“Vivimos tiempos insensatos”

Aboga por un control de lo político sobre el mundo de las finanzas, y, como respuesta a los reclamos ciudadanos por una mayor participación política, propone cambios en la organización de la democracia representativa .

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

“Revolución” podría ser la palabra que condense el acontecer político internacional del año 2011: tres revoluciones, en Túnez, Egipto, y Libia; ciudadanos “indignados” en España, Italia, Grecia, y, en los Estados Unidos, movimientos como “Ocupemos Wall-Street”, fueron manifestaciones heterogéneas, pero con una reivindicación en común: la necesidad de un cambio.

Para pensar el sentido de estos acontecimientos, conversamos con el filósofo francés Yves-Charles Zarka, especialista de filosofía política, quien visitó el país, invitado por la Universidad de Costa Rica, donde ofreció dos conferencias.

En una de sus conferencias en la Universidad de Costa Rica, usted muestra cómo la figura del “monstruo político”, metáfora del tirano, se ha balanizado. Todos seríamos monstruos en potencia... ¿En qué consiste esa banalización de la figura del monstruo, y cuáles son sus implicaciones?

Trato de saber lo que hay detrás de prácticas de poder, en el sentido de Michel Foucault. Por ejemplo, en la educación, en la salud, en la justicia, en la policía... ¿qué es lo que hay detrás? Hay cosas que no se dicen, de las cuales no nos percatamos. Hoy existe esa idea de que somos todos virtualmente peligrosos y que, por consiguiente, habría que detectar desde los primeros años de infancia – de ahí la evaluación de niños de 3 o 5 años, propuesta por el gobierno de Sarkozy — a los que son susceptibles de convertirse en personas muy peligrosas. Se imagina las prácticas policíacas que pueden instaurarse... No solo prácticas policíacas, sino de justicia, que hacen que, por ejemplo, se mantiene a alguien en la cárcel después de haber cumplido la pena. Estoy de acuerdo con que se dé seguimiento, pero decir que la pena terminada no ha terminado, ¿qué quiere decir?

“Detrás de esto, hay una figura del hombre peligroso que no es, como en el siglo XIX, una clase social – se hablaba de una “clase peligrosa”, los obreros --... hoy es el individuo el que se percibe como peligroso, porque la sociedad se ha fragmentado y el mismo peligro puede salir de cualquier lado... Es por eso que hay un aumento enorme de los internamientos siquiátricos de oficio. Enorme. Esta serie de prácticas me hizo reflexionar sobre esta idea del “monstruo político” hasta el “monstruo social”.

Usted nació en Túnez. ¿Qué mirada arroja sobre la revolución en ese país? ¿Cómo explicar que tras derrocar al tirano Ben Ali, el pueblo haya elegido al partido islamista Ennahda, que podría instaurar una dictadura teocrática?

Fue una revolución inesperada y a la vez extraordinaria, sobre todo porque las consignas que sobresalían eran la libertad, la igualdad, la dignidad... no era el Corán, la charia (ley islámica), las mujeres con velo... Pero ya en ese momento, yo decía: cuidado; la democracia no es solo un régimen político. Es también una estructura social. Es una dimensión cultural. La democracia no se instaura así como así. Es cierto que Túnez es más avanzado que otros países árabes. Solo que, una vez que el régimen se derrumbó, ¿cuál era la alternativa? La única potencia organizada era la de los islamistas que, como de costumbre, usan un doble lenguaje para obtener votos.

“Es una ilusión creer que la democracia es solo una forma de régimen. No es solo eso; hacen falta costumbres que la sostengan. Por eso, ¡transportar la democracia en Irak es una locura! El problema es saber si en Túnez el país progresista, ilustrado, logrará imponerse. No es nada seguro e incluso se puede pensar que la balanza se va a inclinar del lado negativo. Ya vemos películas prohibidas porque Dios fue representado... Es aún más problemático para Libia, que no conoció nunca la laicidad, ni la libertad para las mujeres. Ahí, se arriesga lo peor... No puede haber democracia donde no hay igualdad entre hombres y mujeres.

Las manifestaciones de “los indignados”, de “Ocupemos Wall Street”, ¿qué revelan del problema político actual?

