Iraquíes pasan sus días como ‘ratas enjauladas’

Los que tenían medios para dejar país lo hicieron; los demás viven entre bombas

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Bagdad. AFP. Secuestrado durante varios días, encadenado a una cama, golpeado y torturado psicológicamente, un dentista iraquí no ha logrado superar ese trauma y desde entonces vive en un estado de miedo permanente.

El mismo miedo sienten miles de iraquíes enfrentados a la violencia cotidiana en un país en el cual no hay día en que no estalle una bomba o se registren ejecuciones.

“Cambió completamente. Siempre está nervioso, incluso huraño. Nunca se siente seguro”, cuenta uno de los amigos del dentista, el doctor Nesif al Hemiary, psiquiatra de la Universidad de Bagdad. El odontólogo, cuya identidad Hemiary prefiere no revelar, fue secuestrado en 2007 y liberado días después tras el pago de un rescate.

“Lo tuvieron encadenado a una cama, con los ojos vendados. Lo golpearon, lo insultaron. Llamaban a su familia y amenazaban con matarlo si no pagaba el rescate. Lo obligaron a que suplicara a su familia”, cuenta Hemiary.

El dentista quiso irse de Irak , pero sus diplomas no son reconocidos en el extranjero. Finalmente envió a sus dos hijos a EE. UU., pero él se quedó. “Sufre trastornos obsesivo-compulsivos. Teme el contagio, la suciedad. Tiene miedo todo el tiempo. Cada día toma un camino diferente para volver a su casa”.

Sin embargo, el profesional rechazó cualquier ayuda psicológica “porque aquí la gente no quiere ser catalogada de loco o yinn (espíritu maligno)”, expresa Hemiary, psiquiatra desde hace 23 años.

Los iraquíes están como ratas enjauladas, dice Hemiary. “Cuando se pone a una rata en una jaula con compartimentos y se le aplica una descarga eléctrica huye de un compartimento al otro. Pero si se le siguen aplicando descargas, termina por no moverse porque aprendió que no hay huida posible”, explica.

“Pasa lo mismo con los iraquíes. Los que tenían los medios de irse del país se fueron. Los otros saben que no hay huida posible”, explica.

Otros viven en un “estrés permanente”, cualquier ruido los sobresalta. “Cuando regreso a casa no tengo ni siquiera la fuerza de hablar con mi mujer o mis hijos. Me acuesto enseguida”, cuenta Qaisar, 26 años, policía de tránsito.

“Pienso dejar la policía. Prefiero trabajar como obrero en una obra”, dice Qaisar, quien sabe que las fuerzas de seguridad son el blanco predilecto de los atentados.

Julud, 45 años, relata su tragedia, la de una viuda que perdió a su marido cuando estaba embarazada. “Perdí a mi marido en el 2006, cuando estaba encinta de tres meses. Fue secuestrado y asesinado. Desde entonces , estoy todo el tiempo enferma y todos me dicen que se debe a la tensión”, dice Julud.

Su hija, Wadaq, de 7 años, pide seguido que le muestre la foto de su padre. “Un día me pidió que tomáramos un taxi para ‘ir a ver a papá al paraíso’”, recuerda Julud.