El Nacional de Venezuela revela la creciente crisis humanitaria: un holocausto silencioso

Los venezolanos deben tomar la difícil decisión de comprar medicamentos o alimentos. Los rostros de la desnutrición revelan una faceta de la crisis cada vez más aguda.

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El Nacional de Venezuela revela en un informe especial la gravedad del nivel de deterioro de la salud de este país sudamericano, a través de 30 crónicas sobre la situación de los hospitales de Caracas, reportajes sobre enfermedades como el cáncer o el VIH y descripciones conmovedoras de pacientes que han sido ignorados.

El proyecto se denomina “Crisis humanitaria, el holocausto de la salud”.

Luego de varias semanas de investigaciones, visitas riesgosas a hospitales, entrevistas a ciudadanos que han padecido la crisis directamente y de una labor gráfica y narrativa, este medio de comunicación de Venezuela muestra la realidad de las personas que mueren de mengua ante la escasez de medicamentos e insumos.

A través de crudas imágenes el público puede conocer cómo se ha desarrollado de manera creciente la crisis humanitaria del país con un hermético silencio por parte de las autoridades oficiales.

Seleccionamos cinco casos que ilustran el drama de los venezolanos.

Muerte en los pasillos

El año pasado denunciaron que tres cuerpos estallaron debido a que no fueron reclamados por sus familiares y funcionarios de la Medicatura Forense no llegaron para retirarlos del recinto. Este año aseguraron que los dos cuerpos que explotaron en marzo permanecieron una semana abandonados.

El hedor de putrefacción se liga con el de la basura acumulada en las afueras de la morgue.

La insalubridad y decadencia del hospital se ha incrementado en el último año, aunque algunos pacientes y trabajadores, que se mantuvieron en el anonimato para evitar represalias, aseguraron que había mejoras.

Desde la llegada al Periférico las personas deben enfrentarse a un pavimento con huecos, destrozado e inundado. Un “¿para dónde va?” poco cortés se convierte en el recibimiento de los milicianos de guardia en la entrada principal del centro de salud.

Las paredes, pisos, techos, sillas y camillas del recinto reflejan el abandono. Las cerámicas, de un blanco ennegrecido, están rotas y algunos consultorios no tienen techo, pese a que en 2014 indicaron para Radio Mundial que los techos habían sido impermealizados. En todo el hospital se percibe un sofocante calor debido a la falta de aire acondicionado.

Un trabajador del lugar indicó que, desde hace mucho tiempo, las autoridades no han entregado colchones al personal del hospital para las camillas. Pacientes denunciaron que la habitación en la que están los afectados con bacterias no tiene aire acondicionado, necesario para evitar la propagación de microbios.

Mantener la buena alimentación de los pacientes es otro dilema. La mayoría de los que están hospitalizados esperan que sus familiares lleven la comida del día. En una de las habitaciones una mujer cocinaba una sopa en una olla eléctrica, la que compartió con los otros pacientes del cuarto.

Poder conversar con quienes allí pasan los días es un proceso muy limitado: el personal de seguridad, guardias nacionales y milicianos están alerta de cada movimiento de los que ingresan al Periférico de Catia. Ante este exceso de vigilancia, un trabajador del lugar expresó: “Ellos colaboran para que el hospital esté como está”.

Los pacientes que son operados deben ser cargados por los enfermeros hasta el quirófano, debido a que el ascensor habilitado para transportar a los enfermos está inoperativo.

Lo único que, según una fuente del Periférico de Catia, se le puede ofrecer a los pacientes es suero, soluciones, Buscapina intravenosa y recolectores de orina.

En el cuarto donde estaban los pacientes de traumatología había personas que llevaban hasta nueve meses a la espera de cumplir con sus tratamientos para poder ser dados de alta. Entre ellos estaba un hombre al que no se le vio el rostro. Compañeros de habitación aseguraron que la mayoría del tiempo dormía y siempre se la pasaba con la cara tapada bajo las sábanas, ningún familiar lo visitaba. Lo identificaron como Carlos Díaz, de 76 años de edad.

Una mujer, quien no dio su nombre porque un familiar trabaja en el lugar, tiene hospitalizada al menos dos meses por complicaciones en su salud. Fue diagnosticada con diabetes y necesita ser operada porque sus riñones se llenaron de líquido, pero no ha podido ingresar al quirófano por no tener los antibióticos que la ayudan a eliminar ese fluido. Su hijo es el encargado de cuidarla. Contó que la mayoría de medicamentos que ha logrado obtener han sido donados; otros fármacos los compró a un precio que dependía “del corazón del bachaquero”.

