El antes y el después de un alajuelense que aprendió a leer a los 70 años

Gerardo Sánchez fue rescatado de las drogas y la indigencia; afirma que el haber aprendido a leer y escribir en el albergue que lo recibió lo hace sentirse “libre”. Ahora, no suelta la Biblia que deseaba tanto entender para encontrar una explicación sobre por qué vino a este mundo a “sufrir”

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Gerardo Sánchez Chaves, de 73 años, es libre, no porque haya salido de la prisión sino porque entró al mundo de la lectura. Así se siente, “libre”, según sus mismas palabras, luego de dejar atrás el oscurantismo en el que vivió luego de 70 años de no saber ni leer ni escribir.

Fue llegando a los 70 que lo aprendió en el albergue de ancianos Aaitea (Asociación de Atención Integral de la Tercera Edad de Alajuela) que lo rescató de la indigencia y las drogas que le consumieron desde los cinco años. Relató que sus padres eran alcohólicos, no se hicieron cargo de él y nunca fue a la escuela.

“Yo tengo un antes y un después, en mi vida me metí a los vicios del licor y drogas, yo viví muchos años en el parque central de Alajuela, allí comía y dormía. Entré aquí (al albergue) hace siete años y una señora preguntó si había alguien que quisiera leer un libro, yo quería pero no podía entender ni un letrero, le dije que quería aprender. Quería aprender para poder leer la Biblia.

“Con la escritura empecé aprendiendo a escribir mi nombre y la palabra ‘mamá’ y ‘papá’, tengo una letra que da vergüenza. Saber leer y escribir me permite ahora saber si un bus va para Heredia o Pavas porque lo puedo leer. Ahora soy un hombre libre, si uno tiene que ir al banco, ya uno sabe lo que dice ese rótulo, no depende de alguien más; ahora, hasta me siento con capacidad para enseñarle a otra persona y hasta he tenido el atrevimiento de decir que quiero estudiar inglés”, dijo Sánchez riendo..

El alajuelense lee fluidamente cada versículo de la Biblia. Siempre la tiene a mano en la cama del cuarto, que comparte con otros dos adultos mayores, al lado de la foto de uno de sus hijos quien falleció hace un mes por un accidente laboral.

Hasta hace pocos años, Sánchez era parte del 2,4% de la población mayor de 15 años (86.000) que no sabe leer ni escribir, según el censo del 2011 del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC). Los datos no se han actualizado, un nuevo censo se va a realizar en 2022.

Sin embargo, Xinia López, jefa del Departamento de Educación de Jóvenes y Adultos del Ministerio de Educación Pública (MEP), considera que la población de analfabetos en el país va en aumento. A diario en los servicios de educación primaria se ve como adultos jóvenes y adultos mayores desfilan en las aulas para buscar ayuda para aprender a leer y escribir.

“Hemos notado que esa población ha ido en aumento, es muy grande y tiene enormes necesidades, con la complicación de que la oferta educativa que hay es como la escuela regular, que es presencial y ellos tienen responsabilidades. La población ha crecido pero no tenemos la cobertura que quisiéramos. Tenemos alumnos de más de 70 años que aspiran a cumplir ese objetivo. Muchos de esos adultos tienen la primaria incompleta pero no saben leer ni escribir ya que dejaron sus estudios hace muchos años lo cual hizo que perdieran sus competencias en lectoescritura y hayan retornado al analfabetismo”, explicó López.

Aunque no hay datos actualizados sobre el analfabetismo, la Encuesta Nacional de Hogares (Enaho) del INEC del 2020 da una pincelada de la situación. Registró 449.710 personas de 15 años o más (11% de esa población) con primaria incompleta; el 82% (367.206) tenía 40 años o más, pero hay 70.481 (15,6%) con primaria incompleta que tienen de 25 a 39 años.

También, según el INEC, existen 123.509 personas de más de 15 años (2,9%) sin ningún tipo de instrucción; entre ese total, 20.758 tienen entre 20 y 39 años y 99.473 sobrepasan los 40 años.

López explicó que, actualmente, asisten 198.000 personas a las opciones del MEP de educación jóvenes y adultos; 23.432 cursan los primeros niveles de primaria.

