Monseñor Óscar A. Romero, mártir de El Salvador y ‘voz de los sin voz’

Denuncias de las injusticias sociales contra las clases más pobres molestaron a la ultraderecha. El magnicidio continúa impune

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San Salvador. Monseñor Óscar Arnulfo Romero era un arzobispo tradicional, conservador y cercano al poder antes de transformarse en el más encendido defensor de los marginados, con una contundente oratoria que denunció la injusticia social y desconcertó a la ultraderecha de El Salvador.

Defensor de una Iglesia con “opción preferencial por los pobres”, fue declarado beato el 23 de mayo de 2015. Pero sus compatriotas lo consideraban santo desde mucho antes, y el Vaticano lo proclamará como tal el 14 de octubre.

“Lo conocí muy bien, era un hombre tímido, introvertido, pero eso no significa que no tenía personalidad, sabía tomar decisiones”, declaró el obispo emérito de Santiago de María, Orlando Cabrera, de 80 años, quien convivió con Romero desde 1965.

Poseedor de un lenguaje sencillo para hablar con los campesinos, pero lapidario con dureza ante las injusticias, el beato Romero se convertirá “en el primer santo y mártir que canoniza un papa por defender los derechos humanos”, destacó Cabrera.

Romero se constituye en el referente de lo que el papa Francisco llama "Iglesia de salida", que abandona la comodidad de los conventos y sale en busca de los pobres en sus comunidades.

“La Iglesia de salida que dice el Papa aquí en El Salvador ha sido muy real en los años 70 y 80, y ciertos sacerdotes (casi una veintena) fueron asesinados, matados por gente que iba a misa”, declaró el jesuita Jon Sobrino, prominente defensor de la teología de la liberación.

“Con monseñor Romero, Dios pasó por El Salvador”, resumió en marzo de 1980 el sacerdote y filósofo jesuita Ignacio Ellacuría, asesinado por el Ejército salvadoreño junto a cinco sacerdotes más en 1989.

En la defensa de los pobres y los perseguidos, el beato “se quedó solo”, afirmó su hermano Gaspar Romero, quien recordó que otros obispos apoyados por grupos poderosos iban a Roma a pedir que lo cesaran como arzobispo.

En la mira

Los intentos por acallarlo comenzaron el 18 de febrero de 1980, cuando la radio católica YSAX fue dinamitada.

Poco después, el 10 de marzo de ese año, cuando Romero oficiaba misa en la basílica del Sagrado Corazón, fue hallado un maletín con 72 candelas de dinamita, suficientes para volar no solo el templo, sino la cuadra completa. El explosivo fue desactivado.

Horas antes de consumarse el asesinato, la ultraderecha divulgó una hoja volante en San Salvador para criticar al pastor, a quien tildó de “el sátrapa Romero”, y acusó de “calumniador, mentiroso y con una mente infame”.

Justamente la víspera de su asesinato, monseñor Romero hizo un dramático llamado a los soldados a desobedecer órdenes de disparar contra el pueblo: “Les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!”.

Al anochecer del 24 de marzo de 1980, Romero fue abatido por un francotirador mientras oficiaba misa en la capilla del hospital Divina Providencia, en el norte de San Salvador.

El magnicidio polarizó aún más a los salvadoreños que luchaban por mejores condiciones de vida e hizo estallar la guerra civil, que duró 12 años (1980-1992) y cobró la vida de al menos 75.000 personas.

En 1993, una Comisión de la Verdad de la Naciones Unidas señaló como autor intelectual del crimen al mayor del Ejército Roberto D’Aubuisson, ya fallecido, fundador de la Alianza Republicana Nacionalista (Arena, derecha).

Los asesinos nunca fueron llevados a la Justicia y el homicidio sigue impune.