Esclavitud moderna: En Pakistán se cobran deudas llevándose muchachas

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MIRPUR KHAS, Pakistán.

La madre escarba entre las cosas guardadas en un enorme baúl de metal, buscando una foto de su joven hija, que según ella se llevó una noche un hombre al que supuestamente le debían dinero como pago por la deuda.

Debajo de mantas, ropa y decoraciones de plata que usa con su sari, Ameri Kashi Kohli encuentra dos fotos, cuidadosamente envueltas en plástico, que muestran a sus hijas sonrientes.

Ameri trata de recordar la edad de su hija Jeevti. En los sectores más pobres de Pakistán casi nadie tiene partidas de nacimiento. De repente recuerda que su hija menor "nació cuando hubo un gran terremoto".

Eso fue en el 2005 y Jeevti tenía tres años por entonces. Eso quiere decir que tenía 14 cuando se la llevó el dueño de unas tierras al que le debían dinero.

Su madre está segura que el hombre se llevó a la muchacha como pago por la deuda.

Cuenta que ella y su marido tomaron prestados unos $500 cuando empezaron a trabajar esa tierra y asegura que pagaron lo que debían. "Nunca nos dieron comprobantes de pago y decían que seguíamos tomando dinero prestado", asegura. Y la deuda se duplicó, para llegar a $1.000.

Es una historia común en el sur de Pakistán: préstamos pequeños se convierten en deudas impagables y no hay registros de los pagos que hacen la gente.

En este mundo, mujeres como Ameri y su joven hija son tratadas como propiedad y tomadas en pago por una deuda, para resolver disputas o como revancha si un patrón quiere castigar a un empleado. A veces, agobiados por las deudas, los propios padres ofrecen a sus hijas como pago.

Las mujeres son como trofeos para los hombres. Eligen a las más lindas, las más jóvenes y las más sumisas. A veces las toman como segunda esposa para que se ocupen de la casa. O las hacen prostituirse para ganar dinero.

Ameri dice que escuchó historias de otros trabajadores cuyas hijas desaparecieron y hay estimados según los cuales un millar de muchachas son arrebatadas a sus familias todos los años. Por más que se mudaron a otro sitio tras ser desalojados de su tierra, Ameri teme que se lleven a su otra hija, de 11 años.

Y sabe que, por ser hindú en un país musulmán, pobre entre los pobres, no podría hacer nada para impedirlo.

"Fui a la policía y a los tribunales. Pero nadie nos escucha", se lamentó Ameri. Dice que el administrador de las tierras hizo que su hija se convirtiese al Islam y la tomó como segunda esposa. "Nos dijeron, 'su hija se pasó al Islam y no pueden recuperarla'''.

Esclavitud moderna

Ameri corta caña y alimenta ganado en la provincia sureña de Sindh, una región dominada por poderosos terratenientes.

Como casi todos los trabajadores, le adeuda dinero al dueño de la tierra en la que trabaja y es retenida como una virtual esclava hasta que pague su deuda, algo que rara vez se puede hacer.

Más de 2 millones de paquistaníes viven como "esclavos modernos", según el Global Slavery Index (Índice de Esclavitud Mundial) del 2016, que tiene a Pakistán tercero en la lista de países donde más casos de esclavitud se registran. A veces los trabajadores son agredidos e incluso encadenados para que no se escapen.

"No tienen derechos y las mujeres y las niñas son las más vulnerables", afirmó Ghulam Hayder, de la Green Rural Development Organization, que lucha por liberar a estas personas.

Los patrones a menudo violan a las mujeres y niñas, las obligan a casarse y a convertirse y rara vez interviene la policía, aseguró. Cuenta el caso de un hombre que acusó a un terrateniente de violar a su esposa. El terrateniente lo secuestró por tres días, lo golpeó y después lo dejó ir, advirtiéndole que no le dijese nada a nadie.

"Siempre se llevan a las mujeres más lindas", afirmó Hayder.

Una mujer desafiante

La noche en que desapareció Jeevti, la familia durmió afuera debido al calor brutal que hacía. A la mañana la niña no estaba. Nadie escuchó nada.

La familia acudió a la activista Veero Kohli, una mujer que nació esclava y escapó en 1999, caminando tres días. Se puso en contacto con la Comisión de Derechos Humanos de Pakistán y regresó a la tierra donde la habían esclavizado a denunciar a los dueños. Recuperó a sus hijos y liberó a otras ocho familias.

Desde entonces se dedica a combatir a los terratenientes abusadores y ha liberado a miles de familias. Fue agredida físicamente, su casa fue incendiada y fue arrestada con cargos falsos. Su esposo también fue detenido, lo mismo que tres de sus hijos.

