Gabón es el destino para niños atrapados por el tráfico humano

Sufren a menudo de abuso sexual y reciben poco o ningún salario

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Libreville. AFP. Trabajo doméstico o prostitución para las menores, trabajos manuales para los varones: cientos de niños de África Occidental víctimas del tráfico humano son enviados cada año ilegalmente a Gabón para trabajar.

Un recorrido por el mercado de Mont Bouet, el más grande de Libreville –capital de este país–, da una idea de la amplitud del fenómeno. Decenas de niños, muchas veces muy pequeños, trabajan de la mañana a la noche haciendo frente a un calor sofocante. Algunos transportan pesados sacos de cemento sobre sus hombros, otros caminan horas para tratar de vender pescado seco o pasteles.

En diez años, más de 700 niños fueron retirados de los circuitos de explotación en Gabón y repatriados a sus países, de acuerdo con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). Pero, ¿cuántos más quedan?

En realidad, “nadie sabe cuántos son explotados como vendedores o empleados domésticos, porque no tienen documentos de viaje, su trabajo es informal ”, manifiesta el representante de Unicef en Gabón, Michel Ikamba.

Para hacerlos llegar a Gabón, un pequeño país petrolero en la costa atlántica (, que cumple el papel de El Dorado africano, “los traficantes de niños usan canales de inmigración clandestina”, añade ese funcionario.

De forma regular, piraguas repletas de africanos occidentales que huyen de la miseria y del desempleo en sus países llegan a las playas de Libreville. En el 2009, la Marina de Gabón abordó un barco, el Charonne, que transportaba a 300 indocumentados, entre ellos 34 niños destinados al tráfico que fueron acogidos por Unicef.

Dejados a su suerte. Los padres suelen no acompañar a sus hijos a Gabón, se dejan convencer por vanas promesas... y algunos billetes.

“Les dicen que sus hijos irán a la escuela, y después les dan alrededor de $40 para alentarlos”, explica la hermana Marguerite Bwandala, responsable del centro de acogida Espoir et Arc en Ciel en Libreville, administrado por Cáritas, confederación de organizaciones católicas de asistencia, desarrollo y servicio social.

En su mayoría procedentes de Benín, Togo, Nigeria o Malí , estos jóvenes no tienen ni idea de la suerte que les espera una vez que tocan tierra firme.

“Son redes bien organizadas. Los traficantes los ubican – a menudo en casas de personas de su país de origen– para trabajar como reparadores de neumáticos o vender maní, y son ellos los que reciben su salario”, explica la religiosa.

Según Unicef, los niños explotados suelen sufrir de otras formas de violencia, como abusos sexuales por parte de la familia que les suministra acogida.

Además, son pocos los niños que superan la influencia psicológica de sus “nuevos padres” –el único punto de referencia en un país donde son extranjeros, y no tienen papeles ni salario.

De junio a octubre, las autoridades gabonesas lanzaron con Unicef un programa de formación en cinco ciudades del país para ayudar a magistrados, oficiales de la Policía Judicial y trabajadores sociales a luchar contra la trata.

Para Ikamba, también se necesita una mejor “cooperación judicial, policial y social” entre los países de acogida y de origen de los niños que son luego repatriados.

Edith, de 14 años, alojada en el centro Espoir, estudia peluquería. Las monjas esperan que termine sus estudios en Libreville para “no volver a su país sin nada”, y no caer de nuevo en la espiral de pobreza.