Constantemente la dama requiere realizarse exámenes médicos, pero no todos los hacen en el hospital al no contar con los reactivos necesarios. Para varias de las pruebas ha tenido que acudir a clínicas privadas, donde los precios son elevados. “Este país da lástima. Un país tan rico, teníamos todo y lo destruyeron, y lo que falta”, expresó la mujer.

La amabilidad de enfermeros y médicos es lo único que no se rompe, no se agrieta y no transmite desconfianza en el hospital. Entre ellos se ayudan y cumplen su labor, entre la desidia y falta de insumos. Los pacientes también colaboran, se apiadan de sus compañeros de habitación y comparten sus alimentos. Conviven como familia porque desconocen el tiempo que permanecerán juntos en el Periférico de Catia.

Balas, cuchillos y amenazas en los hospitales

Informar sobre la crisis humanitaria puede ser grave para los trabajadores de los centros de salud de Venezuela. En setiembre de este año un equipo de El Nacional intentó entrevistar a los médicos del Ambulatorio de Choroní, afectado por la escasez de medicamentos e insumos y por las fallas en los servicios de agua y electricidad. Pero el miedo se apoderó de ellos. Con el argumento de que podían ser despedidos por dar a conocer la verdad, optaron por no hablar ni permitir que fueran grabadas las condiciones de la infraestructura.

“Si yo te dejo grabar eso me van a sacar”, dijo una de las jóvenes.

Las protestas por la situación de la salud también han sido amedrentadas con balas y cuchillos. En agosto de 2016, en medio de un enfrentamiento entre trabajadores del Hospital Universitario de Caracas, fue herido de bala en el abdomen Eladio Mata, presidente del Sindicato de Trabajadores de la Alcaldía Metropolitana de Caracas.

El conflicto se generó porque un grupo de trabajadores del centro de salud y miembros de la Federación Nacional de Sindicatos Regionales, Sectoriales y Conexos de Trabajadores de la Salud (Fenasirtrasalud), que es pro chavista, impidieron el ingreso al secretario ejecutivo de Fetrasalud, Pablo Zambrano. Otros obreros salieron a pedir que se permitiera la entrada de los dirigentes.

Un año más tarde, los doctores le realizaron la mastectomía general.

En otra manifestación, entre 20 y 30 sujetos rodearon y propinaron una golpiza al trabajador José Luis Jiménez; le fracturaron tres costillas y la mandíbula. A Pablo Zambrano le dieron un cascazo en la cabeza y le rompieron la cara. En otra protesta por insumos, a Mauro Zambrano, dirigente sindical del Clínico de Caracas, le dieron dos puñaladas en la espalda con un punzón, lo que le generó una herida de ocho pulgadas de profundidad.

Estos grupos violentos han sido constituidos por la misma directiva del centro de salud, pues incluso los incorporan a la nómina, explicó Mauro Zambrano. Buscan a personas que sean delincuentes cercanos del barrio con el fin de producir mayor temor en los trabajadores.

Es normal que los violentos caminen por el centro de salud con armas de fuego. Se ha solicitado la presencia de la Guardia Nacional Bolivariana, pero ni ellos ni la Milicia hacen nada. Los que defienden a los dirigentes sindicales del centro de salud son los mismos trabajadores. Muchos de ellos han salido perjudicados, como el caso de José Luis Jiménez.

“Yo fui víctima de eso, me dieron una puñalada en el Hospital Universitario simplemente por denunciar la situación del centro de salud. A Pablo Zambrano, de la Federación (Fetrasalud), lo cayeron a golpes y le rompieron la cara. Hay otro compañero al que le rompieron la nariz. A una compañera le rompieron la cara”, relató Zambrano.

El dirigente sindical considera que la violencia en el Hospital Universitario continúa porque es una política implementada desde la directiva, que está únicamente centralizada en el centro de salud, a diferencia de otros hospitales, que suele ser dominada por la dirección regional de salud. Incluso manejan más recursos que los otros hospitales, así que emplean las agresiones con el fin de evitar que se dé a conocer la corrupción interna, que ha sido denunciada en la Contraloría de la República.

