a buscar”, dice Yadira.

Esta mujer está convencida de que la genética ha sido determinante en la familia, porque recuerda historias de un tío lejano que actuaba de manera “extraña” después de haber ido a la guerra, pero, en aquel tiempo, nadie ofreció un diagnóstico.

“Lo que todavía no sé decir es cuál fue el detonante para que tres de mis hermanos desarrollaran la esquizofrenia y los demás, no. Eso sigue siendo un misterio”, afirma.

Para comprender bien la enfermedad, ella y otros de sus hermanos sanos, han recibido charlas por parte de la Fundación Costarricense para Personas con Esquizofrenia (Fucopez). “Ahora es más sencillo ayudarles para que tengan una mejor calidad de vida”, reflexiona Yadira, mientras termina de preparar la cena que esa noche degustarían Carmen, Carlos y Arturo.