Barack Obama: Un legado incierto

Los aciertos y errores de sus ocho años en la presidencia terminaron por dividir a su país –y al mundo–, y marcaron el camino que terminó con Trump en la Casa Blanca. ¿Qué hizo bien y qué hizo mal el primer presidente negro de Estados Unidos?

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“Les pido que crean. No en mi habilidad para generar cambios, sino en la de ustedes”, dijo Barack Obama, el cuadragésimo cuarto presidente en la historia de los Estados Unidos de América, la noche del pasado martes 10 de enero en Chicago. Las palabras formaron parte de su discurso de despedida, las últimas palabras que dirigiría al pueblo estadounidense –y, en verdad, al resto del mundo, sobre todo en occidente– como mandatario de ese país.

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Más de ocho años antes, el propio Obama –entonces senador del estado de Illinois, con 47 años– le pidió a ese mismo pueblo –y, de nuevo, hasta cierto punto, al resto del mundo– que creyera. Que creyera en la posibilidad de un futuro mejor, con oportunidades más parejas para todos; con menos inseguridad para las minorías y menos prisiones en tierras extranjeras; que creyera en que sus propuestas podían sacar a Estados Unidos de su peor crisis económica en 80 años; que creyera en algo que, hasta no mucho antes, ni siquiera era posible en las películas: un presidente negro.

Yes we can, insistió Obama. Su energía, asociada a su juventud –fue el quinto presidente más joven en ser electo a la Casa Blanca– y su carisma, además de su tremenda capacidad oratoria, su cercanía a las representaciones minoritarias –primero étnica y lingüísticas, más tarde sexuales también– y su discurso de esperanza le convirtieron en el candidato más atractivo que la política estadounidense había visto en años, luego de dos períodos presidenciales a cargo del republicano George W. Bush.

Obama ganó una apretada carrera en las elecciones primarias del partido Demócrata ante Hillary Clinton, y luego venció a John McCain en la votación presidencial. Así comenzó un proceso histórico, que apenas unas décadas atrás hubiera sido impensable. Parafraseando lo dicho por Michelle Obama, Primera Dama, hace unos meses apenas: en la Casa construida por esclavos, mandaba una familia negra, la Primera Familia de los Estados Unidos.

En camino a su segundo período presidencial, en el 2012, Obama no tuvo oposición alguna en el armatoste interno del partido Demócrata; en las elecciones generales, derrotó con amplitud al republicano Mitt Romney. En la noche de la votación, al confirmarse su victoria, la cuenta en Twitter de Obama publicó una fotografía entrañable: un abrazo entre Barack y Michelle, acompañado por el texto “Cuatro años más”. Fue, en su momento, el tweet más compartido de la historia.

Durante siete años y unos 10 u 11 meses, el legado de Obama fue incuestionable para la mayoría. Cuando menos, así lo parecía de acuerdo a su presencia mediática y sus registros de aprobación por parte del pueblo estadounidense –48% en promedio desde su elección, en el 2009, de acuerdo con Gallup–. Ahora, sin embargo, la duda asoma.

En setiembre del 2016, Obama dio un discurso para el Congressional Black Caucus, una organización que representa a miembros negros del congreso estadounidense y que aboga por la participación de la comunidad negra en las votaciones. Fue uno de sus discursos más apasionados; tal vez el más enfático de los que brindó durante la campaña de Hillary Clinton el año pasado.

“Mi nombre no estará en la papeleta, pero nuestro progreso lo está. La tolerancia lo está. La democracia lo está. La justicia lo está (...). Después de que consiguiéramos participaciones históricas en el 2008 y el 2012, especialmente en la comunidad afroamericana, consideraré un insulto personal, un insulto a mi legado, si esta comunidad baja la guardia. ¿Quieren darme una buena despedida? ¡Vayan a votar!”.

Sus palabras fueron recibidas con vítores, con aplausos, con lágrimas, con sonrisas de esperanza. Una vez más, los medios de comunicación se encargaron de pintar un panorama de esperanza para las intenciones del partido Demócrata y del candidato que, en teoría, representaba mejor las políticas de Obama.

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Luego, llegó el martes 8 de noviembre y se hizo de noche.