“Hemos denunciado en la Contraloría de la República con cifras que tenemos: de recursos que han entrado al hospital y no se sabe dónde están”, afirmó.

El gobierno también ha invadido los centros de salud con divulgación política. El dirigente sindical indicó que departamentos como los de recursos humanos están repletos de cárteles de Hugo Chávez. Lo mismo ocurre en las direcciones de los hospitales: cuadros del fallecido presidente y banderas rojas, prácticas que rechazan los trabajadores. “La salud no debe ser politizada”.

Pero a pesar de los amedrentamientos y de la política en la salud pública, el deterioro sigue aumentando. En la actualidad en ningún hospital de Caracas hay un tomógrafo, así que los pacientes deben acudir a una clínica privada. La Constitución de la República señala que la salud debería ser totalmente gratuita, sin embargo los ciudadanos tienen que pagar los medicamentos y los insumos cuando van a ser hospitalizados.

“A veces no hay ni guantes ni gasas. Ni siquiera alcohol, que es algo tan básico. Una persona tiene que tener 500.000 bolívares solo para entrar a emergencia. Si te fracturas un pie, tienes que hacerte unos rayos X, que no hay en la mayoría de los hospitales, entonces tienes que ir a la clínica. También pasa que mandan una hematología y tienes que pagarlo en clínica porque en los hospitales no hay”, denunció.

Los trabajadores han optado por hacer recolectas de dinero con el fin de ayudar a los pacientes a comprar los medicamentos.

No existe un hospital que esté en condiciones óptimas para atender a los pacientes. Mauro Zambrano señaló que todos están críticos: salas que han cerrado por ser inhabitables, servicios que están totalmente cancelados, centros de salud que duran largos periodos sin agua, bacterias que se alojan por falta de recursos para la limpieza. “Hay pacientes que entran al quirófano, los agarra una bacteria y mueren. Eso pasa porque el cloro muchas veces lo diluyen en agua”.

Tampoco hay un sistema que garantice el traslado en ambulancias, porque la mayoría están dañadas. La única que está funcionando es la del Vargas y porque ahí cuentan con un sistema con el que se debe llamar para solicitar el servicio. Hay casos en los que un paciente en estado de gravedad debe esperar varias horas para que llegue el vehículo.

El dirigente sindical exigió que, para optimizar la salud venezolana, se unifique el sistema sanitario y que se envíen recursos a los hospitales. “Uno de los problemas que hay en los centros es por malos gerentes, por la corrupción y porque a veces el hospital tiene la voluntad pero no los recursos. Esto pasa porque hay distintos sistemas de salud: todos funcionan distinto”.

La esperanza se pierde entre la escasez y falta de equipos médicos

A veces están bien, pero en ocasiones no tienen fuerzas ni para levantarse de la cama. Los días de las pacientes con cáncer de mama transcurren en función de la búsqueda de un tratamiento que parece no existir en Venezuela.

Padecer la enfermedad en el país se ha convertido en un asunto vital: mujeres invierten tiempo y energía en “hacer una cacería de cupos” para tratar de conseguir quimioterapia y radioterapia.

“Proyecciones realizadas por la Sociedad Anticancerosa de Venezuela (SAV) junto con la Universidad Simón Bolívar (USB) establecen que la mortalidad por cáncer ha aumentado 11% en Venezuela”, explicó el mastólogo Rafael Delgado, quien aseguró que cada vez es más común ver morir a pacientes que inicialmente tenían un buen pronóstico de vida.

Nancy Cardozo, sobreviviente de la enfermedad, fue diagnosticada con un cáncer hormonodependiente en 1999, época en la que los pacientes con cáncer podían encontrar los tratamientos que necesitaban. Este cambio radical de la realidad social venezolana Cardozo lo califica como una diferencia “del cielo a la tierra”.

“Nunca hubo razón para suspender el tratamiento porque algún equipo se dañara ni nada por el estilo. En cada momento yo llegaba a mi centro de administración con todos mis medicamentos”, recordó Cardozo mientras se lamentaba por la situación que viven miles de mujeres hoy en día por la ausencia de un tratamiento que les permita vencer la enfermedad.

Cardozo destacó la labor de varias mujeres que se unieron para recolectar medicamentos sobrantes de pacientes que no lograron superar la enfermedad, para luego donarlos a aquellas que lo necesitan.

