Ferguson
Ferguson, la ciudad que en 2014 recordó a EE. UU. que su debate racial está lejos de estar superado, sigue indignada un año después por la falta de cambios tangibles que aseguren que no habrá más muertes como la del joven afroestadounidense Michael Brown, abatido por un policía blanco cuando iba desarmado.
Durante los últimos cuatro días, centenares de manifestantes han vuelto a salir a las calles de esta pequeña ciudad del medio oeste del país para pedir el fin de la discriminación y la violencia policial contra los negros.
Cuando se les pregunta por qué, la respuesta es unánime: "seguimos indignados, nada ha cambiado".
Como ocurrió en el caso de Brown, la versión policial y la de la familia del joven no coinciden: su padre asegura que no iba armado y que solo huía de los agentes que habían comenzado a seguirle.
De la imposibilidad de conocer qué pasó en realidad en este tipo de casos surgió este año un potente movimiento a favor de que los agentes lleven cámaras incorporadas, una cuestión que se debate en todo el país.
Esa tensión pudo palparse especialmente en las dos noches de incidentes que siguieron al pacífico aniversario de la muerte de Brown, el domingo pasado, marcadas por una suerte de juego del ratón y el gato entre los agentes y algunos manifestantes.
La muerte de Michael Brown desató hace un año los peores disturbios raciales en décadas y abrió un nuevo capítulo en la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos con el nacimiento del movimiento "Black lives matter" ("Las vidas de los negros importan").
La investigación federal reveló que en los últimos dos años los ciudadanos afroamericanos de esa localidad, que suponen el 67% de la población, fueron objeto del 85% de las detenciones de tráfico, el 93% de los arrestos y el 88% de los casos en los que la Policía empleó la fuerza.
La población negra de Ferguson, como la de otras comunidades similares de Estados Unidos, sufre la paradoja de tener apenas representación en los cuerpos de seguridad y la política, a pesar de ser mayoría.
Pero Ferguson continúa indignada. Un año después, los incidentes violentos de los últimos días han demostrado que las heridas siguen abiertas y que la paz es tan frágil como la confianza entre la Policía y la población negra.
Lo que sí puede celebrar este movimiento social es que, gracias a su fuerza, ahora Estados Unidos presta atención a cada caso en el que la víctima es negra y el autor de los tiros un policía.