Llamarlos “indignados” es absurdo. Uno se indigna, ¿y qué? No son indignados, ¡son rebeldes! Son personas que se rebelan contra una situación terrible: se le cobra al pueblo las inconsecuencias de los Estados y de los gobernantes. El problema de estos rebeldes es que no tienen doctrina, no tienen ideología. En mayo del 68 (grandes protestas en Francia), me acuerdo bien, había una ideología... era una ideología prefabricada, el marxismo-leninismo, pero había una idea... Aquí el problema es que no hay ideología, y por eso no puede funcionar.

“Los Estados están haciendo cosas insensatas. Nos dicen que van a disminuir la deuda. ¿Cómo? Disminuyendo el gasto. Instauran medidas de austeridad, aumentan los impuestos; bajan los salarios en España, y en Grecia ni hablar. ¿Qué pasa? A la gente le hace falta dinero. Van entonces a comprar menos. Si el consumo baja, el desempleo aumenta... y las entradas fiscales bajan. Lo que se presenta como un remedio... ¡es un veneno! Los gobernantes no entienden lo que sucede, y cuando uno no entiende, es grave, porque no sabe lo que debe hacer.

¿Qué es lo que les impide entender?

No entienden porque siguen creyendo que el mercado, a pesar de todo, es una instancia de autoregulación y de información verdadera. Creen en eso. El primer liberalismo, el de Adam Smith, que pensaba que la economía debía funcionar por si misma, pensaba también lo siguiente: el Estado debe intervenir. Adam Smith decía, en primer lugar, que el Estado debe intervenir porque el capitalismo tiende a formar monopolios, y hay que impedir la formación de monopolios. En segundo lugar, decía que hay un derecho soberano del cual el Estado no debe deshacerse nunca: las finanzas, el control del dinero.

“El neoliberalismo, desde los años Reagan-Thatcher, lo desreguló todo. Y el mercado ya no tiene ningún control, ni jurídico, ni político. En 40 años, se convirtió en una potencia excepcional. La gente cree que esa potencia es la mundialización, pero la responsabilidad principal es de los gobernantes políticos. Fueron ellos los que soltaron las riendas. Y las riendas las tomó un poder antipolítico, que es el poder de la finanza. Es un poder antipolítico, antidemocrático.

Cuando se opone la lógica del mercado a la lógica de lo político, ¿qué significa esta oposición?

No, no es que haya oposición, es que hace falta una dominación del uno sobre el otro. Tiene que haber un control de lo político sobre la finanza. El capitalismo se volvió criminal. Las subprimes son algo criminal. Los banqueros sabían que engañaban a la gente. No digo que haya que suprimir la sociedad de mercado. Si no, ¿qué vamos a hacer? ¿Volver a economías planificadas, como en la Unión Soviética? No, esa no es la solución. Pero sí tiene que haber control político.

“Los gobernantes, por una ideología que viene de Milton Friedman y de otros, piensan todavía que la economía y la finanza están gobernadas por leyes objetivas, claras, mientras que la política está siempre en movimiento... El endeudamiento de los Estados viene de ahí: los bancos centrales ya no tienen derecho de prestarles a los Estados desde los años 80. Pero tienen derecho de prestarles a los bancos privados. El Banco Central le presta a los bancos privados de 1 a 1,5%. Como el Estado tiene un presupuesto poco equilibrado, necesita dinero. No puede pedir préstamos al Banco Central, entonces les pide a los bancos privados. Los bancos privados toman el dinero a 1,5% y se lo dan a los Estados entre 3% y más... ¿y qué hacen los Estados? Toman préstamos para pagar los intereses de préstamo. ¡Es inaudito! Estamos en la locura total. Vivimos tiempos insensatos.

¿Cómo restablecer la cordura?

Hay medidas quizá difíciles de tomar, pero que habría que aplicar. Primero, fastidiar a las agencias calificadoras de riesgo. Volverlas completamente impotentes. Son agencias privadas, que tienen sus propios intereses... ¡Le dieron triple A a las subprimes! ¿Cómo es posible? Hay que fastidiarlas. ¿Cómo? Cambiando los tratados, permitiendo que el Banco Central Europeo les preste directamente a los Estados. Y controlando que esto no se haga de cualquier modo.

A propósito de ideologías, en Costa Rica, durante los años 90, tuvo gran impacto “El fin de la Historia” de F. Fukuyama. Este libro contribuyó a consolidar la idea que el tiempo de las ideologías se terminó. Ahora los políticos se dicen pragmáticos, sin ideología...