“Se sienten como zamuros porque están esperando que alguna persona no haya podido sobrevivir para donarle esos medicamentos a otras pacientes. A esa situación estamos llegando: esperar a que alguien fallezca para que el medicamento pase a otra persona que lo necesita”, lamentó.

La experiencia que vivió Cardozo con su enfermedad la llevó a Senos Ayuda, una fundación sin fines de lucro que busca brindar apoyo a las mujeres con cáncer de mama. La organización, en la que Nancy se desempeña como gerente general, también promueve campañas informativas que orientan a la detección temprana de la enfermedad.

Durante el día, la fundación recibe numerosas llamadas en las que escuchan y orientan con atención a las pacientes, pero cuando preguntan por alguna medicina, siempre dan la misma respuesta: “No hay”.

Senos Ayuda ofrece charlas a mujeres que padecen la enfermedad; les explican que el cáncer puede ser curado si se detecta a tiempo. Sin embargo, esta afirmación llena de impotencia a sus trabajadores, porque son conscientes de las penurias que deben pasar las pacientes para conseguir el tratamiento adecuado de acuerdo al diagnóstico.

“Dices: ‘bueno, yo le doy un mensaje, pero a la vez cómo hago para ayudarla cuando vienen y el medicamento no lo tenemos’. Existe mucha solidaridad por parte del venezolano en el exterior, pero en el caso oncológico, la ayuda es difícil porque las regulaciones de los países impiden que tú puedas adquirir medicamentos oncológicos en cantidades y traerlos a Venezuela, eso solo lo puede hacer el Estado”, expresó Cardozo.

Además, la fundación cuenta con un programa que permite facilitar autorizaciones para que las mujeres se realicen exámenes médicos en centros de salud a precios solidarios.

Una de las pacientes que asiste a la fundación es Mireya Gómez, maestra jubilada de 78 años que fue diagnosticada a finales del 2016. Viajó a Caracas desde Cumaná junto a su hija, Milagros Otero, por no conseguir en el estado Sucre el tratamiento que requerían para curar el cáncer. La esperanza de acceder a las medicinas desapareció cuando preguntaron en la primera farmacia. La desesperación las llevó a recurrir a la medicina alternativa para aliviar los dolores.

Gómez tuvo que asistir de emergencia a un Centro de Diagnóstico Integral (CDI), cuenta su hija, luego de que en dos clínicas privadas le negaran la ayuda del seguro del Ministerio de Educación debido a que el organismo no estaba solvente.

“Uno tiene que ir de un sitio a otro para ver dónde la atienden. Ni siquiera en las farmacias hay desinflamatorios”, criticó la hija de Gómez al tiempo que manifestaba su preocupación por la mala alimentación de su madre, quien debe llevar una dieta adecuada para mantener fuerte su sistema inmunológico.

“Mi mamá es maestra jubilada y yo soy profesora jubilada. Lo que uno gana alcanza para medio comer. No estamos comiendo bien, luchamos día a día para buscar la comida y mucho más difícil ha sido encontrar medicinas”, aseguró Otero.

La escasez de medicamentos ha provocado que las pacientes opten por buscar medicina alternativa como una medida desesperada para atacar la enfermedad. Lejos de encontrar la solución al problema, acaban por empeorar su situación.

El especialista Rafael Delgado asegura que no existe medicina alternativa para el tratamiento del cáncer de mama; cada tipo de paciente requiere una terapia especial con ayuda del oncólogo quirúrgico para la cirugía.

“No hay quimioterapia y no existe un servicio de radioterapia adecuado en muchos de los hospitales oncológicos. En cirugía tampoco hay insumos: no hay drenajes, no hay suturas y a veces los pacientes caen en listas que son muy numerosas”, explicó el mastólogo.

La situación es más complicada en el interior del país, donde a pesar de tener menos población que en la capital, los recursos médicos también se reducen. En los estados fronterizos ciudadanos tienen la opción de conseguir los insumos pasando a los países vecinos, aunque a precios más elevados.

“No hay una institución en Venezuela, ni siquiera privada, que garantice un tratamiento completo sin tener que comprar drogas en el exterior o hacer colas en farmacias oncológicas”, aseguró el doctor.

Un país sin especialistas y sin equipos médicos

La situación en Venezuela ha ocasionado que especialistas en el área oncológica abandonen el país, ausencia que es fuertemente percibida por los pacientes a la hora de buscar quien atienda su enfermedad. Todo esto ha contribuido a la desmejora de la calidad del servicio médico.

