Islamofobia toma fuerza y polariza Alemania

A medida que crecen los apoyos al movimiento islamófobo Pegida, también se oyen más las voces de aquellos que apuestan por que Alemania sea un país de acogida

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Empezó como una protesta minoritaria y, tres meses más tarde, reúne a miles de ciudadanos y se ha extendido a una decena de ciudades por toda Alemania.

La ola de manifestaciones bajo el nombre de Pegida (acrónimo de Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente) no solo llega a nuevos lugares —el lunes se estrenó en Berlín y Colonia—, sino que también divide cada vez más al país entre defensores y críticos de esta amalgama ideológica que reúne a sectores puramente islamófobos, xenófobos y racistas con ciudadanos que sienten que el Estado del que forman parte ya no se ocupa de ellos.

A medida que crecen los apoyos al movimiento impulsado por Lutz Bachmann —un oscuro personaje cuyo currículo incluye condenas por proxenetismo, venta de cocaína y agresiones físicas—, también se oyen más las voces de aquellos que apuestan por que Alemania sea un país de acogida, sin importar la religión de los que llegan.

Una decena de ciudades reunió el lunes a más de 10.000 contramanifestantes en ciudades como Dresde, Berlín, Colonia, Stuttgart o Hamburgo, casi todas ellas escenario también de las protestas dirigidas por Pegida y derivados.

"Hay un desgarro en la sociedad. La mitad de los ciudadanos defiende la diversidad, pero un tercio reclama un sentimiento nacional más fuerte, del que excluye a los inmigrantes. Necesitamos un modelo de integración que incluya a toda la sociedad", aseguró Werner Schiffauer, el presidente del Consejo para la Emigración.

La guerra de ideas no se refleja solo en la escalada de manifestaciones y contramanifestaciones. Los partidarios de una Alemania abierta mostraron su rechazo a la vuelta a tiempos oscuros con una medida simbólica.

"Apaguemos la luz a Pegida", pidieron los socialdemócratas a través de su cuenta oficial en la red social Twitter. Es una medida que ya tomó hace dos semanas la ópera de Dresde, donde se celebró la manifestación del 22 de diciembre. Lugares tan representativos de la historia alemana como la catedral de Colonia o la Puerta de Brandeburgo en Berlín desconectaron la iluminación para defender una sociedad abierta, libre y democrática, una decisión a la que se sumó la fábrica de Volkswagen en Dresde.

El centro de atención del movimiento antiislam que reclama una revisión a fondo de las leyes sobre refugiados volvió ayer a estar en Dresde, la capital del Estado oriental de Sajonia. Pese a contar con un porcentaje irrelevante de musulmanes en su población, esta ciudad se ha convertido en un termómetro de la capacidad alemana de lidiar con extranjeros y, sobre todo, los que llegan de lugares como Siria o Irak.

La convocatoria de Pegida en Dresde ha ido acumulando récord tras récord: el 8 de enero reunió a 10.000 manifestantes; una semana más tarde, 15.000; y el lunes anterior a Navidad, 17.500. Ayer, según estimaciones policiales, llegaron a los 18.000.

Al margen del número de adeptos que logren reunir en las calles, Pegida ya ha logrado situarse en el centro del debate público.

La canciller Angela Merkel usó nada menos que el mensaje de Fin de Año para lanzar el ataque más virulento que ha salido de su boca contra el movimiento islamófobo.

"Hoy algunos han vuelto a gritar '¡Nosotros somos el pueblo!' (frase que coreaban los manifestantes a favor de la democracia antes de que cayera el Muro de Berlín), pero lo que realmente piensan es: 'Nosotros no pertenecéis a este pueblo a causa de vuestro color de piel y religión. Por eso les pido que no sigan a quienes convocan estas manifestaciones ya que a menudo sus corazones albergan prejuicios, frialdad, incluso odios", dijo en el mensaje televisado.

Pero las palabras de Merkel chocan con las de algunos miembros de su partido, y sobre todo de sus socios de la CSU, que dejan entrever un mensaje de comprensión hacia los ciudadanos que sin declararse como racistas o xenófobos participan en las manifestaciones.

Los efectos más evidentes se han visto en el partido eurófobo Alternativa por Alemania, que vive una pelea desgarrada en su cúpula entre aquellos que quieren sumarse al carro de Pegida para convertirse en una especie de Frente Nacional francés a la alemana y los que, como el por ahora líder Bernd Lucke, apuestan por convertirse en un partido euroescéptico conservador más afín a los tories británicos que a Marine Le Pen y similares.