Sin ninguna oportunidad

Gerardo Sánchez tenía dudas de tipo existencial que lo motivaron a aprender a leer para entender por qué llegó a este mundo si sufrió desde temprana edad, y sus padres no se ocuparon de él. Las respuestas las encontró, afirma, en la Biblia cuando por fin pudo leer por sí mismo los versículos. Su niñez fue difícil y conforme iba creciendo lo fue más, en su juventud, el no saber leer ni escribir le cerró oportunidades laborales, hasta de los puestos más básicos.

“Yo llegaba y le decía a un señor ‘¿no tiene trabajito?pero no sé leer ni escribir’ y me cerraban las puertas, visité varias fábricas y tampoco. Fui a Cenada (Centro Nacional de Abastecimiento y Distribución de Alimentos), a trabajar pero no sabía dar vueltos, no sabía manejar una calculadora”, relató Sánchez.

La mayoría de los analfabetos en el país vive en condición de pobreza, ya que no pueden conseguir trabajo digno. López agregó que la falta de lectoescritura afecta otras áreas como la matemática básica y el uso con la tecnología. Según ella, las personas que quieren aprender a leer y escribir son personas que solo tienen acceso a puestos de trabajo precarios, no calificados.

“Son personas adultas jóvenes y adultas mayores que tienen familiares que los presionan porque no saben leer ni escribir, son personas dependientes por completo ya que para una simple receta médica o una transacción tienen muchas dificultades; tienen vergüenza, frustración, les afecta el autoestima ya que tiene que ver con el desarrollo personal de realizarse, de sentirse útil”, detalló la experta.

Francisco Arce, de 65 años, vecino de San Isidro de Alajuela, conoce en carne propia esos sentimientos de los que habla la especialista. Él sí fue a la escuela pero su mamá lo sacó de esta porque “estaba perdiendo el tiempo” y lo puso a trabajar. De lo poco que aprendió no queda nada, él necesita ayuda hasta para buscar en su teléfono el contacto de una persona y hacer una llamada telefónica. Trabajó 27 años en una finca de helechos, luego fue a trabajar en seguridad, pero no pudo continuar porque no podía apuntar ni entender las placas de los vehículos.

“Me dediqué a volar pala, machetear, así fue como pasó el tiempo y llegué donde estoy. Cuando me pensioné, para hacer las vueltas, me decían que tenía que ir de un lado a otro, que tenía que firmar papeles, pero no sé, mis hijos me ayudaron. He pasado vergüenzas, he tenido que decirle a la gente que no sé leer ni escribir, apenas hago la firma, unos garabatos. Si me dan una dirección, hay que leer rótulos y me pierdo. Cómo deseara yo defenderme un poco, de vez en cuando me sale una oportunidad de trabajo, la pensión mía es muy baja y a, veces, me dicen algunas personas que por qué no les ayudo con un trabajito, pero de una vez les digo que si hay algo que leer o escribir, no puedo”, relató Arce quien tiene tres hijos y seis nietos.

Arce piensa que si supiera leer y escribir no lo pueden engañar como le ocurrió con un conocido que le dijo que iba a sacar una refrigeradora a crédito y que si le ayudaba a ser su fiador.

“Yo no sabía qué era eso de ser fiador, solo lo había escuchado en la pulpería. Yo solo di la cédula y me pusieron a firmar un papel y, como a los tres meses, tuve que pagar esa deuda, él no la pagó; me fui pollo, como dicen. ¿Qué hacía con reclamarle? Tuve que pagar la refrigeradora y perder la amistad”, expresó.

María Solís Solís, de 78 años, y vecina de Desamparados de Alajuela, tampoco pudo ir a la escuela; solo la visitaba para comerse algo y continuar su camino al trabajo que necesitaba para mantener a sus siete hermanos y a su mamá. El no tener habilidades de lectoescritura también le impidió su realización personal.

“Yo no aprendí a leer y escribir, toda la vida trabajé en el monte, cogiendo café, sembrando maíz, trabajé toda la vida. En el monte no tenía ni un cuaderno ni un lápiz para ir a la escuela. Solo fui a la escuela para que me dieran comida, si no comía me mantenía como los pajaritos comiendo solo frutas en el monte: naranjas, guayabas y así .A los 18 años entré a trabajar en una casa y estuve allí 14 años, no necesitaba leer ni escribir para atender una casa”, relató Solís quien tienen dos hijas.

Solís también asiste todos los días al centro diurno de Aaitea, organización que está necesitada de recursos, ya sea en efectivo o en especie (arroz, azúcar, café, pañales, etc.), para mantener a los adultos mayores a su cargo; solo en el albergue tienen 26 personas que viven en hacinamiento.