La victoria de Donald Trump, quien asumirá la presidencia el viernes 20 de enero, pone en jaque el legado histórico de Barack Obama: en la Casa Blanca le sucederá, en esencia, su antítesis. ¿Cómo sucedió eso? ¿Cuáles fueron los aciertos y los errores de su presidencia que terminaron por pavimentar el camino para que nadie menos que Donald Trump se convierta, en solo unos días, en la persona más importante del planeta?

En el 2004, Obama dio, en la Convención Nacional Demócrata, posiblemente su mejor discurso. Entre otras cosas –y salvaguardando el hecho de que, como sabemos, América es un continente y no un país–, dijo: “No existe una América progresista y una conservadora. No existe una América negra, una blanca y una latina. Solo existen los Estados Unidos de América”.

Hoy, a menos de una semana de ceder el poder a Donald Trump, Obama es el presidente de los Estados Divididos de América.

Una lucha por un futuro mejor

La presidencia de Barack Obama comenzó el 20 de enero del 2009 con un respaldo nunca visto. Obama había ganado la presidencia con la mayoría de votos electorales, y también había triunfado en el voto popular. En los dos meses que se extendieron entre las elecciones, en noviembre del 2008, y el acto inaugural de su presidencia la aprobación de Obama alcanzó cifras históricas: el 67% del país aprobaba su elección.

A su acto de inauguración asistieron asistieron –según cifras no oficiales; el gobierno de Estados Unidos no hizo un conteo oficial– 1.8 millones de personas, lo que lo convirtió en el evento masivo con más público en la historia de Washington D. C. Además, según el documental A House Divided , producido por Vice , una cifra importante de los asistentes –uno de cada cinco– admitían no haber votado por Obama pero manifestaban su apoyo hacia el nuevo presidente.

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Tan pronto se acabaron los actos protocolarios, sin embargo, fue momento de comenzar a trabajar. El segundo mandato de George W. Bush, predecesor de Obama, concluyó con su país sumido en una de las peores crisis económicas de su historia.

Una burbuja inmobiliaria estalló en Estados Unidos y provocó una crisis financiera que homogenizó a muchos pobres y algunos ricos: ambos bandos quedaron sin empleo. Bush y la Reserva Federal habían hecho algunos esfuerzos de contención que habían resultado insuficientes.

La cifra de despidos alcanzó números no vistos en varias décadas. De acuerdo con declaraciones de Valerie Jarret, principal consejera de Obama durante su presidencia, se registraban 750.000 empleos perdidos por mes.

La industria automovilística fue, quizás, la que estaba más cerca del colapso. Empresas fundamentales de dicha industria, como General Motors, se encontraban al borde de la quiebra. Mientras tanto, los bancos colapsaban y la clase media estadounidense veía sus ahorros y sus planes de pensión evaporarse frente a sus ojos. 31.8 millones de personas solicitaron cupones de comida; es decir, aplicaron a un programa de asistencia nutricional reservado para personas con ingresos mínimos o nulos.

Es como si, de pronto, una población equivalente a seis veces la de Costa Rica no tuviera dinero para comer.

La propuesta de Obama, apoyada por el partido Demócrata en la Casa de Representantes y en el Senado –aparatos que componen el poder legislativo de Estados Unidos–, se llamó Ley de Reinversión y Recuperación. La firma, sin embargo, fue una batalla campal, la primera que enfrentó el presidente. El partido Republicano se le enfrentó sin tregua y propició las primeras grietas en la popularidad de Obama: la semilla de su oposición.

La historia parece haberle dado la razón: durante 75 meses consecutivos posteriores a la aprobación de la ley, la economía de Estados Unidos se mantuvo a la alza, con creación de nuevos puestos de trabajo todos esos meses.

Presidente mundial

Los primeros 100 días de Obama en su cargo incluyeron otras medidas importantes. En su primera semana en la Oficina Oval, Obama prohibió el uso de técnicas de tortura con sus prisioneros de guerra, subió los impuestos a los cigarrillos y incrementó la cobertura de los programas de salud infantil.

Con el tiempo, Obama llevó sus ojos a la comunidad internacional, con la cual propició varios lazos históricos. Uno de ellos fue con Irán, república islámica con la que Estados Unidos había mantenido relaciones tensas durante dos décadas; en ese tiempo, el país norteamericano aplicó sentencias y acciones encubiertas para impedir que el gobierno iraní obtuviera un arma nuclear.

