Crónica: recorriendo La Sabana a un kilómetro por hora

Sin posibilidad de ir por Circunvalación, cientos tomaron una ruta alterna que resultó ser ruta eterna. El promedio de velocidad fue de una hora, recorriendo un kilómetro del bulevar

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De repente, la marcha se puso trabadísima y el Geo Tracker de Danny Vásquez empezó a apagarse. Lo bueno: estaba estacionado. Lo malo: estaba en medio de la peor presa de su vida, bajo un aguacero copioso y al celular solo le quedaba una rayita de carga.

Vásquez, un biólogo que trabaja en San Pedro de Montes de Oca y vive en Santa Ana, logró llegar a la esquina del Estadio Nacional y acomodarse en la zona amarilla. Al menos no estaba estorbando en la fila de carros, por si llegaba a moverse en algún momento.

Las ventanas hasta arriba. Las escobillas a velocidad media. Un metro entre un búmper y otro. El humo salía de las muflas y hacía pequeñas nubes visibles por la lluvia y la luz roja de los frenos. Todos estaban frenados. Róger Jarquín ya había llamado para explicar que iba tarde y ahora fumaba, resignado, con la ventana medio abierta.

Eran casi las 7 p. m. y la posibilidad de una grúa pronto era ínfima para Vásquez. Ni siquiera sabía si el fallo mecánico era en el clutch o en la caja de cambios. Tal vez, solo tal vez, abusó del pedal del embrague durante las presas agravadas de estos días, simbolizadas por la de este miércoles bajo el aguacero al anochecer.

Él duró una hora recorriendo un kilómetro desde la Nissan, en Sabana Norte. El trayecto se haría en un solo minuto sin atasco vial, pero este miércoles la cantidad de carros era de colección. Por aquí venían los de siempre, más los que suelen pasar por Circunvalación, donde la caída de un puente la mantiene cerrada.

Danny llevaba dos horas desde la UCR y le faltaban tres horas para llegar a su casa subido en una plataforma. De momento, se lo tomó con calma. “Comuniquémosnos por mensaje, por mensaje, por mensaje. Búsqueme una grúa, pero no ya porque es imposible; dentro de un par de horas. Chao, que se me va la batería”, le decía urgido a alguien. Colgó y se tranquilizó. Ni modo.

A su lado pasaba Johnny Iglesias sonriente. Las dos horas que llevaba desde Coronado no le quitaban el buen humor, alimentado por una emisora de música cumbia, preparando el ambiente para llegar hasta Caldera. Iba de paseo y pensaba llegar ese mismo día a su destino, dijo sonriente.

Al lado del Tracker verde de Vásquez, pasaba también lentísimo un bus de Lomas del Río, de Pavas. 120 personas iban dentro de la burbuja de vapores. Las ventanas empañadas dejaban ver pasajeros dormidos. Incluso los de pie.

Al bus no le cabía nadie. Por eso ni siquiera se detuvo en la parada de Burger King, donde más de 100 personas esperaban subir.

Entonces el obrero Harven Ayala caminó a la parada siguiente, pero sin optimismo. El martes esperó el bus dos horas y el miércoles ya llevaba una y media. Si no hubiera estado lloviendo, habría caminado en dirección a Lomas. Otros sí lo hacían resignados.

Otros que también iban para Lomas, a falta de bus, viajaban en el cajón de un pick-up , tapándose con paraguas. Viajaban es un decir, porque tampoco avanzaban.

Y ahí en medio, otro incidente. Ezequiel González conducía un Nissan Sentra; de repente, se le fue la batería. Llevaba una hora desde el centro de San José y apenas iba a llegar al restaurante El Chicote.

Y la presa no se movía a la hora de cenar. Una mujer aprovechó entonces para poner el freno de mano frente al Mc Donald’s y darle a su bebé una ración de comida rápida: un vasito de Gerber.

Y seguía lloviendo. Y Danny sentado en su carro viendo llover, pensando en la embarcada que cometió al viajar hoy por La Sabana. Los cuatro costados del Parque Metropolitano estaban repletos. Al día siguiente también los estarían a esta hora, a pesar del cambio de horario de empleados públicos ordenado por el Gobierno.

No había accidentes. Los choferes se dirimían entre la calma y la resignación, salvo el anciano que detiene su Honda Accord para preguntar por qué tanta presa. Atrás una mujer pita desesperada desde el Hi-lux. El anciano avanza asustado diez metros y vuelve a frenar, igual que todos los demás.