La azarosa batalla por sobrevivir en la franja de Gaza

La esperanza de una reconstrucción pronta del territorio se ha disipado

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Ciudad de Gaza. En una calle de esta ciudad, llena de ropa reluciente y tiendas de aparatos electrónicos, Mahmud Matar hojeaba el talonario de recibos de su tienda de electrodomésticos, en su mayor parte en blanco: su única venta de ese día había sido una tetera de $7. Estaba claro a quién culpaba por las pocas ventas: al gobierno islamista de Hamás.

“Deberían cerrar el negocio e irse a su casa”, dijo Matar furioso, de 31 años, fumador empedernido. No deberían autodenominarse gobierno”.

Ya se disipó el optimismo inicial de que las potencias mundiales intervendrían enérgicamente para reconstruir el maltrecho enclave costero después de la guerra, que duró 50 días el verano pasado, entre el gobierno de Hamás e Israel.

La aseveración de Hamás de que ganó la guerra por el solo hecho de haber sobrevivido, quedó superada por la agotadora lucha para mantener el territorio a flote, en tanto que los niveles de vida de sus 1,8 millones de habitantes empeoran.

Hace muy poco, Hamás impuso, discretamente, nuevos aranceles a las importaciones, en un esfuerzo por cubrir el salario de alrededor de 40.000 empleados a quienes no se les ha pagado en meses, lo que ha provocado aumentos en los precios en los mercados ya deprimidos.

El kilogramo de carne aumentó $0,50 centavos, la pimienta negra, $1.50 dólares el kilogramo, y el champú, $0,25 centavos. Para los palestinos de bajos recursos es un golpe a sus bolsillos.

Con la economía a la baja, los gazatíes están cada vez más frustrados por el callejón sin salida en el que están Hamás y su rival, el partido Fatah , liderado por el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás.

“El ciudadano está en medio”, manifestó el economista Omar Shaban.

“A Ramala no le importa”, agregó, refiriéndose al gobierno de Abás en Cisjordania. “Les interesa dejar a Gaza así”.

Sin trabajo. Muchos de los nuevos desempleados trabajaban en la construcción. Desesperados por encontrar trabajo, recurren a cualquier tipo de actividad que se les pueda ocurrir.

Abdul Munim Omrani, de 33 años, convenció a una beneficencia de que le diera un carrito para vender en la calles. Lo utilizaba para vender bebidas calientes cerca de una playa a precios más baratos que los de los cafés playeros que bordean la costa.

Podía sacar unos $12 diarios, pero lo ahuyentó un policía municipal. Su carrito, todo oxidado, estaba estacionado cerca de su casa, cuya pintura se está descarapelando. “Me sentí derrotado”, expresó. “Ese hombre me quitó la forma de ganarme la vida”.

Cerco a la franja. Israel ha impuesto restricciones estrictas a la importación del material para construcción porque dice que se ha utilizado para hacer túneles con el objetp de llevar a cabo ataques contra su territorio.

El Gobierno egipcio tomó medidas extraordinarias para cerrar los túneles que habían sido el sustento de la economía gazatí.

Egipto ha abierto su frontera solo cinco veces en este año, lo que es parte de una política más general para castigar a Hamás, que se alineó con la Hermandad Musulmana, partido islamista que es el enemigo irreconciliable del régimen de El Cairo.

Los túneles eran la principal fuente de ingresos de Hamás. El cierre desató las nuevas tarifas a las importaciones en mayo.

Mientras que la tasa de desempleo ha aumentado en Gaza, a 44%, la más alto del mundo, y no se les paga a muchos trabajadores, a decenas de miles de empleados a los que contrató el gobierno de Abas cuando controlaba el territorio, se les paga para que se queden en su casa en lugar de que trabajen con Hamás.

“No es para nada lógico”, declaró Ashraf al Qedra, portavoz del Ministerio de Salud de Gaza. “Se le paga al que está sentado en su casa, pero si tiene algún problema, va al hospital para que lo atienda un médico al que no le han dado su salario”.

La familia de Omrani, el aspirante a vendedor ambulante, apenas si llega a fin de mes. A veces, su esposa encuentra trabajo como fisioterapeuta. Viven sin pagar renta con la madre de él, Fathiya, de 63 años, quien comparte su pensión por viudez ($60 mensuales). Ocasionalmente, reciben arroz y azúcar de la mezquita cercana, y no comen mucho, contó Omrani. Hace poco, el Banco Mundial informó de que tres cuartas partes de la población dependen de esta forma de ayuda.

Mas no hay suficiente para que Omrani pague el soborno para que un médico emita un certificado para que a su madre la atiendan en Egipto o en Israel.

Tiene diversos padecimientos y cáncer, afirmó, y mostró un fajo de documentos médicos. Fathiya, demasiado débil para ponerse de pie, lloraba en la pequeña salita, en parte por el pánico y en parte por el dolor.

En el malestar de la posguerra, algunos jóvenes parecen zombis. Algunos son adictos a analgésicos potentes, genéricamente conocidos como “tramal”, que prometen horas borrosas del escape de un sitio del que no pueden huir.

“Es el desempleo, la falta de seguridad, la presión, el bloqueo. Imagínese esperar durante meses para salir de Gaza”, comentó un chico de 24 años que solía usarlos. Habló a condición del anonimato porque no quería que lo identificara el Gobierno.

Muchos niños, y adultos, todavía tienen el trauma que les provocaron durante el conflicto.

Hamada Zaim, de cuatro años, ha vivido dos guerras cortas, la del 2012 y la del 2014. Moja la cama y se despierta gritando por las noches, relató su madre, Reem.

Entre las guerras, el niño se quedó calvo y se le empezó a hinchar la cabeza. Antes de que Egipto restringiera el movimiento en la frontera, su madre lo llevó a consultar a especialistas. No le pudieron dar el diagnóstico y le dijeron que regresara, pero ahora es casi imposible.

Musab Daher, de 23 años, leal a Hamás y estudiante universitario, parecía ser el único optimista en Gaza. Con doble amputación, es uno de los cerca de 3.700 palestinos heridos, entre moderada y gravemente, del conflicto más reciente.

“Es la voluntad de Dios”, consideró Daher, sonriendo en una clínica de consulta externa de Médicos sin Fronteras en una villa de la Ciudad de Gaza. Habló de sus esperanzas de casarse; de su amigo, quien también sufrió dos amputaciones en una guerra anterior, que hoy tiene dos hijos.

No obstante, cada noche, cuenta, revive la explosión que le cercenó ambas piernas. Recuerda el dolor y la sordera temporal. Sonrió. “Creo que eso en normal, ¿cierto?”.