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Obama optó por el diálogo, en lugar de la coerción militar. La maniobra concluyó con un acuerdo que hizo que Irán detuviera su carrera armamentista a cambio de un alivio de sanciones y una mayor legitimidad internacional. Aunque el acuerdo propició que las relaciones entre Estados Unidos y los enemigos de Irán –sobre todo Israel y Arabia Saudita– se debilitaran, también desactivó las tensiones entre Irán y Estados Unidos, encendidas desde la revolución islámica de 1979.

Otro momento clave, tal vez el más memorable a ojos de nuestro país, fue el acercamiento con Cuba, que en verdad fue parte de un esfuerzo mucho mayor por mejorar las relaciones con toda la América Latina. Obama estrechó la mano de Hugo Chávez, se reunió con Daniel Ortega y visitó la tumba de Monseñor Romero en El Salvador.

“Estados Unidos ha cambiado”, les dijo a los líderes de la región en la Cumbre de las Américas, casi 100 días después de su llegada al poder. Admitió que hubo errores en el golpe de Estado que instaló a Augusto Pinochet en Chile, publicó documentos sobre la participación de Washington en la guerra civil en Argentina y, por supuesto, dejó firme su nombre en los libros de historia cuando visitó La Habana.

Solo horas antes de que esta edición de la Revista Dominical cerrara, Obama firmó una de sus últimas medidas como presidente: puso fin a la política de ‘pies secos, pies mojados’, que permitía a los cubanos que llegaban a territorio estadounidense pudiera quedarse. La reforma es un esfuerzo por normalizar las relaciones bilaterales con Cuba, país que achacaba un alza en la emigración ilegal causado por dicha política.

Fragmentación sanitaria

Quizás la batalla más dura que Obama debió librar fue una que, en cualquier otro país desarrollado, se libró mucho tiempo atrás: ofrecer un plan de salud universal disponible para todos los estadounidenses, sin importar su condición socioeconómica.

Según cuenta A House Divided, los propios consejeros de Obama se mostraron nerviosos cuando el presidente anunció sus intenciones de perseguir la reforma y hacerla realidad. Lo que se presentaba ante el presidente era un campo minado, forjado por una oposición férrea de parte del partido Republicano.

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Esa oposición se fortaleció y encrudeció con la creación del Tea Party, un movimiento político de derecha con gran poderío en el engranaje republicano, y centrado en una política fiscal conservadora.

El Tea Party, respaldado por fondos económicos enormes, causó una sacudidad a las estructuras de poder del Partido Republicano, y comenzó una campaña de ataques en contra de los demócratas, de Obama y, sobre todo, de Obamacare, al que tildaban de ser la encarnación del socialismo y la muerte del sueño americano.

Al final, Obama consiguó extender la cobertura médica a 20 millones de personas que hasta entonces no contaban con ningún tipo de seguro.

La herida, sin embargo, estaba en carne viva. Obamacare dividió al país y, aunque el Tea Party perdió influencia en las últimas elecciones, dio paso a la derecha alternativa y, sobre todo, a su candidato y ahora presidente electo, Donald Trump.

Tal vez ninguno de los logros de Obama, sin embargo, fue más importante y, a la vez, por desgracia, divisorio: el color de su piel. El dato más importante de Obama será el que la historia, posiblemente, recordará, y el primero que nombrará.

Obama fue el primer presidente negro en la historia de Estados Unidos. Fue su mayor acto de rebeldía, algo que los sectores más conservadores de su país no le perdonaron jamás.

Puntos altos

Rescate económico

Estados Unidos estaba sumido en una crisis económica monumental, la mayor desde La gran depresión. Pese a una fiera oposición de los republicanos, Obama logró aprobar una ley para rescatar la economía mediante la reducción de impuestos y préstamos de dinero federal. La apuesta fue arriesgada: incrementó el gasto gubernamental "831.000 millones. Sin embargo, funcionó. Durante 75 meses, Estados Unidos registró un aumento en la creación de empleos.

