Vía crucis de los latinos de Loisaida, damnificados por Sandy en Nueva York

Latinos pobres del Lowwe East Side de Manhattan, la zona más afectada por el huracán en la isla de los rascacielos, salen en busca de ayuda y alimentos

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Nueva York. AFP. “Dios aprieta pero no ahorca”, dice resignado Paulino Rodríguez, un diabético de 64 años quien hoy bajó por primera vez, apoyado en su bastón, desde que Sandy dejó el lunes sin electricidad a las torres de los “proyectos” de viviendas sociales, en el sureste de Manhattan.

Paulino vive solo en un cuarto piso y casi se le acaba la comida. “Sólo me queda una sopita” dice y pregunta dónde puede conseguir algo de comer en Loisaida, como los latinos llaman en spanglish al “Lower East Side” de Manhattan, la zona más afectada por el huracán en la isla de los rascacielos.

Carga una pequeña mochila de nailon en su espalda y camina dificultosamente. Al igual que otros ancianos de los “proyectos”, no tiene familia ni quien lo lleve a un lugar con electricidad, agua y calefacción.

“El azúcar me tiene muerto, no puedo andar casi”, dice Paulino mientras avanza lentamente hacia un centro de distribución de comida, agua, artículos de limpieza e higiene personal, montado a pocas cuadras en la esquina de las calles Ridge y Stanton por una organización evangélica, “Operation Blessing” (Operación Bendición, www.OB.org).

Amanda Hardy, una joven maestra de la escuela vecina, Public School 140, se ha ofrecido con una colega para distribuir los productos. Junto a otras decenas de voluntarios no dejan de llenar los carritos de las compras, bolsas o simples cajas de cartón de los cientos de ancianos, mujeres maduras y jóvenes padres, en su gran mayoría latinos y algunos chinos, que forman una fila permanente de dos cuadras a la que llega tanta gente como la que parte con sus bultos.

Dos franciscanos, de la vecina iglesia Nuestra Señora de los Dolores, cuyas puerta permanecen cerradas, reparten, sonrientes, caramelos en la fila.

Interrogado sobre lo que está haciendo la iglesia católica ante la emergencia, el hermano Thomas Faiola, de 61 años, enfundado en su sotana marrón, dice no tener información porque su celular no funciona.

Paulino, por su estado de salud, logra evitar la espera y llena su bolsa con latas de sopa, sándwiches y hasta una bolsa de papas fritas “para divertirme esta noche”.

Mercedes Félix, de 65 años, tiene un hermano inválido que se alimenta por una sonda en un apartamento en un segundo piso de Losaida, ubicado a orillas del East River, que se desbordó y anegó la primera línea de torres, al lado del puente Williamsburg.

“A mi hermano lo alimento con una leche especial y me quedan dosis para dos días solamente”, dice, mientras empuja su carrito de las compras cargado con los suministros que consiguió en Operation Blessing.

“Le bajé la dosis de 6 a 5 por día. Una concejal latina prometió conseguirme más. Pero también debo recargar la batería necesaria para hacer funcionar la sonda. Voy a ir a la comisaría o al cuartelillo de bomberos”, dice llena de energía esta pequeña señora puertorriqueña, con su pelo blanco recogido en un moño desgreñado.

Rafael Casal, de 72 años, se siente un poco avergonzado de estar en la fila.

“Trabajé 30 años en la construcción y nunca tuve que pedir nada, pero tengo a mi esposa inválida en el edificio 43”, se justifica.

En las puertas de las torres de ladrillos marrones, algunas de hasta 22 pisos, separadas por espacios verdes atravesados por senderos, Operation Blessing puso carteles anunciando que el desayuno se sirve de 7 a. m. a 9 a. m. y la cena de 4 p. m. a 6 p. m.

La administración de las torres, por su parte, colocó un cartel que dice en español y en mandarín: “Estamos cerrados hasta que el servicio de electricidad se restablezca” y no sin amarga ironía envía a una dirección en Facebook para obtener información...

Los vecinos, en su mayoría puertorriqueños y dominicanos, con su experiencia de huracanes caribeños, estaban preparados para recibir a Sandy, con las bañeras y trastos llenos de agua, comida enlatada, linternas, velas y faroles.

Pero nunca imaginaron que permanecerían casi cuatro días enteros sin electricidad, que finalmente fue restablecida en la tarde de hoy. La comida que tenían en las heladeras se la comieron o se les pudrió y los suministros que acumularon para la emergencia se les acabaron o están a punto de hacerlo.

Yvette Ríos, quien empuja su carrito con las provisiones acompañada de dos hijos de 13 y 7 años, cuenta que en desde el huracán iba a casa de amigas en su automóvil durante el día y volvía por las noches a dormir a los “Projects”.

“Pero ya es un abuso, y dicen que la electricidad vuelve pronto”.

Cuenta que “a muchos ancianos del barrio se los llevaron sus familias. La Policía golpea las puertas para ver si los que quedan precisan algo. Housing (departamento de viviendas sociales de Nueva York) viene porque tiene listas de las personas en sillas de ruedas”.

Julia Cintrón, una matrona entrada en carnes de 67 años, agorera anuncia: “la luz viene pronto, lo está prometiendo (el alcalde Michael) Bloomberg, vamos a ver si es verdad”. Horas después, la compañía de electricidad anunciaba la vuelta del suministro eléctrico al Lower East Side.