“En nuestro país no hay mamógrafos de calidad en el sector público. Por lo general los mamógrafos están en el sector privado, y el costo de los exámenes es elevado”, aseguró la gerente general de Senos Ayuda.

Por otro lado, el servicio de radioterapias en el país presenta un déficit que le impide a miles de mujeres realizar su tratamiento. Los principales centros oncológicos no cuentan con la maquinaria, puesto que casi la mitad de los equipos están dañados y los pocos que funcionan son obsoletos.

En Caracas solo dos hospitales del sector público cuentan con servicio de radioterapia: uno es el Oncológico Padre Machado y otro el Luis Razetti, informó Nancy Cardozo.

“¿Si compro medicamentos cómo voy a comprar comida?”

Detrás de un portón oxidado de color vinotinto en la Calle del Medio de Ocumare del Tuy, estado Miranda, hay un patio repleto de rocas y una casa amplia que alberga a varias familias.

Los ladridos de dos perros que corretean cerca de la entrada llenan el ambiente. El calor invade la piel mientras comienzan a caer algunas gotas de lluvia que anuncian el torrente de agua, el cual, minutos después, lo inundó todo.

Sentada en una silla de mimbre, rodeada de niños y con una de sus hijas sobre sus piernas, se encuentra Greidimar Flores, de 24 años de edad.

Flores vive con su esposo y sus seis hijos en una habitación que le alquiló su tía. “Dormimos todos en la misma cama, pero por lo menos tenemos donde dormir”, dice.

La madre relata que residió con el padre de sus hijos en Yaracuy, donde tiene una casita hecha de troncos y de zinc. Cuando llegó al estado Miranda fue su tía quien le abrió las puertas y le permitió establecerse con su familia en uno de los dormitorios de su vivienda en Ocumare.

Flores, quien de vez en cuando canta música venezolana en algunos establecimientos para generar ingresos que le permitan mantener a sus seis hijos, explica que su esposo pasó un tiempo desempleado, por lo que su situación económica se complicó aún más.

Para cambiar sus circunstancias, el padre de sus hijos consiguió un empleo como vigilante. La madre detalla que en ese trabajo el sueldo es inferior al que estipula la ley, así que han tenido que hacer “malabares” para cubrir los gastos.

Los hijos de Flores tienen 2, 3, 7, 8, 9 y 11 años de edad. Ninguno de ellos asiste a la escuela, pero su madre se encarga de enseñarles en casa. Los instruye sobre música, funcionamiento de los instrumentos y danza.

Tilda de compleja su situación. Todo lo que consiguen ella y su esposo se lo dan a los niños. En muchas ocasiones han dejado de comer para entregarles a ellos lo poco que tienen.

Esta realidad se ve reflejada en sus hijos: se ven pequeños y delgados, sobre todo el de 9 años de edad, Alexander Puertas, quien presenta un cuadro de desnutrición que empeora mientras aparecen síntomas de diarrea, vómitos y fuertes dolores de cabeza.

En el médico las cosas no se ven esperanzadoras. Greidimar explica que los doctores le han dicho que, debido a la desnutrición, su hijo ha padecido diversas enfermedades. “Le recetaron antibióticos y medicinas, pero no tengo el dinero para comprarlas o no se consiguen”. Ha tenido que decidir entre comprar medicamentos o alimentos.

“Si compro los medicamentos, entonces, ¿cómo voy a comprar comida?”, cuestiona con indignación mientras sus hijos corren descalzos encima de la tierra mojada por la lluvia.

Para la familia Flores la alimentación y todos los gastos que necesitan suponen una gran lucha.

Comienza a escampar y el calor parece emerger del suelo. Greidimar abraza a una de sus hijas, que estaba a su lado, y señala que cuando va al doctor le piden que le dé a los niños vitaminas y alimentos nutritivos, los cuales “solo sirven para despertarles el hambre a todos”.

Mirando a su hijo Alexander desea que todo sea como antes: cuando podía comer de todo sin preocupaciones, sin dormirse con solo un vaso de agua en el estómago.

Greidimar se levanta de su silla y se dirige a la cocina para preparar el almuerzo de sus hijos con lo que haya. Antes de marcharse, dice en medio de la tristeza: “Les mandan vitaminas a mis niños. ¿Pero y después? ¿Después cómo les calmo el hambre?”.