En las Malvinas no quieren ser argentinos

Hay un rechazo generalizado a la posibilidad de ser parte de Argentina

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Puerto Stanley, islas Malvinas. Solo hay un sentimiento entre los habitantes de las Malvinas o Falkland que puede ser más fuerte que el frenético orgullo que casi todos sienten por ser británicos: el no querer ser argentinos.

Lo comprobé a las pocas horas de estar en las islas cuando le pregunté a Nolly Clark si, como isleño, aceptaría ser argentino. A pesar de que le había advertido que mi pregunta podía parecerle estúpida, Nolly se volvió hacia mí mientras conducía su carro y me manifestó , mirándome a los ojos: “Esa es definitivamente una pregunta estúpida. ¿Es que nunca has estado en Argentina? ¿No ves que no tenemos nada en común con los argentinos, que no nos parecemos en nada a ellos?”.

Británicos, por voluntad. Entonces, ¿prefieren ser una colonia británica?, le repliqué algo picado por la brutalidad con la que confirmó la estupidez de mi pregunta y él, sin abandonar la seriedad, me contestó: “Colonia es una palabra sucia. Siempre hemos sido desconfiados de los británicos porque hasta el conflicto del 82 quisieron deshacerse de nosotros para entregarnos a los argentinos”.

Enseguida retomó su discurso y, algo más sereno, agregó: “Si pertenecemos a Inglaterra es por nuestra voluntad, porque no les hemos permitido que nos abandonen en manos de los argentinos”.

Clark se refería, como entendería luego de leer varios textos sobre la historia de estas remotas islas, a las conversaciones, algunas secretas, que los gobiernos de Gran Bretaña y de Argentina mantuvieron ocasionalmente, desde los 40 hasta los 70, con el fin de encontrar un mecanismo para trasladar la soberanía o parte de ella a Buenos Aires.

Únicamente el activismo político de los isleños en Londres logró frustrar esas intenciones, al convertir al tema de las Falkland en un tema de política interna inglesa. Eso hizo electoralmente imposible a varios gobiernos británicos tomar la decisión que, en efecto, estuvo en mente de algunos políticos.

La versión de Nolly Clark, conductor de un carro que hace viaje turísticos por las islas, la repite de forma casi idéntica cuanta persona fue entrevistada libremente durante una semana por el grupo de periodistas de Ecuador, Perú y Bolivia que fuimos a las Malvinas por invitación del gobierno local de las islas y la embajada británica, interesados en que la prensa de la región conozca la situación en las islas antes del referéndum previsto para marzo.

La verdad es que ya sea en Puerto Stanley, la capital donde vive el 80% de la población, o en el o campo donde aún está la esencia misma de la vida rural británica no puede haber otro tema que unifique tanto como el rechazo y el temor hacia todo lo que venga de Argentina.

Una colega peruana, que logró entrevistar a una tradicional familia que era la octava generación en las islas, me dijo que mientras conversaba con la madre de familia en su casa, los niños le preguntaban aterrados si estaba segura de que ella no era una argentina infiltrada que les iba a hacer daño. Para entrar a un pub la recomendación es que se deje en claro que uno no es argentino.

Este recelo hacia Argentina, dicen todos casi unánimemente, se ha profundizado desde el conflicto de 1982, cuando tropas argentinas, enviadas por la Junta Militar, ocuparon el archipiélago. Pero se ha radicalizado en los últimos años desde que Néstor y Cristina Kirchner han intensificado la campaña internacional para recuperar las islas. “El odio es más fuerte hoy que en el 82”, sostiene John Fowles, editor del semanario Pinguin News, considerado como un moderado en este territorio.

Quizá por eso es que discutir con la población sobre los derechos históricos o geográficos de la Argentina sobre las islas resulte inútil. Para comenzar, se niega cualquier reclamo argentino basado en la historia porque afirman que en las islas jamás hubo población argentina, al menos desde que la Argentina es un país. Pero sobre todo porque para los isleños hay un principio al que se aferran como si fuera el santo grial: su derecho a definir su propio futuro.