Venganza contra bin Laden

Quizás la más reciente victoria militar que Estados Unidos ha celebrado de forma casi unánime: en la noche del 2 de mayo del 2011, Obama se dirigió al mundo entero diciendo: "Esta noche puedo anunciarle al pueblo estadounidense y al mundo que Estados Unidos ha dirigido una operación que ha causado la muerte de Osama bin Laden". Así, Obama llevó justicia al autor intelectual de los ataques del 11 de setiembre del 2011.

Un país más limpio

Su predecesor, George W. Bush, fue un escépctio sobre el cambio climático, tema que pasó por alto en su agenda. Para Obama, en cambio, fue un punto fundamental. Sus dos mandatos dejaron un legado de legislación ambientalista, protección marina y de ecosistemas, freno de las emisiones de carbono y relanzamiento de las energías renovables. Además, aceleró la ratificación del Acuerdo Climático de París.

Mejora de relaciones internacionales

Con Obama, el Air Force One –avión presidencial de Estados Unidos– viajó por todo el planeta. Obamá visitó a aliados y enemigos de antaño, y consiguió acuerdos importantes y visitas históricas. Con Irán firmó un acuerdo nuclear que aseguró que el país islámico cesara sus intentos de hacerse con armas nucleares, y fue el primer presidente estadounidense en pisar suelo cubano en 88 años.

Reforma sanitaria

Obamacare fue su mayor lucha y, en buena medida, la razón de la fractura partidaria que acosa a Washington y que ha divido, más que nunca en muchísimo tiempo, al pueblo estadounidense. Obama intentó proveer de un plan de salud universal para su país. No lo logró, pero extendió la cobertura mediática a 20 millones de personas que antes no tenían nada. Los republicanos lo tildaron de socialista, y el futuro de la reforma es incierto bajo la gestión de Trump.

Cuando la barra quedó muy alta

Barack Obama no fue, bajo ninguna perspectiva, un presidente perfecto. Aunque sus índices de popularidad se mantienen bastante altos –55%, según Gallup–, Obama cometió varios errores y obvió algunas situaciones que sus enemigos no olvidaron ni dejaron pasar.

Su discurso, que siempre fue uno de unión, puso una barra alta que ni siquiera él mismo pudo cumplir, y eso dio terreno fértil para que el partido Republicano, el Tea Party y, más tarde, la derecha alternativa se fortalecieran en camino a colocar a Donald Trump en la Casa Blanca.

Lo anterior no significa, por supuesto, que todos los críticos de Obama fueran personas de derecha ni que sucumbieran a la influencia de los líderes republicanos. Buena parte de las críticas a Obama nacen de una preocupación genuina por el impacto que sus acciones –o inacciones– están generando y podrían generar en el futuro.

Una de las críticas más constantes hacia el presidente fue su incapacidad para cerrar la prisión de Guantánamo, como lo prometió en su campaña y en su primera semana en la Oficina Oval.

Guantánamo es una cárcel militar creada por la administración de Bush en el 2002 como consecuencia directa de los ataques del 11 de setiembre y de la posterior Guerra contra el terror –que implicó la invasión estadounidense a territorios de Medio Oriente, y contra la cual Obama se manifestó antes incluso de postularse a la candidatura demócrata–, ubicada en la Bahía Guantánamo, en el sur de Cuba.

En dicha prisión, los prisioneros son detenidos de forma indefinida y sin un juicio previo, además de haber sido testigo de torturas, por lo que es considerada una severa violación a los derechos humanos en varias partes del mundo.

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Obama hizo de Guantánamo parte importante de su discurso de campaña. Tan pronto tomó posesión de la presidencia, prohibió las torturas y dijo que la prisión estaría clausurada en menos de un año.

Aunque logró reducir la cantidad de prisioneros de 245 a 61, sus esfuerzos fueron insuficientes y la oposición republicana no permitió que su intención se hiciera realidad.

Más tarde, en el 2011, Obama firmó una ley que prohibía que los prisioneros de Guantánamo fueran trasladados a tierra firma estadounidense. Más tarde hubo varios planes para cerrar la prisión, pero todos ellos fueron rechazados por un Congreso controlado por los republicanos.

Indiferencia ante Siria

La inacción tiende a ser el punto en común entre la mayoría de críticas hacia Obama.

