Los fantasmas de la guerra atormentan a los niños desplazados de Mosul

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Campo de Hasan Sham

"Teníamos una casa grande pero el EI nos bombardeó y se quemó. El EI nos ha destruido", cuenta Nora, una niña de diez años que vivía en Mosul y cuya historia ilustra la realidad de los menores desplazados por la guerra.

En Mosul, la segunda ciudad de Irak, los niños juegan en medio de las ruinas como si fueran el patio de un colegio. Algunos enseñan botellas de agua de plástico que les entregó una organización como si fueran un tesoro.

Pese a los estruendos de los combates y la constante presencia de la muerte, muchos siguen sonriendo con la alegría propia de los niños, una frágil protección contra los horrores del conflicto.

Pero los rostros cansados, las mejillas hundidas y las siluetas demasiado delgadas muestran las heridas de la guerra.

Desde hace cinco meses, la ciudad sufre las consecuencias de una gran operación militar de las tropas iraquíes para desalojar al grupo yihadista Estado Islámico (EI), que ocupa Mosul desde hace dos años y medio.

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Sin embargo, ahora Nora, una niña con perfil delicado y una larga cabellera morena, está a salvo de los combates en el campo de desplazados de Hasan Sham, ubicado en las colinas a unos 30 kilómetros al este de Mosul. A esta distancia no se escuchan los tiros.

Dentro de una gran tienda de campaña blanca, en el llamado Espacio de Convivencia para los Niños, la menor dibuja junto a otros menores desplazados de la violencia.

Detrás de Nora, que lleva un vestido de cuello blanco, hay globos colgados de una pizarra blanca y un armario de metal que guarda los tesoros de los niños refugiados: sus juguetes y materiales de bricolaje.

Este espacio fue creado por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) en asociación con la organización Terre des Hommes (Tierra de los hombres) para volver a dar a los niños de Mosul un poco de normalidad tras años de duelo y destrucción.

"Vieron cosas que no deberían haber visto (...) Vieron gente asesinada, cadáveres", explica a la AFP Maulid Warfa, uno de los encargados locales de Unicef. "Aunque parezcan normales, por dentro están ardiendo".

"Es por culpa del EI que estamos aquí", dice tímidamente Abdulrahman, de 9 años, un niño con el pelo corto vestido con una camisa blanca sentado al lado de Nora. De pronto deja de dibujar para recordar la situación en Mosul. "Allí hay miedo", dice.

Con lágrimas en los ojos, Nora recuerda la destrucción de su casa.

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El lugar del campamento dedicado a los niños, decorado con dibujos de Bob Esponja, permite a los niños bailar, leer y hacer deporte. "Es el lugar donde pueden volver a sentirse que son niños", afirma Maulid Warfa. "No queremos que pierdan su infancia".

En el interior del espacio infantil, los niños cantan, se ríen, juegan con las manos y se persiguen unos a los otros. No obstante, las secuelas de la guerra y de la violencia yihadista resurgen a veces.

"Algunos niños son agresivos o huyen de los adultos. Hay algunos que golpean a sus compañeros, otros no quieren compartir y prefieren quedarse solos", revela un educador, que prefiere no ser identificado.

Entre la multitud de casitas, animales, corazones y soles dibujados por los niños, también emergen escenas más sombrías.

Una de ellos representa con lápiz negro a un niño solo aterrorizado en medio de las llamas que devoran una ciudad.