Su actitud desafiante irrita a muchos hombres en esta nación con una cultura machista.

"Sé que muchos quisieran matarme, pero nunca dejaré de pelear por esta gente", dice Kohli, una robusta mujer que mide aproximadamente 1,80 metros.

Hace cinco meses, fue con Ameri a la comisaría de Piyaro Lundh para tartar de ubicar a su hija. La policía dijo que la muchacha se había ido por su propia voluntad.

"Les dije que me dejasen hablar con ella para ver si era cierto que se había ido de buena gana", relata Kohli.

La policía llevó en cambio al hombre que tenía a la muchacha. Hamid Brohi se presentó solo, sin la niña, y dijo que la muchacha "era el pago por las 100.000 rupias ($1.000) que le debían", expresó la activista.

Kohli no cejó. En una segunda visita pidió ver un archivo del caso, ante la visible frustración del agente que la atendió, Aqueel Ahmed. Encontraron un affidavit en el que la niña, quien ahora se hace llamar Fátima, asegura que cambió de religión libremente y se casó con Brohi por su propia voluntad. Acota que no puede ver a su madre porque ahora es musulmana y su familia es hindú.

Jeevti, sin embargo, no puede leer ni escribir.

El agente dice que no hubo una investigación de la denuncia de secuestro de Ameri ni de su edad, en una provincia donde las mujeres no pueden casarse antes de cumplir 18 años.

"No había razón para investigar. Ella dice que se fue por su propia voluntad", sostuvo Ahmed.

Activistas hindúes afirman que las niñas son mantenidas aisladas hasta que se las obliga a convertirse y se casan. A esa altura, es casi imposible hacer algo en Pakistán, donde el marido tiene que consentir a un divorcio. Si no lo hace, la esposa no puede dejarlo.

Volver a verse

Kohli logró ver a la niña, acompañada por un periodista extranjero y la policía. La madre no quiso ir, temerosa de represalias de la policía.

Brohi, un hombre de aspecto amargado con un delgado bigote, recibe a los policías a los abrazos. Niega haberse llevado a la muchacha como pago por la deuda a pesar de que anteriormente había dicho precisamente eso. Sostiene que tuvo un romance con la muchacha y se casaron. Kohli y la madre dicen que eso es imposible, ya que la niña estaba siempre con ella, incluso trabajando en el campo.

Jeevti está sentada en dos colchones apilados uno sobre el otro en el piso, su cabeza está cubierta por un chal. Brohi sale de la habitación, pero se queda afuera, como vigilándola.

Jeevti luce una gruesa capa de sombra en los ojos y abundante lápiz labial de un rojo intenso. Perece una niña que está ensayando el maquillaje de la madre o que trata de aparentar una edad mayor de la que tiene. El encuentro se produce en medio de la tarde, pero ella está tan arreglada que pareciera que acaba de volver de su boda. Luce fuera de lugar en una habitación austera, en una casa polvorienta rodeada de muros de barro. Ninguna de las otras mujeres está vestida como ella.

Si bien no parece asustada, mira constantemente hacia donde está su marido. Cuando habla, parece algo ensayado, que no proviene de una muchacha de 14 años.

"Me casé con él porque quise", asegura. "Yo misma le dije que, en vista de que éramos amantes, debíamos casarnos".

Insiste en que se fue de su casa por su propia voluntad y niega no haber visto a su madre desde entonces, pero no recuerda cuándo fue la última vez que la vio. Dice que le gustaría volver a verla y no sabe qué responder cuando se le menciona que el affidavit decía que no podía ver a su familia porque había cambiado de religión.

Admite que no sabe lo que dicen los documentos a pesar de que uno de los policías que los mostró aseguró que ella misma había repetido todo su contenido. A regañadientes, acepta que ahora se llama Fátima.

Es hora de irse. La policía, que se quedó afuera tomando té con el padre de Brohi y otros individuos, escolta a los visitantes.

Kohli, no obstante, regresa al día siguiente, sin escolta policial.

Nadie sabe dónde está Jeevti ni ha oído hablar de Fátima. Hay varias mujeres que no saben nada de la muchacha. La puerta de la habitación donde se vieron el día previo está cerrada con un candado. Daba la sensación de que todo lo ocurrido el día previo había sido un montaje.

Kohli se comunica con la policía y alguien le dice airado: "¿Por qué fueron allí? ¿Qué buscan? ¿Por qué no vinieron primero a la policía?".

En su nueva vivienda, la madre de Jeevti mira el baúl con recuerdos de su hija.

"Todavía tengo su ropa, sus vestidos", cuenta. "Soy su madre. Ella es mi niña. ¿Cómo puedo olvidarla?".