Es una ideología, creer que llegamos al final de la historia, que estamos en el mundo acabado de la verdad, que es el capitalismo lo que funciona, que el mercado da la verdad... ¡y listo! No digo que no haya que ser pragmático, pero en este caso el pragmatismo es simplemente dejarse llevar por los acontecimientos. Es cierto que la ideología puede ser perversa, y puede conducir a catástrofes...

“Pero se trata de saber cuál es la finalidad de lo político, qué es lo político. El problema que existe aquí, en Costa Rica, y en Francia también, es un conflicto entre los intereses del país, de la población, y los intereses de castas políticas. Lo vemos con respecto al cultivo de la piña, acerca de proyectos de explotación minera. ¿Qué quiere decir esto? Que los medios políticos están completamente pervertidos, corruptos. Están pagados por intereses financieros. Es gente que trabaja por su interés personal.

¿Qué es lo que le abre la vía a esta invasión del interés privado, en una democracia, y que conduce al ‘olvido’ de lo político, en el sentido de gobernar por el interés general?

Hay que estudiar a Tocqueville. Explicaba por qué en las democracias los políticos se hacen cada vez más mediocres, deleznables, porque no tienen mayor horizonte que el de satisfacer los intereses, a corto plazo, de la población...

“Pero también, porque los cargos políticos, lejos de ser pensados como una responsabilidad, son un modo de concebir que se entra en otro mundo. Si a usted la eligen, incluso diputada, usted va a cambiar de condición, y tendrá otras preocupaciones. Su existencia personal cambia. Mientras la pertenencia a la clase política y al poder implique un cambio de condición en la vida de quienes pertenecen a esa clase, ahí tiene el campo mismo de la corrupción, porque nada les es prohibido. Viven en un mundo imaginario, artificial, de espectáculo permanente. Se olvidan rápido de la realidad de la gente.

Se habla hoy de una crisis de la democracia liberal; la ciudadanía no se siente representada por sus gobernantes. Algunos filósofos, como Alain Badiou y Slavoj Zizek quieren terminar con la democracia representativa. ¿Hay que pensar en otro modo de organizar lo político?

Alain Badiou y Zizek prefieren la dictadura del terror. No es mi caso. Están locos. La representación se corrompió, pero la representación no es mala en sí misma. Para nada. ¿Qué vamos a hacer? ¿Una democracia directa? Los humores del pueblo pueden ser muy malos.

“La democracia es la representación: es la distancia y el tiempo. Supone un tiempo de la reflexión, un tiempo de la organización, un tiempo de la decisión. Hay que restablecer la democracia representativa.

“La gente quiere intervenir, entonces, hay que cambiar cosas en la democracia. Una idea que desarrollé en mi libro Repenser la démocratie (Volver a pensar la democracia), toca el problema de la legitimidad. Desde la Revolución Francesa, la legitimidad democrática, ¿qué es? Muy sencillo: el voto. 50% + 1 votos, y usted es elegida. Si usted cuestiona la mayoría, cuestiona el principio democrático. Pero el voto da lo que llamo una ‘legitimidad de título’. La legitimidad de título se revela cada vez más insuficiente, porque cuando se elige a alguien por cuatro o cinco años, es sobre la base de promesas, de un programa. Pero usted no sabe si va a realizar el programa, o si hará lo contrario. Hay entonces un segundo aspecto de la legitimidad, que es la ‘legitimidad de ejercicio’.

“Es necesario poder controlar la legitimidad de ejercicio, es decir, la práctica del poder. Debe haber un tribunal que controle el ejercicio del poder, que controle si no hay conflictos de interés, si las promesas no fueron cumplidas. Este tribunal tendría una gran autoridad, en función de la autoridad de la gente que esté allí, y muy poco poder. No es lo mismo, la autoridad y el poder. Un escritor puede tener una gran autoridad y no tener poder. El poder está siempre ligado a la coacción. La autoridad no ejerce coacción. Esta instancia tendría una única función: informar a los ciudadanos. No tendría derecho de cambiar el poder. Solo una cosa: la información del ciudadano por una instancia no partidista. Eso ya existe en el plano de las finanzas, en Francia, con el Tribunal de Cuentas. Imagínese que se haga eso en el plano político. Le puedo asegurar que las conductas cambiarían por completo.

Están también otras formas nuevas de democracia, la deliberativa, participativa... por qué no. Pero hay que estar atentos a los efectos perversos.

Piensa por ejemplo en las derivas populistas'

Por supuesto. No digo que no haya que hacerlo, pero hay que tener mucho cuidado, porque los humores de la gente se pueden utilizar muy fácilmente.