En agosto del año pasado, Nicholas Kristof, columnista del New York Times , publicó un artículo en dicho diario titulado Obama's Worst Mistake (El peor error de Obama), que comienza con la siguiente escena:

“Un pistolero armado atacó un club en Orlando en junio, matando a 49 personas y generando una cobertura mediática masiva y un trauma nacional. Ahora imaginen que masacres de esa escala sucedieran cinco veces al día, siete días a la semana, de forma incesante durante cinco años, totalizando unas 470.000 muertes. Eso es Siria. Mientras que los gobiernos sirio y ruso cometen crímenes de guerra, bombardean hospitales y hacen morir de hambre a civiles, el Presidente Obama y el mundo parecen ignoran el problema”.

La guerra civil de Siria fue, sin duda, la mayor crisis internacional ocurrida durante el gobierno de Obama, quien incontables veces se manifestó en contra de la invasión a Medio Oriente y la guerra en Irak.

Sin embargo, cuando el mundo entero esperaba su reacción, el hombre que prometía paz optó por no involucrarse. Obama se mantuvo al margen incluso cuando Bachar Al Assad, presidente sirio, mató a miles de civiles con armas químicas, valiéndose del apoyo de fuerzar rusas e iraníes.

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Ahora, solo días antes de que Trump comience a gobernar –con la incertidumbre y las interrogantes que esto genera, tanto para demócratas como republicanos–, Siria está sumida en una crisis de la que no saldrá en años. El clima tenso y violento de Medio Oriente ha facilitado el auge de grupos extremistas que ponen en peligro, sobre todo, a los países desarrollados.

Mientras tanto, el otro lado del mundo arde en llamas.

Estamos Divididos

En el documental A House Divided , el periodista Shane Smith le recuerda a Obama su intención de transformar Washington, dejando atrás el partidismo y poniendo en primer lugar la unión y el trabajo.

“Eso no funcionó, ¿verdad?”, responde el presidente con humor, aunque frustrado.

En efecto, quizás el mayor error de Obama fue el dividir, como no sucedía desde hace décadas, primero a los políticos y luego a los ciudadanos de su país. “Su actitud hacia los republicanos fue la de ‘yo gané, sus objeciones no importan’”, escribió Andrew Cline en USA Today .

Sus políticas, casi siempre entendidas como un beneficio para las minorías –que ciertamente habían sido abandonadas por gobiernos previos– generaron un clima tenso, un país dividido y con retos inimaginables por venir.

Puntos bajos

Tensión con Rusia y China

Consultado por ‘The Atlantic’, el antiguo secretario de Estado, Henry Kissinger, dijo que el estado actual de las relaciones de Obama con China y Rusia eran “aceptables”. Sin embargo, en ambos casos, las tensiones parecen haberse elevado. Mientras China ve las alianzas de Estados Unidos en el Pacífico como una amenaza para su crecimiento, Putin considera a Obama débil y sin liderazgo, sobre todo por su apatía con respecto a Siria.

Líder histórico en deportaciones

Ningún otro presidente en la historia de Estados Unidos deportó a tantos inmigrantes como lo hizo Barack Obama. Las cifras son de escándalo, y se estiman alrededor de los 2.5 millones solo entre el 2009 y el 2015. La enorme mayoría de ellos, eso sí, habían sido condenados por al menos un crimen. La administración Obama se defendió diciendo que deportaron criminales y no familias.

Siria en abandono

“La crisis de Siria clama a gritos por el liderazgo y la cooperación de Estados Unidos, y Obama no ha mostrado mucho de ninguna de las dos”, escribió Nicholas Kristof, del ‘New York Times’. La pasividad del presidente ante la guerra civil del país de Medio Oriente ha sido señalada en repetidas ocasiones, mientras las fuerzas sirias y rusas convierten a Alepo, capital siria, en un cementerio de inocentes.

Rencor y partidismo

No fue parte de su discurso; de hecho, podría considerarse un daño imprevisto. Pero las acciones de Obama terminaron por dividir Washington y, consecuentemente, al electorado estadounidense. Se le achaca soberbia en su trato con los republicanos, quienes se le opusieron con fiereza desde el primer día de su mandato. El futuro de Estados Unidos es incierto; el legado de Obama también lo es.

Aclaración: Por equivocación, el artículo hizo una referencia incorrecta a las fuerzas israelíes con respecto a la crisis en Siria. Lo correcto es 'fuerzas sirias'.